No es frecuente que una novela se presente en una comandancia de la Guardia Civil. Pero si se trata de un nuevo caso de Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, los miembros de la Unidad Central de Operaciones imaginados hace ahora 30 años por Lorenzo Silva, la cosa cambia. El autor, guardia civil honorario él mismo, es un hombre tan querido como admirado en el Cuerpo. “Aunque a veces me regañan”, comenta bromeando, el cariño y la admiración, como es bien sabido, son mutuos. Para el escritor, que ha llamado Víctor Caballero a uno de sus nuevos personajes como homenaje a un guardia civil muerto en acto de servicio, hay algo de la caballería andante en el afán de la Benemérita. “Si alguien lo quiere constatar con más profundidad, no tiene más que leerse la Cartilla de la Guardia Civil, escrita por el duque de Ahumada en el año 1845, que dice, entre otras cosas, que “la Guardia Civil será un pronóstico feliz para el afligido”. Si eso no es una divisa de caballero andante, no sé qué lo será”.
Y dándole vueltas a esa idea de la pareja de la Guardia Civil, que desde los tiempos de su fundador viene recorriendo los caminos de España, hace ahora 30 años, Lorenzo Silva concibió a la pareja del entonces sargento Bevilacqua y la entonces cabo Chamorro, un equipo perfecto que se reduce a dos. “Una pareja dispareja, como la que forman don Quijote y Sancho Panza. A veces uno influencia al otro y viceversa, tal han señalado algunos críticos del Quijote”. Una pareja con la que el lector ha pasado de tener noticia de los métodos tradicionales de esta policía a tenerla de las más modernas técnicas de investigación para la lucha contra la ciberdelincuencia y las formas más actuales de la criminalidad. Bien podría decirse que Lorenzo Silva ha dado a conocer a sus cientos de miles de lectores la modernización del Cuerpo. Y no hay duda de que la ha habido: en el puesto elegido para la presentación no se vio ni un tricornio: solo los usan cuando visten el uniforme de gala.
En fin, que no hubiera podido haber mejor rincón para presentar Las fuerzas contrarias que la Comandancia de Illescas (Toledo), el puesto a donde lleva a Bevilacqua y Chamorro su nueva investigación. “La Guardia Civil es esto: una policía de implantación rural en todo el territorio de la nación —explica Silva—. Los puestos son su sistema nervioso. Y los puestos no sólo son guardias que patrullan, también tienen equipos de policía judicial, como el que sale en la novela, y como el que hay aquí, que es más grande que en el libro, donde lo reduzco a tres personas”.
Aunque la publicación de su primera entrega, El lejano país de los estanques, está fechada en 1998, Lorenzo Silva comenzó a escribirla en 1995. De ahí esas tres décadas de solera que alcanza ahora la serie, una de las más longevas de la ficción criminal española. De ahí también las reflexiones sobre la madurez, sobre la vida, sobre el curso del tiempo, sobre la paternidad, sobre la actividad del país, en las que, cuando sus pesquisas se lo permiten, se debaten el ahora subteniente Bevilacqua y la ya sargento Chamorro. Y con ellos, sus lectores han viajado por la geografía de una buena parte de España y asistido a otra buena parte de nuestra historia reciente. El lejano país de los estanques, aquella primera entrega, nos llevó a Mallorca; El alquimista impaciente (2000), a Guadalajara; a Zaragoza La reina de los espejos (2005). En esta nueva ocasión, los dos agentes de la ahora célebre UCO no se van muy lejos: Illescas, un populoso pueblo toledano que tiene entre sus orgullos un museo de El Greco, abierto en el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad. Pero no es la piedad, es la resolución de un crimen —aunque el afán de justicia de Bevilacqua y Chamorro no carezca de comprensión para todo el que la precise— el asunto de estas páginas.
La hora estelar de los asesinos (2003) es una novela del checo Pavel Kohout. Ambientada en los últimos días de la ocupación alemana de Praga, puede entenderse como una ficción histórica trufada por un relato criminal: mientras las tropas soviéticas se encuentran a las puertas de la ciudad, un psicópata asesina a la mujer de un general de la Wehrmacht.
En Las fuerzas contrarias, décimo cuarto caso de Bevilacqua y Chamorro, Lorenzo Silva —ya digo— no se va muy lejos. Muy por el contrario, se queda en Illescas, una de las localidades más cervantinas de La Mancha. Allí, en la comandancia de la Guardia Civil, se llevarán a cabo las pesquisas del caso. Es por la ocasión, cuando el criminal encontró la hora propicia para dar rienda suelta a sus peores instintos, por lo que Silva alude a ese momento sublime, por su idoneidad para el mal, referido en su título por Kohout. Y no hay mejor momento para matar que cuando la muerte campa a sus anchas y se lleva a diario a decenas, cientos de personas, como fue el caso durante la pandemia del Covid 19. Toda una hecatombe que el creador de Bevilacqua y Chamorro pasó en su residencia de Illescas. “Veía poco más que las paredes de mi casa y mi jardín. Pero estaba en contacto con gente, con amigos y uno de ellos, guardia civil, un día me comentó que algunos médicos estaban certificando las muertes desde el portal, sin entrar en las viviendas a ver los cadáveres”.
Aquellos cuerpos no habían sido degollados, disparados, estrangulados… No presentaban signos de violencia a la vista de un agente de la ley, pero sí podía haber detalles perceptibles para un médico, capaces de delatar una muerte ajena a la pandemia, que entonces estaba diezmando a la población. De esta manera, el COVID 19 de nuestro año 20, la peste negra que asoló la Europa de 1347 o la plaga de Atenas (430 a. e. c.), descrita por Tucídides, devastadora durante la Guerra del Peloponeso, hubieran sido momentos sublimes, horas estelares para los asesinos. Silva, para comprender aquel galope del cuarto de los jinetes del Apocalipsis —la Muerte— por el mundo de 2020, dedicó una buena parte del tiempo libre del que dispuso entonces a la lectura de Tucídides, el historiador y militar ateniense.
Ahora bien, puesto a concebir el nuevo caso de Bevilacqua y Chamorro, ha preferido el escenario de otro clásico, el más clásico de las letras españolas, para el primer crimen de Las fuerzas contrarias. Hay un segundo que viene de antiguo. Pero el primero está cometido en un lugar de La Mancha, no muy lejano de Illescas, “que se llama Esquivias, donde la mujer de Miguel de Cervantes tenía su casa; donde, con toda seguridad, don Miguel escribió buena parte del Quijote y encontró inspiración para la casa de Alonso Quijano. Si alguien tiene curiosidad, basta con que visite la casa, que existe todavía, es un museo y puede compararla con su descripción en la novela: verá que, en muchos aspectos, sigue siendo la misma”.
Con los cientos de miles de lectores que tienen los casos de Bevilacqua y Chamorro es muy arriesgado aventurar afirmaciones categóricas en cuanto a ellos concierne. Siempre puede haber un erudito en estos dos guardias civiles presto a desmentir lo que se diga. Lo dejaremos, pues, en algo más relativo: Las fuerzas contrarias es una de las entregas más cervantinas de la serie. “Cervantes, lo cuenta en el prólogo de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, iba en mula por el camino real, entre Madrid y Toledo. Por lo tanto, pasó en más de una ocasión por Illescas”.
La pandemia debió de hacernos formular propósitos de enmienda para nuestra sociedad, para nuestra existencia. Silva, Bevilacqua y Chamorro dejan al lector pensando si, cinco años después, se han cumplido o no.
La cita a la hora estelar de los asesinos, se ha colado sin querer? No veo relación