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A la pata coja hasta el Cielo

A la pata coja hasta el Cielo

“Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo; lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, un piedrita y la punta de un zapato” —Julio Cortázar (Rayuela)

El que suscribe, que ya peina canas desde hace años, recuerda haber visto jugar a la rayuela en la calle, y sobre todo en el patio del colegio, a la hora del recreo. Visto, que no jugado. Era considerado un juego “de niñas”, al igual que saltar a la comba. Los chavales jugábamos (cómo no) al fútbol, ejercicio en el que servidor era un negado, como en muchas otras cosas. Pero como ahora los millennials estos (y los que no lo son, también) prefieren darle a los botones de ese aparato infernal llamado “móvil”… pues mejor será que hagamos un rápido repaso sobre de qué va el jueguecillo de marras.

Primero se hace el “tablero” del juego, habitualmente pintado con tiza o marcado en la tierra con un palo. Habitualmente son diez casillas, lo bastante amplias para que quepan holgadamente nuestros pies, y más o menos iguales. Están dibujadas en vertical y numeradas (de abajo arriba) del 1 al 10. Las casillas 4 y 5 están juntas, así como la 7 y la 8. El juego consiste en tirar (con la mano o, en otras variantes, con un puntapié) una piedra pequeña (llamada normalmente “tejo”) que tiene que caer en la primera casilla, sin tocar las rayas del borde. Entonces se inicia el recorrido saltando a la pata coja, por orden, en las casillas. En las dobles (4 y 5 por un lado y 7 y 8 por otro, recuerden) se apoyan los dos pies, así como en la casilla 10 (llamada “casa” o, más propiamente “Cielo”. En esta última casilla hay que dar media vuelta de un salto, por cierto. Luego se hace el recorrido a la inversa, se lanza de nuevo el tejo, que esta vez tiene que caer en la casilla 2, y se repite el recorrido. Si un jugador pisa una raya o al lanzar el tejo no cae exactamente en la casilla “que toca” pierde turno y pasa al siguiente jugador. El primero en completar correctamente los diez recorridos gana. El juego puede complicarse, por ejemplo, saltando con los ojos vendados o haciéndolo de espaldas.

Algunos me dirán que vaya tontería de juego… y dirán mal. La rayuela ayuda a desarrollar la coordinación viso-motora, la agilidad, el movimiento y el equilibrio. Mucho mejor, permítanme que se lo diga, que hacer que eso mismo o parecido lo haga un keko al otro lado de la pantallita del móvil o similar…

Puede que algunos de los lectores más viejunos reconozcan ahora el juego, pero no por el nombre de “rayuela”. No se me extrañen. Solo en España hay 45 nombres reconocidos por la RAE (calajanso, cascayú, infernáculo, mocha, muñeca, pachocle, patacoja, picarona, tejo… entre otros) y en Sudamérica muchos más (rayuela, gambeta, tilín tuncuna en Argentina; luche o mariola en Chile; pijije en México; trucamelo en Santo Domingo…)

¿Donde nació el jueguecillo en cuestión? Pregunta interesante, a la que creo que pocos saben responder, ya que no hay una teoría unánime.

Los hay que dicen que ya se jugaba en China en el siglo XIV antes de Cristo. Otros, más prudentes, señalan que en Grecia se jugaba a algo muy parecido con el nombre de “scolias”, que en Roma se le llamó “el juego de los odres” (“ludum novos mitti debet”, si se me ponen puristas). Dicen que originariamente era un entrenamiento de los legionarios romanos que los niños convirtieron en juego. Se cree que perduró a lo largo de la Edad media y que era muy popular ¡entre los templarios! (no me imagino yo a señores con cota de malla y yelmo jugando a la rayuela antes de ir a degollar al sarraceno en Tierra Santa, pero si mi muy admirado Juan Eslava Galán afirma textualmente que “…estaban prohibidos (en la Orden) el ocio y las distracciones, así como las apuestas y los juegos de ajedrez o dados, a los que tan aficionados eran los caballeros de aquel tiempo. No obstante, se toleraban la rayuela y las tabas, considerados juegos inocentes…” pues eso, que habrá que creérselo.

Otros historiadores sitúan su origen en América. Dicen que era originalmente un juego maya, que los españoles trajeron de América (aunque me da a mí que esos señores estaban más preocupados con el oro que pudieran sacar que de jueguecitos autóctonos, pero en fin…). Otros, que nace en el Renacimiento, a raíz de la publicación de la Divina comedia de Dante: al igual que en el texto del autor florentino, en la rayuela hay que ir subiendo por diferentes etapas para llegar hasta el Cielo. En este caso, el “tejo” (la piedrecilla, ¿recuerdan?) representaría el alma, y las casillas del juego los nueve mundos del Purgatorio (que no sé yo si los tiernos infantes de la época sabían juntar tanta letra para leerse la obra de Dante, pero bueno).

¡Y les hablo de historiadores más o menos serios! Luego los hay que creen encontrar en tan inocente juego significados mágicos, religiosos o místicos, viendo en la humilde rayuela una representación de los progresos del alma, o restos de antiguas ceremonias o ritos de tránsito. El antropólogo y mitógrafo Mircea Eliade estaba convencido de que era originalmente un juego iniciático, que representaba el conocimiento de uno mismo y la progresión espiritual. Citando al autor rumano, “los niños europeos y americanos todavía juegan a la rayuela, ignorantes del hecho de que están participando de un juego iniciático cuya finalidad es penetrar y regresar con éxito de un laberinto; porque saltando a la rayuela, ellos descienden simbólicamente a los infiernos y vuelven a la tierra”. Otros han relacionado las diez casillas con los diez sefirots del Árbol de la Vida de la Kabbalah; con el recorrido de Hermes Trimegisto por los tres mundos (Inframundo, Tierra y Cielo); con la tradición Pitagórica; con la Gran Obra de los Alquimistas, y no me hagan citar más, que me canso. No soy tan sabio como esos autores, y por ello no puedo evitar pensar que eran gente con muchísimo tiempo libre.

Sea como fuere, echo de menos la rayuela, la verdad. Cosa de hacerse viejo, que uno se vuelve nostálgico.

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