Inicio > Libros > Narrativa > La vida, en su vocación creadora de ficciones

La vida, en su vocación creadora de ficciones

La vida, en su vocación creadora de ficciones

El teatro es fascinante porque es muy accidental, tanto como la vida

Con esta acertada cita de Arthur Miller se apagan las luces de la imaginaria sala, se nos abre un telón Azul París e iniciamos, como lectores/espectadores, un viaje dedicado al amor y al teatro, a los atardeceres de Madrid, al tiempo no sé si perdido de un París de leyenda, y a todo lo inesperado.

En su nueva y esperada novela, Antonio Gómez Rufo no solo despliega su ya conocida maestría en el arte de la prosa, sino que ofrece al lector o lectora un juego de espejos donde reflejarse en varios planos, varios caminos, varias tangentes en las que fluir directo a esas decisiones, a esas emociones que marcan el sentido de nuestros días. Incluso llega a plantear sin plantearlo el tan actual asunto del multiverso. El lector/espectador o la espectadora/lectora puede entrar y salir de una realidad a otra, que es lo que solemos hacer a diario los actores y actrices cuando entramos en una sala de ensayo o un pisamos un escenario: saltar en el tiempo y en el espacio, para más tarde volver a adoptar la otra personalidad —la que se supone es la real— con la que regresar dócil y burgués a casa. O ya no hacerlo.

"A eso está dedicada la novela, a ese vivir al borde del acantilado, al saltar sin paracaídas, al proceso teatral"

A los que nos dedicamos a ser otras y otros —bendito fácil y difícil juego— y a quienes nos sufren o disfrutan a los cómicos en butacas o sillones en casa nos ha dedicado Gómez Rufo esta maravillosa novela. Como lo uno y como lo otro la he disfrutado mucho. Quiero decir, como lector y como cómico. Sobre todo como esto último, porque he creído estar en todo momento formando parte de ese elenco dirigido por Hugo Montalbán, un personaje con el que me he visto también reflejado, quizá por tener más o menos la misma edad, esa en la que uno se da cuenta de que ya no está quizá para Revoluciones. Paradójicamente esto último porque es precisamente la Revolución —así escrita, en mayúscula— lo que se ha de plantear cada cual al poner en escena cualquier texto, si es que se pretende que funcione el asunto ante el respetable publico. Quizá también reflejado con don Hugo, por coleccionar más o menos las mismas reflexiones vitales y artísticas. Quizá porque también vivo o sobrevivo, como Montalbán o casi todos los Montalbanes que seguimos apasionados con nuestro oficio teatral, en el poliedro. Es decir, dirigiendo y escribiendo, cuando no toca pisar un plató, un escenario o la oficina del SEPE.

Al continuar adentrándonos en sus páginas, como si fuésemos uno más de los integrantes de la Compañía Teatral de Hugo Montalbán, compartimos con cada uno de los actores y actrices su delicada y fascinante vida. Porque así resulta ser la vida de los que transitamos en el noble oficio artesanal del Teatro, ese que te mantiene alerta para no perder al niño con todo el sufrimiento que eso mismo produce a todo adulto, inexorablemente unido al kafkiano mundo de las facturas, de los despachos, de las pensiones a exmujeres, de las multas municipales y otras tantas cuestiones burocráticas. A eso está dedicada la novela, a ese vivir al borde del acantilado, al saltar sin paracaídas, al proceso teatral, que es el vértigo o veneno más poderoso que existe. Quien lo probó lo sabe.

"La obra de teatro que ha escrito y dirige Hugo Montalbán nos lleva al París de la Francia ocupada por los nazis, la de dos mujeres supervivientes del horror del campo de concentración de Auschwitz"

La compañía está formada por un reconocible grupo de soñadores que sudan, se desvelan, sufren para encajar las dos vidas que se viven: la de la obra que se sabe y se ensaya, y la de cada una de las respectivas casas, que se desconoce e improvisa. Y es que, tal y como nos recuerda Gómez Rufo en sus páginas, “la profesión de actor, aunque parezca un juego, es de las más difíciles, porque se estrella de plano con la esencia misma de la persona, esa unión de materia y de espíritu, cuerpo y mente, entidad física e inteligencia. La inteligencia entendida como conocimiento, costumbre, cultura y habilidad, también como emotividad, como sensibilidad”.

La obra de teatro que ha escrito y dirige Hugo Montalbán nos lleva al París de la Francia ocupada por los nazis, la de dos mujeres supervivientes del horror del campo de concentración de Auschwitz, la de su regreso a esa casa que ahora está ocupada por otra familia. Todo ese viaje dentro del viaje a París es una metáfora posible, todo ese Azul que envuelve a la belle lumière también. En una época nada metafórica, Gómez Rufo nos devuelve ese ingrediente tan fundamental, así en el Teatro como en la Vida, que es la propia metáfora. El Teatro como reflejo y traducción de la vida, también como terapia poética. Soñar que se vive en París. Vivir en Madrid un sueño Azul. Caminar entre una novela, una ciudad o dos, y una obra de Teatro. Si Montalbán sucediera en las tablas no pensaría, largaría soliloquios a la altura de un Hamlet castizo con aroma a libro de la cuesta de Moyano, pincho de tortilla, whisky y tabaco rubio americano, que es como han de oler los príncipes de ese chulapo Elsinore llamado Madrid, cuando se dedican a la literatura o al teatro.

