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La vida bien mirada: ni mala, ni falsa ni infeliz

La vida bien mirada: ni mala, ni falsa ni infeliz

Polvo en los zapatos (Menoscuarto, 2023) comienza con una cita de Claudio Magris donde compara la literatura con un buitre, puesto que puede alimentarse de todo. Después, hay otra menos resultona, o menos brillante, si se quiere ver así, pero más profunda, que reza: «Tal vez, al fin uno sea la suma de sus máscaras». O hipocresías, añadiría; e hipocresías, ahora, sin ánimo de ofender. Lo explico.

El diario de Manuel Moyano, escrito entre 2018 y los veinte primeros días de 2020, es un diario donde, en realidad, él no se muestra quién es y tampoco, como defendería Guido Finzi en el prólogo que escribe Miguel Sánchez-Ostiz, en lo que se ha convertido, sino que revela qué quiere que sepamos de él. Por ese motivo, el buen diarista es para sus lectores el actor de su propia vida. Un diario escrito así, no lo voy a dudar, es literatura, incluso si no alcanza el listón de una novela autobiográfica.

"Moyano no será nunca, por mucho que la realidad se empeñe, el secretario del Ayuntamiento de Molina de Segura. Ese es su trabajo, pero según su diario, ningún día entra a trabajar"

Una explicación. La palabra actor significaba en griego hypokrites. El actor en que se ha convertido Manuel Moyano dedicará su esfuerzo a satisfacer su apetito vital. ¿Cómo? Recogiendo los detalles de su vida sin permitir que se le escape ninguno, sobre todo los que puedan sorprender al lector. De esta manera Moyano captura en papel durante el día, en una libretilla según él, como si fuera un mirón de su vida, parte de sus rutinas y pensamientos, de sus reflexiones en torno a la cultura y los escritores con los que se relaciona, de sus paseos en bicicleta, de sus viajes y descansos con su mujer, en definitiva, Moyano es un mirón que trabaja para otros mirones, o nosotros, los lectores de diarios. Moyano no será nunca en Polvo en los zapatos, por mucho que la realidad se empeñe, el secretario del Ayuntamiento de Molina de Segura. Ese es su trabajo, pero según su diario, ningún día entra a trabajar. Qué hipócrita: es el poder de la ficción.

Afirmaba hace unos días Aloma Rodríguez algo que relacioné enseguida con las entradas de este diario. La escritora maña aseguraba a su editora que cuando viajaba con sus hijos siempre tenía esperanzas en el viaje. Pero no para que sucediera algo, sino para que hubiera un cierre, para que «tuviera yo la revelación de lo que tenía que hacer» y escribirlo: cerrar el relato. Polvo en los zapatos está plagado de excelentes cierres escritos con maestría: la anécdota del canal de evacuación en Marrakech, las impresiones en Fez sobre la pareja que se hizo de oro cosiendo penes a unas gorras, la retahíla de pensamientos que desembocaron en su cuadernillo después de ver La La Land, incluso las idas y venidas a los saraos y bullicios literarios de Murcia y alrededores. Cierres épicos como el que escribe sobre un observador de nubes, Jorge Fin, que es un cloudwatcher particular que usa los tubos de cartón de los rollos de papel higiénico para mirar y observar nubes y que «disfruta de la contemplación sosegada del mar a la espera improbable de que aparezca frente a nuestra playa mediterránea el iceberg perfecto». Mucha risa y sobre todo mucha naturalidad.

Polvo en los zapatos, escrito por un lector como Moyano, también es un repositorio de indispensables libros de literatura y autores consagrados: Cunqueiro y Perucho, Umbral o Vila-Matas, Ray Loriga, Miguel Ángel Hernández, Walter Benjamin, Hugh Williams, Zarraluki, González-Ripoll, Bioy Casares… Y así hasta la extenuación. La manera con que engarza su realidad literaria con su vida y actuación a lo largo de las páginas es realmente genial.

"Ayuda a cumplir con todas las palabras de Epicteto. Cotidianamente nos ha presentado las delicias que colman sus días, pero sin olvidar los miedos diarios que, según para qué personas, o purifican o llevan al suicidio"

Hay autores de diarios a los que les ocurren cuatro cosas y se dedican a escribirlas de tantas formas como creen conveniente hasta que acaban el libro. Son recurrentes, manidos y cansinos. Trillan tanto los mismos detalles que aburren. Este defecto no se encuentra en ninguna de las páginas de Polvo en los zapatos. A Moyano no le han pasado cuatro cosas que cuenta una y otra vez. Qué va. Moyano te habla de la Orospeda para saltar al diario de Bioy Casares, donde no dejó títere con cabeza, por ejemplo. O abre el desván donde guarda su bagaje cultural —que es un espectáculo—, que es el que acarrea una persona leída y nacida en el 63. Incluso te conmueves cuando relata la muerte de su padre, así, de esa manera, como si fuera Epicteto: «Deja que la muerte, el exilio y todo aquello que parece terrible se presente cotidianamente ante tus ojos, pero sobre todo la muerte, y nunca pensarás en nada indigno ni desearás nada de forma desmedida».

El diario de Moyano ayuda a cumplir con todas las palabras de Epicteto. Cotidianamente nos ha presentado las delicias que colman sus días, pero sin olvidar los miedos diarios que, según para qué personas, o purifican o llevan al suicidio. Moyano no teme la muerte y por ese motivo la narra muy bien, incluso se acuerda de Wittgenstein: «El miedo a la muerte es signo de una vida mala, falsa e infeliz». Pues ni vida mala, ni falsa ni infeliz es la que nos enseña Manuel Moyano en esta actuación estelar. Enhorabuena. Sin duda, para Moyano «llevar un diario y verse obligado a publicarlo regularmente ha sido la mejor escuela de escritura, ya que no hay más remedio que sobreponerse a la pereza».

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Autor: Manuel Moyano. Título: Polvo en los zapatos. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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