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La respuesta a Vargas Llosa de la niña mala

La respuesta a Vargas Llosa de la niña mala

Durante la elaboración de mi libro Vías paralelas: Vargas Llosa y Savater. Un ensayo dialogado (Ed. Triacastela, 2020) mantuve una correspondencia con el novelista peruano que fue fundamental para poder escribirlo. Y al revisar la enorme documentación existente, descubrí con asombro que él había escrito y publicado un libro en inglés: A Writer’s Reality (Syracuse University Press, 1991), frecuentemente citado por sus comentaristas anglosajones y muy poco conocido por los de lengua española. Al preguntarle por qué no se había publicado en nuestro idioma respondió que ningún editor se lo había propuesto y aceptó encantado la propuesta de hacerlo que le remitió mi editora. Es ahora el primer libro de Vargas Llosa que ha sido traducido al español.

Fotografías: ©Victoria R. Ramos.

Algo similar ocurrió con Diálogos en el Perú, obra recopilada por Jorge Coaguila de la que había cinco ediciones peruanas y ninguna española.

Los tres libros se publicaron de forma simultánea a finales de 2020 y, con su peculiaridad de ser textos escritos que proceden en parte del lenguaje oral, abren una enorme cantidad de cuestiones llenas de interés. Como cada una requeriría un tratamiento específico, mi objetivo aquí se limitará a una de ellas: la relación entre los personajes literarios y las personas reales que con frecuencia les sirvieron de modelo.

"La obra de Vargas Llosa es una mina a la hora de estudiar personas reales que un novelista conoce o conoció en el pasado"

En el prólogo escrito en 1999 para una reedición de Pantaleón y las visitadoras, relata Vargas Llosa: «Algunos años después de publicado el libro —con un éxito de público que no tuve antes ni he vuelto a tener— recibí una llamada misteriosa, en Lima: «Yo soy el capitán Pantaleón Pantoja», me dijo la enérgica voz. «Veámonos, para que me explique cómo conoció mi historia». Me negué a verlo, fiel a mi creencia de que los personajes de la ficción no deben entrometerse en la vida real».

En los diálogos que sostuvimos para mi libro, le pregunté al novelista si esa llamada ocurrió en la realidad o en la ficción. Su respuesta fue rotunda: «La llamada del verdadero capitán Pantoja fue auténtica, y también que me negué a verlo y a conversar con él».

La obra de Vargas Llosa es una mina a la hora de estudiar la forma en que personas reales que un novelista conoce o conoció en el pasado, profundamente transformadas por su memoria y su imaginación, se convierten en personajes literarios de una naturaleza tan distinta como todo lo que separa el abismo que siempre existe entre la realidad que vivimos y las ficciones que construimos sobre ella.

En algunas de sus novelas Vargas Llosa conserva los nombres propios de sus referentes reales tras haberlos convertido en personajes literarios; lo hace incluso consigo mismo, por ejemplo en La tía Julia y el escribidor, a cuyo enamorado denominan en la novela «Marito» y «Varguitas»; lo mismo ocurre con otras muchas personas reales, conocidas por él directa o indirectamente (Gauguin, Trujillo…), que transforma en personajes sin cambiarles el nombre. Pero también a veces usa nombres distorsionados o inventados para referirse a personajes literarios claramente inspirados en personas reales.

"Cuando publicó Travesuras de la niña mala, en el año 2006, Mario Vargas Llosa declaró una vez más que la historia era en gran parte inventada y fantaseada"

Al preguntarle por qué esa diferencia de conservar en unos casos el nombre real y disfrazarlo en otros me respondió lo siguiente: «Los personajes de una novela no son «reales». Los personajes de la vida real son de carne y hueso y los de las novelas están hechos de palabras y solo duran lo que dura el libro durante la lectura. Antes y después dejan de existir. Esto debería bastar para fijar los límites, pero no basta, porque los lectores de novelas tienden a identificar a los personajes de la ficción con los de la realidad, lo que puede producir embrollos considerables. He usado a veces nombres propios de los «modelos» por mi maldita manía del realismo, pero lo hacía para sentirlos y para entenderlos mejor, no porque fueran idénticos a sus modelos reales. Nunca lo han sido. Siempre he añadido o quitado tantas cosas que llegaban a diferenciarlos muchísimo con aquellos modelos de carne y hueso».

Cuando publicó Travesuras de la niña mala, en el año 2006, Mario Vargas Llosa declaró una vez más que la historia era «en gran parte inventada y fantaseada, pero a partir de ciertos modelos vivos, como creo que hacemos todos los novelistas». La novela está dedicada «a X, en memoria de los tiempos heroicos». La descripción de su protagonista incluye los siguientes pasajes: «Nadie en el mundo hubiera creído que tenía ya más de cuarenta años. Se la veía fresca y bella. A la distancia, se la hubiera podido tomar por una de esas japonesas delicadas y menudas que pasaban por la calle, silentes y flotantes.» «Hablaba con tanta frescura y convicción y con una musiquita latinoamericana tan simpática, que resultaba gracioso, además de expresivo. Para llenar los vacíos, acompañaba sus palabras con una gesticulación incesante y unos visajes y expresiones que eran un consumado espectáculo de coquetería.» «Todo vale para conseguir lo que uno quiere. Son tus palabras, niña mala.» «Siempre noté, en su cuerpo menudo y en el viso ligeramente verdoso de su piel, una huella oriental, herencia de algún ancestro del que ella no tenía noticia.» «Supe lo lejos que había llegado ya en su búsqueda de esa seguridad que ella identificaba con la riqueza.» «Yo estoy at the top» [dijo la niña mala]. «En su belleza exótica luce un aura de misterio en la faz que resulta muy seductor.» «La política en general, y la revolución en particular, le importaban un comino.»