"El autor se ha parado a calibrar cómo ha afectado a nuestras emociones todo lo que nos está sucediendo sin control ni medida"

Una novela de Gómez Rufo siempre suele ser una nueva invitación a Madrid, aunque en esta ocasión nos despiste con el título. Porque, que no se nos olvide, leer a Antonio Gomez Rufo, cuando Madrid es uno de los personajes protagonistas —o sea, casi siempre—, es como contemplar un cuadro de Antonio López. Los dos maestros hacen del realismo algo poético de un modo elegante, sin barroquismos estéticos, morales ni literarios, tal y como siempre resuelven sus obras los genios en cada uno de los ámbitos: sin que se note. Ambos Antonios se intercambian el arte de sus artes. Eso pienso esta mañana en la que he cerrado el libro o el telón, tras concluir la última página. Que López hace literatura con sus obras pictóricas. Que Gómez Rufo cuadros poéticos y realistas con sus palabras. Que ambos hacen de Madrid un vínculo cuántico con sus narrativas, con sus éticas, con sus estéticas, ejerciendo con diferentes herramientas esa literatura que defendía Umbral, y que resulta ser la que supone ver las cosas a través de otra cosa. Sólo unos pocos tienen ese don. Gómez Rufo y tres o cuatro más, en los últimos cincuenta años de la historia de nuestra literatura. Los cuales serán los únicos que seguirán siendo leídos y releídos dentro de mucho, mucho tiempo, cuando ya todos los que cuentan con decenas de miles de seguidores en las redes se conviertan en anécdotas fugaces, relatos olvidados de ese nuevo humo denominado algoritmo.

No le pasará eso a Antonio Gómez Rufo, ni mucho menos a su/nuestro Azul París, ya lo verán. Porque es una obra literaria única que se nutre de la propia vida con el teatro como pretexto o texto. “La vida, en su vocación creadora de ficciones, construye situaciones increíblemente adecuadas para una obra literaria”, nos dice el autor. Y también nos ofrece una reflexión sobre estos tiempos que nos toca vivir a quienes ya cumplimos una edad que nos coloca en el ecuador del viejo y el nuevo mundo tecnológico, multiversal, pandémico, bizumístico, tiktokero, rosalío y no sé qué leches más. Incluso una invitación a volver a mirar las calles y el devenir de la gente con detenimiento, a regresar al goce del ejercicio contemplativo sin dejar de estar, en el día a día, activo. Porque nos muestra también, en estas azules y parisinas páginas teatrales y madrileñas, un retrato prodigioso de nuestra época. Esta misma que estamos viviendo desde un poco antes del acontecimiento que ha cambiado por siempre nuestras vidas en cualquier Azul, en cualquier París de nuestro planeta. El autor se ha parado a calibrar cómo ha afectado a nuestras emociones todo lo que nos está sucediendo sin control ni medida, a nivel tecnológico o platafórmico —tanto si me permiten o no este término y los de un poco más arriba—, así como pandémico o cosmológico. Lo ha hecho sin subrayar, sin acentuar —esto creo que ya lo he dicho—, sin indicarnos con explicaciones innecesarias. Dándonos, una vez más, toda una lección de elegancia y sabiduría, no sólo como escritor, también como persona. Su novela, ya toda nuestra, es un regalo a los espectadores y creadores teatrales, haciéndonos ver cómo el arte de Talía es quizá el mejor de los refugios para volver a reunirse, a equivocarse, a reflexionar, a sentir, a unir los labios, a unir y desunir los cuerpos. A vivir, en definitiva, cuando es casi imposible poder hacerlo en la propia vida.

"Azul París es una esperanza. Nos devuelve a ese tiempo en el que todos tenemos la capacidad de comprender lo que nos habita o rodea"

Leer a Antonio Gómez Rufo es regresar al auténtico pulso de la vida. Volver a respirar con el tiempo preciso. Pasear en el Madrid de cualquier época. Coleccionar rostros, adentrarse en sus emociones. Volver a vivir la vida con ese tiempo que un día celebrábamos, disfrutábamos y que este tiempo o no tiempo de plataformas, redes, pandemias y otras tantas atrocidades, nos ha casi arrebatado. Gómez Rufo nos devuelve el aire Azul, el tiempo París, nos coloca en la vida tal y como se ha de vivir, tanto en la reflexión y en la acción como en el sentimiento y en el beso. Con calma, pero con coraje.

Uno avanza en la trama en vínculo constante a esa voz interna de Hugo Montalbán, a ese corazón con cicatrices, a esa mirada para nada arrepentida, a esa voz interna y certera que dice cosas como que es “España el país que mejor olvida a sus artistas y mejor alaba a sus muertos cuando se asegura de que ya lo están”. La lectura de cada capítulo nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el tiempo que deberíamos reencontrar, justo cuando parece que estamos perdiendo la batalla al tiempo.

Azul París es una esperanza. Nos devuelve a ese tiempo en el que todos tenemos la capacidad de comprender lo que nos habita o rodea, ese tiempo cuyo pulso es más acorde al latido de los corazones en calma. Azul París nos recuerda que es posible respirar la vida incluso siendo personajes de esta tercera década a veces tan distópica. Por tanto, Azul París es una de esas novelas que no sólo se disfrutan sino que también te restablecen con el ritmo interior y el de la vida de fuera, tal como tiene que ser. Por ello esta novela, y no me da pudor decirlo, es un refugio, como lo es el propio Teatro. Y por tanto, como lector y como cómico, solo puedo levantarme de mi butaca para aplaudir con ganas azules y parisinas, al caer el telón en la última página.

—————————————

Autor: Antonio Gómez Rufo. Título: Azul París. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros

3/5 (1 Puntuación. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios