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La historia la escriben los vencedores

La historia la escriben los vencedores

«La Casa de Pávlov es un símbolo de la heroica lucha de todos los defensores de Stalingrado. Pasará a la historia de la defensa de la gloriosa ciudad como un monumento a la destreza militar y al valor de los guardias».

—Teniente Yuri Petróvich Chepurin, corresponsal de 62º Ejército, Stalingrado (31 de octubre de 1942)

De esta manera, con un apunte de un corresponsal de guerra ruso, da comienzo el libro del historiador y editor británico Iain MacGregor titulado El faro de Stalingrado: La verdad oculta en el corazón de la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial, en donde relata, con todo lujo de detalles, la batalla clave en la derrota de las fuerzas del Eje en la contienda mundial.

La victoria soviética en Stalingrado se basó en una encarnizada lucha que provocó que las fuerzas nazis en el frente oriental sufriesen más de dos millones de bajas —entre muertos, desaparecidos y prisioneros—. Esto supuso que las fuerzas armadas alemanas se viesen mermadas en cincuenta divisiones —casi cinco ejércitos completos—, así como unas pérdidas materiales incalculables que ayudaron a agotar la capacidad industrial de Alemania y produjeron la primera gran derrota que supuso un golpe a la moral de los nazis. Rusia fue capaz, por primera vez, de evitar que Hitler consiguiera los objetivos que se había fijado. El ejército del Reich no pudo apoderarse de los yacimientos de petróleo existentes en el Cáucaso, ni de los demás objetivos de limpieza étnica que se había propuesto. A partir de ese momento (febrero de 1943), el ejército ruso inició su imparable viaje con el único objetivo de conquistar la Europa del Este y arrasar Berlín.

"En la batalla por la ribera del río Volga también se produjo una guerra de información en donde, otra vez, volvieron a salir victoriosos los rusos"

La batalla de Stalingrado fue, entre agosto de 1942 y febrero de 1943, la lucha mas feroz y violenta que se puede imaginar entre dos enemigos irreconciliables, cuya misión era destruirse mutuamente. En la misma se utilizaron todas las tácticas posibles de guerra, imponiéndose al final la táctica empleada por los rusos de “abrazarse a su enemigo” para impedir que el ejército alemán obtuviese ventaja de su superioridad en el campo de la aviación y la artillería. Para llevar adelante esta táctica, los rusos se enzarzaron en una guerra de pequeñas unidades que estaban fuertemente armadas con bayonetas, granadas, bombas de mano, cócteles combustibles (molotov) y armas individuales, que se dedicaban a acosar y destruir, calle a calle, edificio a edificio, habitación por habitación y sótano a sótano a las fuerzas de infantería del Eje.

La ciudad industrial de Stalingrado se asentaba en un área urbana de ochenta kilómetros de longitud; poseía centenares de fábricas de industria pesada que terminaron, como el resto de la ciudad, siendo un montón de ruinas producto del incesante impacto de las sucesivas andanadas de la artillería de los contendientes y de los continuos bombardeos de la fuerza aérea nazi.

"Según los soviéticos, incluso el general en jefe del ejército alemán, Paulus, tenía marcado en su mapa el emplazamiento de la casa"

