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La soledad era yo

No, hoy no será el día. Quizá tampoco esta tarde, ni mañana. Nunca es tiempo para determinar el momento exacto. Una relación que arranca en la tardoadolescencia, cuando hace millones de años que parece que uno dejó de ser niño pero cuando aún nadie te llama joven. Un beso que no empieza por un beso, sino por una mirada, una sonrisa, una mano en el cine. Y entonces somos novios. Era otra época, tiempos de amor sin móviles, con emociones sin ataduras, como niños en el recreo: intensidades sin límite.

Es la cuarta novela de Manuel Jabois. La primera fue en gallego. Y esta es la tercera que firma en Alfaguara. Es la mejor que he leído de esta suerte de trilogía. Es la más madura, en la que más se ha expuesto. Lo que cuenta le ha pasado a él o a otros. Inventa, claro que sí, porque es un fabulador, y también un periodista que no puede abandonar su oficio, porque es un purasangre que cuando llega de hacer un reportaje o de entregar el martes, al borde de la hora del cierre, el artículo que ha escrito a toda mecha desde el móvil, o tras encender la noche en la radio, se encierra en su casa a escribir ficciones que seducen. Ese encanto especial con frases y metáforas que te sacuden.

"Radiografía la novela con una extrema elegancia los abismos a los que se enfrenta una pareja, cómo evoluciona sin dejar de ser ellos dos, compartiendo amigos, viviendo instantes gloriosos"

Ella es Valentina Barreiro, Mirafiori. Él, narrador y protagonista, no es Jabois. Tampoco tiene nombre. Alguien que se sitúa en zonas de sombra, enamorado de su chica, trufado de inseguridades porque su pareja vuela sola y él había imaginado que tendría más proyección profesional. Nos lo sabemos todo. La rutina como gran enemiga. La sorpresa que llega en un momento que parecía paraíso. ¿Por qué nos pasó?

Radiografía la novela con una extrema elegancia los abismos a los que se enfrenta una pareja, cómo evoluciona sin dejar de ser ellos dos, compartiendo amigos, viviendo instantes gloriosos como si celebrara el gol de Mijatovic en la Séptima; cuerpos y almas que se satisfacen.

No había miedo porque estábamos juntos, y cualquier desgracia personal, por grande que fuese, primero se curaba marcando un número, cuando no vivíamos en la misma casa, y después mirando a un lado de la cama.

"Duele Mirafiori. Duele y maravilla sus ganas de vivir, el torrente de energía, la transformación y la fuerza que demuestra para conseguir sus objetivos, arrinconar esos fantasmas que pueden enturbiar la vida cotidiana"

La soledad era yo. Estoy contigo, pero tengo que mirar por mí. Tengo mi vida por ahí, pero siempre volveré a tu lado. Claro que cambiamos, por supuesto que evolucionamos y sin duda estamos pendientes de ser felices, aunque la felicidad puede convertirse en nuestro particular cometa Halley: la última vez que lo vimos estábamos en 1986 y ya no regresará hasta 2061.

Duele Mirafiori. Duele y maravilla sus ganas de vivir, el torrente de energía, la transformación y la fuerza que demuestra para conseguir sus objetivos, arrinconar esos fantasmas que pueden enturbiar la vida cotidiana. Es una historia que no deja indiferente, un Jabois reconocible en su estilo, en la calidad y calidez de cada página, en el efecto repetición que ayuda a encuadrar una obra que si se tratara de una película —pide a gritos que se convierta en guion— el difunto Carlos Pumares no dudaría en calificarla de maestra.

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