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La metafísica de las voces migratorias

La metafísica de las voces migratorias

Todo movimiento implica una mudanza. La quietud también. Nada queda exento de experimentar una transformación. Se cambia de residencia, de emoción, de pensamiento, de ideología y de estado porque todo fluye y nada permanece, que diría Heráclito. Sin embargo, algo de razón tenía su coetáneo antagónico Parménides en su afán por demostrar que todo cambio es una ilusión. Cambian las circunstancias, mientras que el Ser sigue arrastrando su esencia aparentemente inmutable de un lugar a otro como un alma en pena. En Mudanza, galardonado con el Premio Nacional de Poesía Antonio González de Lama, editado por Eolas, Inés Ramón evoca una de las metamorfosis más existencial y nihilista; la del migrante.

"No es posible atravesar las puertas ya cerradas sin arder, ni pronunciar ese ruido de cristales rompiéndose en su lengua tras intentar domar las fricativas del neerlandés"

Dividido en dos partes —que implican el antes y el después de una mudanza— el libro comienza con uno de los momentos más simbólicos y universales para invocar un cambio: el final del año. Es el tiempo de «desarmar el árbol de Navidad», de decidir «lo que se abandona», de rehacer el inventario y desprenderse de ese polvo de escamas que se hace pátina en la piel vivida. Hay mucha metafísica en el exilio de los migrantes. Se desplazan, como aves de carga, por los mapas de la incertidumbre para encontrar un lugar que los signifique. Sus fardos no acumulan trastos, sino memorias embaladas en cartón no desechable. Inés Ramón lo evoca con su lenguaje de manos —que es su metáfora—, el único capaz de interpretar la dialéctica de ese desarraigo, el que identifica ahora la morralla que fuera antaño pedrería, embalando uno a uno los objetos más preciosos que sobrevivieron al desprendimiento. La poeta desnuda las paredes de la casa creyendo que al cerrar la puerta ya no quedará nada de ella y, sin embargo —emulando de nuevo a Parménides—, todo permanece como estaba porque ya es otra la que la desaloja. Dentro dejará la impronta de lo que fue y se llevará consigo los muros de ese hogar cerrado para habitarlo más adelante en la memoria. Un intercambio de huellas, un pacto de sangre.

La segunda parte se recrea en la llegada a su destino y en los fantasmas de la desnudez. No la desnudez del nuevo hogar, que aún no entiende su lenguaje, sino la del que ha dejado atrás. Porque las primeras cajas desembaladas son de nostalgia, impregnan las paredes con recuerdos de vidas pasadas, cubriéndolas de pensamientos endulzados o de lamentos. Todo transcurre entre nebulosas de cenizas y espejismos. No es posible atravesar las puertas ya cerradas sin arder, ni pronunciar ese ruido de cristales rompiéndose en su lengua tras intentar domar las fricativas del neerlandés. Es necesario aprender, al fin y al cabo, a mudar la piel en otro idioma y a resistir como una huésped inconclusa que deambula entre sus ruinas con ese «deseo inacabado de retorno». Lo inminente se disipa en la turbidez del centrifugado. La vida se va disolviendo entre ciclos programados mientras se cumple el milagro de la resistencia y el anhelo de un lugar donde existir.

"Mudanza, de Inés Ramón, lleva implícito en su título el arte de la traslación. Su lectura inspira el deseo de aligerar la carga de ese yo que se entretiene consigo mismo y sus circunstancias"

Todo el libro transluce el temor al paso del tiempo y al no retorno, a que la vejez sea el abismo que deje su vida incompleta. Por eso el uso de símbolos cronológicos en un campo semántico irreversible: relojes de pared, espejos, libros cubiertos de polvo que ya no se leen, palabras que no resisten una generación y sueños en decadencia, mientras las aves migratorias que sobrevuelan la travesía parecen ser las mismas. Inés Ramón demuestra un gran talento en el arte del destello verbal. Hay versos que parecen espuma de luz flotando en el mar. Son luminiscentes incluso en la noche más oscura. Quizás se deba a la habilidad del exiliado de quedarse con lo valioso y desechar aquello que solo añade peso al viaje. Algunas imágenes son como relámpagos que iluminan lo que suele pasar desapercibido. Resulta alentador, hoy en día, encontrar un libro de poesía que se aleje del ruido incesante y lucrativo de las letras capitales —gentrificadas y de lectura rápida— para acercarnos a sus paisajes imprevistos, aquellos que solo conoce quien se atreve a pronunciarlos.

Mudanza, de Inés Ramón, lleva implícito en su título el arte de la traslación. Su lectura inspira el deseo de aligerar la carga de ese «yo» que se entretiene consigo mismo y sus circunstancias. Leerlo es un placer evolutivo y poderosamente contagioso.

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Autora: Inés Ramón. Título: Mudanza. Editorial: Eolas. Venta: Todos tus libros.

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SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
5 meses hace

“TODO FLUYE Y NADA
PERMANECE”.
Heráclito, Filósofo