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La transparencia del mal

La transparencia del mal

Cuando un escritor de la talla de Andrea Camilleri deja dicho con voz clara que él está muy lejos de alcanzar a Sciascia, sabiendo que otro escritor al que admira, en este caso Manuel Vázquez Montalbán, dijo refiriéndose al admirado que aún quedaba en Europa un gran escritor político, ya puede hacerse uno una idea de lo que se le viene encima. Porque habrá que convenir que hubo otros antes que él, pero ninguno como él. Él es, claro, Leonardo Sciascia (1921-1989), y si hacemos caso a los números redondos, estamos en las celebraciones del centenario de su nacimiento en Racalmuto, Sicilia. “Vertebrado por el racionalismo ilustrado, Sciascia denunciaba la esclerosis de la retina crítica y proponía una nueva mirada. La novela no es otra cosa que la propuesta de una mirada sobre la realidad reorganizada mediante las palabras», concluye Montalbán. Sciascia el arquitecto, Sciascia el noble, Sciascia el honesto. Sciascia, el único.

"Las novelas de Sciascia no otorgan demasiadas concesiones a ese mundo criminal que las alienta, pero sí contienen numerosas sorpresas"

Entrenado en la media distancia, la literatura del autor de A cada cual, lo suyo y Todo modo persigue trasladar a su Sicilia amada las artes mayores de los mayores escritores de ficción noir, aunque refinados para ajustarse al ambiente opresivo y violento de la isla mediterránea en la que campa por sus respetos la Cosa Nostra, germen de la Mafia con mayúsculas. Críticas sin paliativos de una sociedad dominada por la ley del silencio y nutrida hasta el tuétano por la vileza que trae consigo la mentira, la connivencia y las sangres siempre vengadas, “aquí, en la tierra de los celos y el honor”, las novelas de Sciascia no otorgan demasiadas concesiones a ese mundo criminal que las alienta, pero sí contienen numerosas sorpresas. La más lacerante para el lector común es el escaso interés que tiene el escritor en resolver exitosamente las tramas, entendiendo por éxito su resolución. Poco importa, pues lo que queda resuelto es la imposibilidad de deshacer sin riesgos la madeja urdida por los poderes que la enredan, léase iglesia, estado, capos, vecinos o todos ellos al unísono, ya incapaces todos de seguir los contornos de los culpables. La vida, dicho sea de paso, no se acerca a la ficción pueril en la que todo queda resuelto. No, la vida es un suceder de puntos y comas, algún punto y seguido, y un punto y final que nada guarda parecido con una conclusión decente de la existencia. Y Sciascia es un escritor realista. No pidamos imposibles. Lo sé, no corren tiempos para finales abiertos, pero concluir el artificio desde la perspectiva disneylandiana a la que nos tienen acostumbrados el mundo serial televisivo y algunos superventas adocenados no es el estilo de nuestro autor. Falsamente policíacos, los argumentos de Sciascia se asemejan más al natural devenir del mundo que a las fantasías ficcionales que tratan de apresarlo.

A cada cual, lo suyo (1966), por poner el caso: he aquí una obra que traslada al ferragosto de un aburrido pueblo siciliano la historia de un farmacéutico que recibe un anónimo en el que se le amenaza de muerte y al que, sin embargo, no da importancia. Las reglas del género dicen que morirá, y así es, muere junto a otro respetable lugareño. El despiste en la investigación se generaliza, pero un anodino aunque culto profesor de instituto, Laurana, sigue una pista que tal vez conduzca hasta el asesino. Que se resuelva el caso es lo de menos. Lo que importa es el análisis del trasfondo que ha servido de humus para que prospere el mal.

"Como en El nombre de la rosa de Eco, en ese ambiente pacífico se produce algún que otro asesinato insospechado, lo que da lugar a la investigación policial y a las elucubraciones más inquietantes"

Así ocurre también con Todo modo (1974), en la que un desocupado y reconocido pintor se topa con un hotel edificado por un tal padre Gaetano en torno a una ermita, y decide hospedarse allí unos días, mientras van apareciendo algunos jerarcas de la política, la prensa, la industria, la banca y la Iglesia —el heptaedro perverso— para meditar. Como en El nombre de la rosa de Eco, en ese ambiente pacífico se produce algún que otro asesinato insospechado, lo que da lugar a la investigación policial y a las elucubraciones más inquietantes que mantienen en vilo al lector hasta el final, o hasta el punto y seguido. De este encubierto homenaje a La carta robada de Edgar Allan Poe en forma de manuscrito lanzado al mar de sus posibles lectores (aquí pintor y lector se confunden) se ha dicho que “no es sólo una novela virtuosamente concebida y escrita, sino además un alegato implacable, una expresión del asco de Sciascia a una clase política profundamente cínica”. Poco importa que el núcleo de la crítica vaya dirigido, sin nombrarla, contra la Democracia Cristiana, pues siempre habrá poderes corrosivos en la sociedad y habrá que destaparlos, sin duda en entornos en los que “la convivencia civil se corrompe cuando los intereses más turbios contaminan la gestión de lo público, cuando la frontera entre éste y los negocios privados se diluye favoreciendo la patrimonialización del Estado por parte de grupos de poder, cuando la injusticia se instala en el corazón del Estado de derecho”. ¿Les suena? La novela acabaría adquiriendo tintes proféticos, pero esa ya es otra historia.

Leonardo Sciascia, el vislumbrador de la transparencia del mal, ése que tan pronto surge en un pueblito de Sicilia como en una sala capitular del Vaticano. Es Sciascia, y hay que leerlo. Nos hace mejores y, desde luego, menos ingenuos.

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Autor: Leonardo Sciascia. Título: A cada cual, lo suyo / Todo modo. Traducción: Juan Manuel Salmerón / Joaquín Jordá. Editorial: Tusquets Editores. Venta: Todostuslibros

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