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«La vieja guardia», otro salón recreativo para Charlize Theron

«La vieja guardia», otro salón recreativo para Charlize Theron

Hay películas concebidas para que su estrella principal se luzca por encima de cualquier otra consideración artística. Y no es ningún secreto que Charlize Theron sabe hacerlo como nadie, tanto en escenas dramáticas como en tiroteos de cómic: no hay nadie que sostenga mejor un hacha o una ametralladora, tal y como hemos visto en Aeon Flux, Atomic Blonde o la suprema Mad Max: Furia en la Carretera.

En La vieja guardia Theron es Andrómaca de Cynthia (llámenla Andy), lideresa de un grupo de mercenarios inmortales a los que ahora se une Nile (una terrible Kiki Lane). Ella es una joven soldado fallecida en combate y, como los demás, resucitada, que nos introduce en un mundo de peligros justo cuando un nuevo enemigo propio de los nuevos tiempos surge para amenazar la supervivencia del equipo.

"En efecto, el mix de pasado, presente y futuro que maneja el guión de Rucka le explota en las manos a la directora"

Basada en un cómic de Greg Rucka y Leandro Fernández para Image, La vieja guardia es sin duda una iniciativa de la actriz y productora para, a través de Netflix, seguir cultivando una faceta profesional prometedora. A la vez, la plataforma de streaming parece haber encontrado en el cómic de Rucka, firmante de una muy buena etapa de Wonder Woman en el papel, una nueva palanca para acaparar la atención mediática en unos tiempos en los que el coronavirus ha menguado la calidad y cantidad de los estrenos cinematográficos en salas, incluyendo las grandes franquicias de cómic Marvel o DC.

La vieja guardia es, pese a sus particularidades, una película con todas las de la ley. También una que se pretende original sin serlo: a lo largo y ancho de su extenso metraje, la directora Gina Prince-Bythewood parece olvidar que un clásico ochentero como Los Inmortales, sin ser tampoco especialmente buena, ya logró sintetizar las ansiedades de un guerrero inmortal con mucho más sentido del humor, carisma y estilo que la presente. Son referencias que no parecen estar en su libro de estilo, como tampoco la más reciente Wanted (Se busca), ese memorable monumento al absurdo del ruso Timur Bekmambetov, también basado en un cómic —en aquel caso, del escocés Mark Millar— y cuya histeria, humor negro y exuberancia visual aquí simplemente brillan por su ausencia.

"En algún momento del proceso, la realizadora consideró que había que dignificar la acción con drama y más drama, provocando el gran contrasentido de una película incapaz de conciliar el absurdo de su promesa con sus propias metas"

En efecto, el mix de pasado, presente y futuro que maneja el guión de Rucka le explota en las manos a la directora, que fracasa a la hora de expresar el simbólico cruce de caminos de los protagonistas si no es recurriendo al melodrama. A lo largo de La vieja guardia —que, por cierto, dura más de 125 minutos—, sus protagonistas desvelan todas sus cartas en incontables conversaciones trágicas que remiten a la dinámica de una serie televisiva o un drama convencional, lo que delata el pasado de Prince-Bythewood en desventuras de sobremesa aroma indie como La vida secreta de las abejas o Beyond the lights.

Ese escaso entendimiento a la hora de mezclar folletín y acción, su continuo menosprecio de lo fantástico, así como el nulo sentido del humor de una película que trata de responder continuamente preguntas que nadie ha hecho, resta intención a un actioner cuya única noción de estilo —quizá un intento de aportar un toque femenino propio de los nuevos tiempos— es ilustrar las escenas de acción con canciones pop más propias de un probador del Zara.

Por supuesto, hay conceptos y escenas logradas en La vieja guardia. El tercer acto, donde por fin la película se lanza al vacío —aunque ligeramente—, el estimulante escenario de la iglesia francesa, oscuro y gótico… También el destino de Quynh, la compañera de fatigas —¿y amante?— de Andy, condenada a morir una y otra vez en las profundidades del mar, resulta abrumador y claustrofóbico, como también el digno trabajo del belga Matthias Schoenaerts defendiendo su personaje. Nada oculta la absoluta planicie de la dirección de Prince-Bythewood, el cúmulo de minutos de exposición malgastados en establecer reglas y motivaciones. En algún momento del proceso, la realizadora consideró que había que dignificar la acción con drama y más drama, provocando el gran contrasentido de una película incapaz de conciliar el absurdo de su promesa con sus propias metas.

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