En la batalla por la ribera del río Volga, donde se asentaba el área urbana, a lo largo de estos seis meses, no solo se desarrolló una brutal lucha armada, también se produjo una guerra de información en donde, otra vez, volvieron a salir victoriosos los rusos. La propaganda soviética la encabezaron los rotativos: Estrella Roja, Bandera de Stalin, Pravda, Izvestia, etc. Los mandos del Kremlin destinaron a cientos de periodistas, guionistas, escritores, etc., para que contaran, a pie de trinchera, las glorias y destacasen los hechos heroicos. No importaba la veracidad, sólo importaba que el relato ponderase el arrojo, valentía, heroicidad, camaradería, confraternización y hermandad de las diversas etnias que habitaban la gran Rusia, con objeto de subir la moral de todos los habitantes que formaban parte de la Madre Patria. En esta batalla por el relato, los corresponsales rusos necesitaban mitos y símbolos. El más destacado lo encontraron en la posición conocida por el nombre en clave de “El Faro”. En el emplazamiento había una casa aislada de cinco alturas, en mitad de una plaza, en la que desde su último piso se tenía una visual de una gran parte de la ciudad, y en la que numerosos grupos de soldados rusos fueron capaces de resistir, durante decenas de días, el asalto de los soldados alemanes. Esta casa fue la conocida como “Casa Pávlov”, debido al nombre de un sargento al que, con la publicación de los boletines informativos, convirtieron en un gran héroe ruso. Según los soviéticos, incluso el general en jefe del ejército alemán, Paulus, tenía marcado en su mapa el emplazamiento de la casa.

Casi ochenta años después, MacGregor se embarca en una investigación en la que descubre cientos de documentos, informes civiles y militares, testimonios obtenidos de cartas personales, memorándums, etc., en donde se demuestra que el relato mítico, escrito por los vencedores, es solo un libelo destinado a subir la moral y glorificar un hecho que existió, pero que no es un relato fáctico de lo ocurrido. MacGregor afirma que, “tras escudriñar los registros reales y diarios de combate de ambos lados en liza, no ha encontrado ninguna mención al asedio de la casa”. Prueba inequívoca de que las victorias las cuentan, como quieren y desean, los ganadores.

"Un día de febrero el ejército alemán se desmoronó, falto de medios, y los restos operativos de sus divisiones motorizadas se pararon por falta de combustible"

El libro de Iain MacGregor permite comprender la importancia del punto de inflexión que supuso la batalla de Stalingrado en la marcha de la Segunda Guerra Mundial. También son importantes los frutos obtenidos tras años de investigación, y cuyos resultados descubren y aclaran el relato realizado por los medios oficiales soviéticos. Asimismo, contiene una descripción meticulosa, podría decirse que enciclopédica, de las jornadas transcurridas en esos seis meses de batalla; en el mismo, con una narración viva y entretenida, hay descripciones pormenorizadas de los bombardeos, se recrea el ambiente de lucha callejera, se detallan las órdenes de ambos estados mayores, así como el asfixiante ambiente de lucha cuerpo a cuerpo y de los combates de desgastes. Es un ensayo apasionante por cómo es capaz de describir uno de los episodios claves en el devenir de la guerra. Narra cómo el Ejército Rojo se tambaleó en varias ocasiones, al borde del colapso final, paralización que se evitó gracias a la orden dada desde el Kremlin, a sus comisarios en el frente, de “¡ni un paso atrás!”, y por las ingentes cantidades de recursos humanos y materiales que estaban a disposición de Stalin. Los ejércitos alemanes fueron embolsados por los ejércitos soviéticos debido a su incapacidad para establecer unas vías de aprovisionamiento y refuerzos. Un día de febrero el ejército alemán se desmoronó, falto de medios, y los restos operativos de sus divisiones motorizadas se pararon por falta de combustible.

Para la elaboración del ensayo, Iain MacGregor consultó una bibliografía compuesta por más de doscientos títulos, entrevistó a descendientes directos de los soldados protagonistas que aparecen en el relato oficial y utilizó centenares de cartas y testimonios obtenidos en los archivos del Museo-Reserva Estatal Histórico y Conmemorativo de la Batalla de Stalingrado, así como otros títulos de referencia que encontró en este museo. Otro dato más, que da idea de la enorme dimensión del ensayo, es que a lo largo de la narración hay casi medio millar de notas explicativas.

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Autor: Iain MacGregor. Título: El faro de Stalingrado. Traducción: Joan Eloi Roca. Editorial: Ático de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Olga Luján
Olga Luján
9 meses hace

Muy interesante! Cuanta verdad encierra el título, por tal motivo es muy conveniente conocer reseñas como la que Ramón nos ofrece hoy, que nos ayuden a encontrar información verdaderamente fidedigna.