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La manada: Coetzee a escena

Minutos antes de empezar la función una joven en camisón llena la escena. Respira angustia y espera mientras intenta leer inútilmente un ajado libro.

En la cocina —donde se representa La manada— la cafetera humea. Al fondo, mientras ella remueve el café, una oveja bala y la radio, encendida en afrikáans, rellena los huecos de esta historia que está a punto de contarnos La manada.

La obra de Daniel Dimeco nos sitúa en una vieja granja de Sudáfrica, en la cocina por la que se mueven tres hermanos: Vera (al mando de la granja, prepara la comida), Helen (la hermana despreocupada) y Andries (encargado de la matanza de los corderos). Todos se reúnen en la pequeña estancia para comer, y en esa mañana fatídica la acción va desvelando algunos de los secretos que estos hermanos guardan.

Vera prepara un estofado de verduras y carne, Helen revolotea por estas cuatro paredes provocando tensiones difusas y Andries aparece ensangrentado tras trabajar en la granja animal de Vera.

El público asiste enmudecido a la función (que se representa todos los sábados de enero y febrero en la sala La Puerta Estrecha, Madrid), sentado alrededor de la humilde cocina, mientras en el exterior se adivina un territorio árido, castigado por la sequía de meses, sequía que provocará un estallido de confesiones familiares.

Tres personajes atormentados a quienes unen vínculos de sangre, pero separados por secretos execrables que irán deslizándose por los espacios de esta angosta cocina. Tres actores al límite del realismo, cuyas pasiones ocultas pugnan en un descarado duelo contra el convencionalismo social.

Tres personajes que dan rienda suelta a sus emociones primigenias: deseo, amor, violencia… emociones que podrían hacer estallar los delicados hilos que aún les sostienen: la granja, la familia… emociones y vínculos que se construyen a través de nimios huecos en la pared, de juegos infantiles, del amor a una madre siempre ausente e inestable.

«Los secretos de sangre se mueren en la familia», dice uno de los personajes en un momento de la obra. El público enmudece, pues ya ha tenido una fuerte ración de violencia desmadejada, de la que no ha aparecido en escena, pero se ha deslizado por las palabras enhebradas del texto de Dimeco.

La obra de Karoo Teatro, inspirada en dos obras del Nobel John Maxwell Coetzee (Desgracia y En medio de ninguna parte), narra una historia ambientada en Sudáfrica. Hay en ella algo primitivo: la continua asimilación de la muerte y el sexo. El poder erotizante de la carne de los corderos muertos, del desuello físico y emocional que traen los personajes a escena.

Interpretan la obra los actores Raquel Domenech (Vera), Roksana Nievadis (Helen) y Rodolfo Sacristán (Andries), intérpretes que no se conocían antes de abordar este ejemplo de toxicidad humana.

La editorial Ñaque tuvo la fortuna de editar el libreto de esta pieza teatral que ganó el Premio Max Aub de Teatro en Castellano Ciutat de Valencia 2016 (el teatro también se lee). Sobre esta espléndida versión teatral del Daniel Dimeco se lo digo siempre: no me la perdería.

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