Qué absurdo que para estar cerca haya que estar lejos.
O cuando cada mañana L. te mandaba fotos de las ardillas mientras corría por Central Park pensando en ti. O cuando N. te envió la imagen de aquellos peces desde el acuario del zoo en recuerdo del que tienes en casa, con ese mensaje lleno de burbujas de amor: “Quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera…”. O cuando R. te regaló el dibujo de un sol justo cuando se sucedieron los meses más lluviosos desde que se hicieran los cálculos pluviométricos.
Dos corazones que laten, aun a tanta distancia, pueden expresar más que dos cuerpos abrazados. Lo sabes bien: es la termodinámica de las relaciones.
Pero la vida se va difuminando y se acaba por asumir que los autobuses se desplazan sin que nadie te diga adiós desde el asiento de atrás. Que hay que dejar que pasen las ardillas, los peces y también la lluvia. Y si acaso también pasar página de la literatura; y volver, una vez más, a los versos de Margaret Atwood: “A la porra la poesía / es a ti a quien deseo: / tu sabor, la lluvia en tu cuerpo, mi boca en tu piel”.
Escuchas a Mcenroe : “Extraña forma de vivir estar pensando siempre en ti”.
Escuchas a Lori Meyers: “Empiezo a pensar que no hay un día que no quiera verte”.
Escuchas a Christina Rosenvinge: “Qué difícil es guardar la distancia adecuada / Me muero por estar contigo al natural”.
Todas esas canciones que has cantado mil veces en bucle cuando corres (aunque tú no corres, tú huyes).
Sin embargo, no olvidas que una mañana ella te quitó un punto negro en la espalda y te abrazó por detrás.
A la porra la poesía.
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