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La taranta minera. El canto de la roca, de Fanny Rubio

La taranta minera. El canto de la roca, de Fanny Rubio

¿Podría una roca cantar? Los ingenieros de minas comprobarían en algún momento de sus labores cómo los mineros acostumbraban, desde hace siglos, a decir cantares llevados por su experiencia límite como trabajadores de la profundidad.

En íntima conexión con la piedra y los cantes de tarantas está el fondo, el canto subterráneo, el canto del cantero. El cante del fondo es pura piedra, riesgo, soledad, hondura. Cante y piedra llevan la soledad por compañía en una especie de tanteo trágico en lo oscuro, a la espera de quien les haga hablar con temblorosa música, manifestarse en convivencia.

La «taranta» o cante de minero es justamente ese cantar de fondo, cante de la mina, voz de la roca de las profundidades, entonado por una garganta que está en riesgo en los oscuros límites de la profundidad, pero que aporta lo que ese ser humano que la entona precisa para sobrevivir: superación del miedo, valor para dar un nuevo paso en lo oscuro, rescatar esperanzas milenarias compartidas con los oyentes y entregar la fatiga en el abrazo con la piedra.

Zenda adelanta las primeras páginas de La taranta minera. El canto de la roca, de Fanny Rubio (Huso Editorial).

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I. LA MINA, LA TARANTA Y LA URBE

Al recorrer la historia de mi ciudad, Linares, José Cabo Hernández nos habla de los «antiguos cantos de Linares» donde a partir de 1563 y hasta 1567 se registran cuarenta y dos minas, treinta y tres de las cuales están en su término y el resto se ubica en Baños, Vilches y Bailén. Cabo se refiere al gremio de plomeros, que poseen, históricamente hablando, rebajas fiscales, están exentos de servir en el ejército y aumentan la actividad económica en su entorno formado por arrieros, esparteros, comerciantes, taberneros, carboneros, leñadores y funcionarios. Linares era, con relación a Almería, un importante precedente, tal y como informa Serapio Aravaca en 1851, al estar «la mayor parte de los vecinos de esta villa dedicados a los trabajos de las minas desde tiempo inmemorial».

Decir «tiempo inmemorial» es decir coloquialmente «de toda la vida». Estas fuentes añaden que entre los mineros de Linares están los más instruidos de toda España. Y es en esa cantera donde se fija el útero de la taranta, que se une a la afición legendaria por el cante y el baile de la ciudad, un ritual jaranero suprimido en el pasado por determinadas autoridades eclesiásticas que no pudieron impedir que trabajo incansable y cante quedaran íntimamente unidos a la ciudad minera.

Linares fue filón minero desde que Orisón, rey oretano, controlara desde Cástulo cuarenta kilómetros de minas de plata y defendiera las minas ante Amílcar Barca, padre de Aníbal, en el año 229 antes de Cristo. Su descendiente recibirá como dote, por desposar a Himilce, la mina Baebelo o Palazuelos, cuyos yacimientos argentíferos son codiciados desde entonces. A la sombra de esas minas se libraron las batallas de los reyes oretanos contra Cartago, las guerras púnicas de los cartagineses contra Roma, las de la Reconquista en su lento avance por las tierras del sur hasta 1492, las de la ocupación francesa en el siglo XIX. La sombra de las minas alimentó la ambición de quienes guerreaban en la cara sur de Sierra Morena, condicionando el futuro de Hispania, de Al-Ándalus y Europa. La sombra de las minas estimuló indudablemente el crecimiento demográfico de la zona. En un tiempo se vinculó la vida de las minas con el reino de Granada, una vez detenidas las explotaciones de Almería como consecuencia de la guerra de las Alpujarras y ante la petición al rey, en 1574, de que se permitiera adquirir esclavos moriscos, que también llegaron a Linares para ser empleados en las minas, aunque fueron rechazados por los encargados de la contrata. Después llegaron trabajadores libres procedentes de Almería y a partir de ese vínculo se practicó una cierta itinerancia entre las tierras almerienses y giennenses. Y con ellos llegó el cante de tarantas, la lucha con la roca, el miedo al derrumbamiento y el diálogo suspendido con el compañero, como aquella taranta del siglo XIX, Barrenando un barreno:

Ay barrenando un barreno
en la mina los quinientos
mare de mi alma
ay barrenando un barreno
se me partió la barrena
y le dije a mi compañero
ya se siente la cadena
señal que viene el relevo.

En la paradigmática novela del denominado realismo social de los años cincuenta, La mina, de Armando López Salinas —finalista del premio Nadal en 1959 y publicada en 1960—, uno de los pasajes más citados por la crítica hace referencia al polvo que levanta en las entrañas de un pozo el uso del barreno:

La tromba de humo le había sorprendido caminando por un descenso muy por bajo de la galería de transporte. […]. Los hombres cantaban, «se quejaban» durante la faena. Al cabo, el humo de la gelatita llenó los corredores hasta cegarlos.

«Los hombres cantaban». Y al cantar más fuerte recuperan el coraje que les falta cuando sienten miedo.

Mientras leemos lo escrito en nuestra lengua con referencias a lo sufrido y lo cantado en tierras de minas, imaginamos cómo ha sido el entorno laboral de los protagonistas, pero al mismo tiempo el origen de las voces de un cante primordial. Todo un viaje en el triángulo minero del sur de España que tiene en el flamenco el vehículo folklórico adecuado con una buena cantera de cantaores de núcleo duro. José Cabo nos habla del cante de las minas en Linares antes de mediados del siglo XIX «y aún antes, lo que consecuentemente anula la posibilidad de que sea Murcia el lugar de origen… Sin tradición minera anterior a 1840 en Murcia», insiste Cabo, «sería precocidad tanto más improbable cuanto las explotaciones levantinas de carbonatos se efectuaran al aire libre, particular minería “de capazo y legón”». Son referencias muy específicas con las que se analiza el origen de este cantar minero subterráneo, sin desdeñar las labores propiciadas en Cartagena, aunque, al parecer de Cabo, sean más escasas.

La itinerancia de sus cantaores es como la de los mineros, con idas y venidas por los paisajes de las chimeneas. Este periplo habla también de la precariedad del contexto y de la necesidad de estos cantos que encierran una potencia inusitada de música y sentío. Antonio Murciano insiste en la importancia que cobra por el poder dramático o amatorio de estas letras el sujeto-cantaor:

Pa cantar bien la taranta
tres cosas son menester:
una mina en la garganta,
que a uno le mine un querer
y ser minero el que canta.

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Autora: Fanny Rubio. TítuloLa taranta minera. El canto de la roca. Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros, Fnac y Casa del Libro.

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