Sobre heridas que no se cierran y habitaciones que nunca se olvidan
Hay libros que no se leen por curiosidad, sino por instinto. No se busca en ellos una historia, sino un eco. La habitación de las niñas, de Pablo Escudero Abenza —ganadora del XXIX Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe—, no es tanto una novela negra como una novela herida. No se construye con pistas, sino con silencios. Se mueve no hacia la resolución de un caso, sino hacia la revelación de un dolor que venía de antes, y que nadie supo cómo frenar.
Cuando el libro comienza, parece que va a hablarnos de rutina, de juzgados, de provincias. Pero lo que se cuela es el temblor: un pasado familiar que regresa, una figura joven que irrumpe, una historia que vuelve como un parte médico. En cada página se nota que aquí el crimen no es el centro: el crimen es el telón de fondo de una tragedia privada. Y eso es lo que lo vuelve verdadero.
Hay un momento hacia el final —uno de esos que no se subrayan, pero que se te quedan pegados— donde una niña y una mujer regresan a la casa para recoger unas pocas cosas. La sobrina pregunta por una habitación concreta:
—¿La habitación de las niñas?
—Cosas de Germán.
Esa escena resume su centro emocional: una habitación que aún existe en la memoria, donde algo ocurrió, y que sigue oliendo a lo que ya no está. Esa habitación es metáfora, es espacio, es nombre propio.
Escudero no escribe con morbo ni con fórmulas. Escribe con gravedad. Y eso se agradece. Lo que ha construido no es solo una historia sobre el daño, sino una elegía por quienes vivieron mal, y por quienes, al intentar reparar las grietas, también se quebraron un poco más.
El capítulo 1 ya lo dejaba claro: este no era un libro de acción. Era un libro de regreso. Un descenso a ese cuarto cerrado que siempre evitamos. El capítulo 29, en cambio, deja otra certeza: la memoria se cura mal. No se cierra con bisturí, sino con compañía. Con reconocimiento. Con una caricia a tiempo.
“¿Puedo darte todos los besos que tenemos atrasados tú y yo?”, le dice una abuela a su nieta.
Esa frase vale más que mil juicios. Que mil declaraciones.
Eso es justicia también.


Es un libro espectacular lo recomiendo mucho
“Un descenso a ese cuarto cerrado que siempre evitamos”.
Construir con silencios y alimentar la oxidación.
Lo que se ha pretendido evitar es lo que más ha necesitado de nuestra atención.
La Voz / Voces Nacidas de una misma Raíz , a veces , hablan con Palabras. Otras, lo hacen con y en el silencio.
Hay bullicio y luces artificiales que no logran eclipsar lo que ESTÁ y, aún así, uno se esmera en no ver; prefiere quemarse los ojos y ensordecer.
La pregunta de esa abuela a esa nieta me lleva al pasado de mi país que se va completando: la recuperación de la Identidad.
También, a esos BESOS consecuentes del ABRIR LOS METAFÓRICOS CAJONES CERRADOS EN EL TIEMPO POR MIEDO.
A veces, nos oxidamos porque queremos.
Escribir con gravedad: es prudente que sea así en algunas ocasiones.
En medio del océano y a punto de morir es mejor buscar una vía de escape y no perdese en sentimientos y eociones. Esencia: Cristiane Cardoso.
Al libro no lo leí. Asumo que se nota.
Tomé parte del posteo firmado y desde ahí recorrí mi país y mi Historia.
“eociones”, no.
Emociones, sí. (Escribí mal).
Gracias, Jesús Manuel, por pasarte por aquí y dejar tu impresión.
Y muchas gracias también a ti, Sabrina, por tu lectura tan sugerente. A veces un texto —aunque solo se roce o se intuya— despierta asociaciones hondas, que conectan con lo íntimo y con lo colectivo. Que este artículo resuene así en alguien ya justifica, por sí solo, haberlo escrito.
Un saludo a ambos.
Saludos para usted , también.
Gracias por leernos !