"Ese es el método con que suelen trabajar todos los novelistas: mezclar recuerdos de diverso origen y añadirles los elementos imaginarios"

En una entrevista publicada recientemente en Zenda Ana Godoy Cossío le pregunta directamente a Vargas Llosa si ese personaje está inspirado en alguna mujer real. La respuesta del novelista es: «Mira, está inspirado principalmente en una mujer, pero no te voy a decir quién era, porque sería una imprudencia de mi parte (risas de Mario). Pero no es una biografía de una mujer determinada, no, pero está inspirada en un cierto modelo, al que se han ido mezclando rasgos y hechos y muchas invenciones, también de otros modelos». Tal como decía ya la cita anterior, ese es el método con que suelen trabajar todos los novelistas: mezclar recuerdos de diverso origen y añadirles los elementos imaginarios que requiera la historia. Pero en muchas ocasiones, como las antes citadas, un modelo original se transparenta con claridad.

Cuando, desconociendo la entrevista de Ana Godoy, le pregunté yo a Vargas Llosa si alguna persona real le había servido de inspiración para el personaje de la niña mala y si, en ese caso, como en otras ocasiones, había manifestado su protesta, respondió de la siguiente manera: «No hubo protestas. Solo este comentario despectivo: «Esa niña mala era una tontita. Esas cosas no se hacen para recibir en premio una casita en el pueblucho de Sete, sino un penthouse en la avenida Foch de París»».

En diciembre de 1962 Luis Martín-Santos le contó por carta a su amigo Mario Camus que había conocido en Barcelona «al tal Mario Vargas, que me hizo buena impresión». Carlos Barral les acababa de publicar a ambos sus primeras novelas (Tiempo de silencio y La ciudad y los perros, respectivamente). Sobre su nuevo amigo le contó Martín-Santos a Camus: «Es sobre todo un gran entusiasta del oficio de novelista, y considera que no hay ningún arte que a éste pueda comparársele. (…) Opina que la novela es el único arte capaz de recrear totalmente un mundo. Y no sólo afectiva, sino también intelectualmente. Yo me inclino a creer que tiene algo de razón.»

"Novelar sobre una persona real implica, por tanto, realizar a partir de ella una serie de condensaciones y desplazamientos"

Ahora bien, si la novela es capaz de recrear totalmente un mundo (y sus habitantes), esa recreación necesariamente habrá de hacerse a partir de la realidad que el novelista conoce, el mundo en el que vive y que contempla: su propia visión del entorno, su propia experiencia, su propia vida. Y entonces se derrumba la superstición académica que intenta separar la vida de la obra, que niega a las biografías de un escritor capacidad para iluminar sus textos y que construye el espantajo del «psicologismo» como si no fuese la psicología, sensatamente utilizada, una más entre las valiosas herramientas que tienen a su servicio la creación y la hermenéutica literarias. Un instrumento tan noble y tan útil para el novelista (y para sus lectores) como la sociología, la genética, la filosofía, la historia, la biología, la economía, la política, la antropología y todas las demás disciplinas que ayudan a profundizar en el conocimiento del ser humano y de sus variadísimas ocurrencias y conductas.

En realidad, hay pocas formas más ricas de profundizar en nosotros mismos que el análisis del proceso por el que todos los días, de forma profesional o espontánea, construimos personajes ficticios a partir de las impresiones y recuerdos que conservamos de personas reales.

Novelar sobre una persona real implica, por tanto, realizar a partir de ella una serie de condensaciones y desplazamientos que la combinan con otros modelos, además de añadirle elementos creados por la imaginación del literato: así funciona la suprema libertad del novelista, y el resultado puede llegar a ser una ficción llamada La fiesta del chivo que, como es bien sabido, se apoya en la biografía de Trujillo. Lo formuló brillantemente David Shields (coincidiendo, y no sé si conociendo, la tesis de Vargas Llosa sobre la verdad de las mentiras) en su libro Hambre de realidad: «El arte no es la verdad; el arte es una mentira que nos permite reconocer la verdad».

Quizá la gran verdad de Vargas Llosa es que se puede ser a la vez responsable y auténtico, defender sinceramente lo que uno piensa de las cosas y cumplir las obligaciones familiares sin convertirlas en cadena perpetua. Pero no se pueden separar la búsqueda de la verdad y la del placer, porque la fidelidad a uno mismo y a sus sentimientos profundos es condición sine qua non para la autenticidad de la vida y para la solidez de la obra. Y el placer bien entendido es la luz que nos confirma la verdad del deseo, del sentimiento y de la razón.

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