Las cartas íntimas a Isabel Preysler de Mario Vargas Llosa —ya fallecido— se han publicado para obtener dinero y relevancia, para dar un par de bofetadas con guante de seda, y dejar claro el infinito y legendario coñomando de la socialité. Un gesto, por su parte, que rebasa todos los límites del mal gusto y el oportunismo: un ajuste de cuentas literario con el cadáver del Nobel. Sin embargo, ella está viva y es humana (jamás la vi en los años de mi vida en una falta de decoro así: astronómica, pantagruélica. Y ese giro a la imperfección siempre es de agradecer en una influencer como ella.
Esa dinámica apestosa y cobarde me recuerda a la vergüenza de la pornovenganza: ya saben, un video íntimo que se publica para humillar a uno de los miembros de la pareja. Aquí no hay sexo explícito, pero hay pornografía moral. Porque lo que se exhibe aquí con crueldad es el derrumbe del mito. Vargas Llosa fue un escritor mayúsculo, un intelectual que hizo del lenguaje su fuerza y de la precisión su honor. Y ahora esas mismas palabras —torpes, edulcoradas— se vuelven contra él. Ella se beneficia de su fama, de su pluma, de su nombre; y a la vez lo despoja de su dignidad, robándole la última palabra.
¿Cuál es la diferencia entre un epistolario de amor clásico que se publica décadas después y esto? El libro no solo muestra los sentimientos octogenarios sino también la fragilidad física y el expediente médico del autor: cáncer, cansancio, dependencia. Nada de eso tiene valor literario ni histórico, solo morboso. Y culmina con una carta de ella —la editora del canon, cuidadosamente seleccionada— en la que le acusa de “maleducado” con la frialdad glacial de quien firma un despido, no una despedida. Y él, retratado como torpe socialmente, incapaz de gestionar sus emociones, borrando cualquier grandeza pública, en un instante doméstico y feo.
¡Qué mal estilo, Isabel! Aireando el último suspiro emocional de un escritor que ya no puede verlo, ni corregirlo. Insisto, ES una pornovenganza en distinto formato, que celebra la humillación o la exposición del otro como acto de poder, las palabras privadas de un hombre desnudo, el cuerpo verbal… La lógica es la misma: hacer daño desde la intimidad. Porque no hablamos de memorias epistolares publicadas por viudas resignadas a la nostalgia o herederos que rinden homenaje con el tiempo y la distancia (Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Cartas de Virginia Woolf). No. Aquí tenemos una selección parcial, interesada, del peor Vargas Llosa posible.
Las cartas, lejos de ser un epitafio, exhiben más aturdimiento sentimental que genialidad poética, rebosando tópicos y sensiblerías a quemarropa. “Reinita de los delfines”, escenas de celos de geriátrico y frases que, si hubieran sido escritas por otro, no pasarían de la alfombra roja del Parnaso.
¿Y el valor literario? Cero. Publicar las cartas privadas de un escritor que fue tu pareja y se terminó atenta contra el sentido mismo de la literatura. Lo más triste es que Vargas Llosa, que dedicó su vida a honrar la palabra, muere traicionado por las suyas.



Lleva usted razón, doña Carla. La indignidad es la palabra. Y puede que las cartas sean inventadas. ¿Por qué no las publico mientras el Nobel vivía todavía? Nunca hay que creerse nada de alguien que siempre ha vivido de lo que ha vivido, a la caza siempre de su siguiente divorcio. El pobre hombre ya no puede defenderse. De lo único que puede acusarsele es de haberse dejado atrapar en la tela de araña , no de los cartas.