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Las 10 mejores películas de William Wyler

Las 10 mejores películas de William Wyler

Se curtió tras las cámaras en decenas de cortometrajes filmados a lo largo y ancho de los años veinte, explorando el western, la comedia y el drama a partes iguales. Para mediados de la década siguiente, con el cine sonoro perfectamente instaurado, estrenó El detective, una obra extraordinariamente precisa comandada por John Barrymore que pronto le abrió las puertas al mundo de Hollywood, un mundo dentro del cual se convertiría, a lo largo de los 40 y los 50, en un auténtico tótem. Ganador de tres premios Oscar al mejor director —acumuló también nominaciones—, William Wyler fue uno de los realizadores más exitosos y versátiles del clasicismo cinematográfico estadounidense. A menudo considerado, a la sombra de Ford, como un artesano dado su extraordinario éxito comercial, a lo largo de últimas décadas han devuelto a Wyler el prestigio que merece como uno de los más brillantes cineastas de la historia. Hoy, en Zenda, llevamos a cabo la peliaguda tarea de elegir diez películas de entre su extensísima y portentosa filmografía.

Las 10 mejores películas de William Wyler

1. Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946)

2. Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958)

3. La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942)

4. La heredera (The Heiress, 1949)

5. Funny Girl (1968)

6. Vacaciones en Roma (Roman Holiday, 1953)

7. La calumnia (The Children’s Hour, 1961)

8. Ben-Hur (1959)

9. Desengaño (Dodsworth, 1936)

10. La loba (The Little Foxes, 1941)

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Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
11 meses hace

HORIZONTES DE GRANDEZA & WILLIAM WYLER.
Garci puso ayer Horizontes de Grandeza en Classics, así que me toca hablar de ella. La vi de chaval, poco después de su estreno, y por supuesto me gustó un montón. Es más, con los años se ha transformado en una de mis «debilidades» fílmicas, y me explico. Es evidente que no tiene el nivel de Centauros del Desierto, Solo ante el Peligro y Raíces Profundas, que son las tres primeras del American Film Institute, y también las mías, sólo que invirtiendo el orden. Por cierto, ya que estamos en este «juego», la sexta la pondría la cuarta, y en el vacío que deja colocaría La Diligencia; es que así nos entretenemos los cinéfilos.
En fin, que la que nos ocupa es de mis favoritas, por motivos estrictamente subjetivos, sin más. Ya entonces me chocó que Heston hiciera un papel (bastante) secundario, siendo así que era ya una estrella. Mi conjetura fue, y es, que al año siguiente filmó, otra vez con Wyler, Ben-Hur, ¡nada menos!, así que bien valía la pena ser segundo violín para Gregory Peck.
El guión no es para tirar cohetes, ni brillante, ni sorprendente; y no vas a escuchar frases brillantes; desde luego cualquier hijo de vecino, y el vecino mismo, adivina qué va a pasar p.ej. en el perfil romántico, en cuanto Jean Simmons y Gregory Peck se encuentran. Sí buscamos una poderosa escritura ahí está Solo ante el Peligro, con sustanciosos diálogos y un gran mensaje ético; así p.ej. el cínico juez a Coop: en el siglo V a.C. los atenienses expulsaron a un tirano, pero cuando este volvió con un ejército de mercenarios le abrieron las puertas, mientras que aquél liquidó a unos cuantos del (antiguo) gobierno …; algo parecido estuvo cerca de ocurrirme a mí en cierto lugar del Oeste (no de La Mancha). Lo que ocurre es que el pérfido Frank Miller va a volver al municipio, con unos cuantos «mercenarios», diestros con el seis-tiros. Y ese amiguísimo de Coop, Thomas Mitchell, que explica a los feligreses que hay empresarios norteños interesados en invertir en la villa, pero si se enteran de que en ella andan a tiros no lo harán; ¡ay! ¡poderoso caballero es don Dinero!, la prosperidad y Adam Smith están llamando a la puerta, por lo que ya se entenderá el consistorio con el nuevo sheriff, ¡y con el pérfido (tirano modelo Oeste) Frank Miller! En conclusión: lo mejor es que te vayas Will; esto es, que te largues con viento fresco y no nos metas en líos, que aquí estás estorbando, ya que no es lugar (ni tiempo) de héroes y honor, sino de emprendedores e industriales.
Sin embargo la trama y los diálogos Raíces Profundas tampoco son rutilantes, de hecho inferiores a los de nuestra obra, ¡y es de lo mejor de la Historia del Séptimo Arte! No es desde luego por Alan Ladd; si Peck siempre me ha parecido un artista limitado, con poco registros, nada versátil y que tiene como método para manifestar dramatismo e intensidad levantar la ceja izquierda (con mucha intención), Ladd me parece de lo peor de Hollywood, un rostro con reducidísima gama gestual, incapaz de reírse p.ej. (tampoco fuera de cámara).
La causa de la excelencia de Shane es, por supuesto, el hombre detrás (con …, Vertov) de la cámara, George Stevens. Igualmente para nuestro largometraje.
Entonces ¿por qué mi irremediable inclinación por éste?, pues por eso, por William Wyler. De los Grandes del Hollywood clásico (Ford, Hawks, Wyler, Stevens … Capra) mi favorito desde la juventud es George Stevens, pero ubico a Wyler casi al mismo nivel que Ford (para Garci será osadía creo), y Horizontes de Grandeza es una señal de ello.
¿Cuál es mejor, Los Mejores Años de Nuestra Vida o Horizontes de Grandeza? ¡Uf!, sería como escoger entre dos hijos, o entre Cameron Diaz (el cielo) y Julia Roberts (el paraíso) en La Boda de mi Mejor Amigo. Ambas llevan, a fondo, la marca de la casa Wyler: soberbias, adecuadas interpretaciones y pocos planos; lo último por el uso frecuente del enfoque profundo, y largas tomas. A veces pienso que Wyler es un director de perfiles, porque a menudo vemos así a los actores, en vez del sistema plano-contraplano. Pocos cortes, más intensidad, al sumergirse más el espectador en la historia, en los intercambios entre los personajes. Veo en esta predisposición técnica la larga huella de Gregg Toland (Ciudadano Kane). Así en la escena del bar, con el tenso diálogo entre Frederic March y Dana Andrews, los tenemos largo tiempo de perfil, y los actores del fondo bien enfocados; al final uno de ellos será el propio Andrews, hablando por teléfono: buena concepción, y ejecución con la cámara. Y el sobresaliente plano de Andrews en la cabina del avión que será desguazado, por fotografía, composición, ángulo de cámara, ritmo y trabajo actoral: te emocionas. Y Andrews y Teresa Wright cruzándose las miradas a distancia, durante la boda.
Aquí hay grandeza en forma y fondo, combinación no fácil, porque tenemos a un gran literato, Robert Sherwood. No es así en nuestro largometraje, pero el resto está bien patente. Un caso notable es la llegada de Burl Ives (inmenso, en todos los sentidos) a la fiesta de Brickford: todos los invitados están enfocados, por lo que participan en la acción (vemos a Jean Simmons susurrar al oído de Peck, quien es Ives se supone), son protagonistas, y si uno se equivoca, ¡a rodar desde el principio!
Wyler emplea casi siempre aquí una gran profundidad de campo, con lo que favorece y potencia la narración; con este método alcanza mayor fluidez, y claridad en lo contado; ¡y belleza! No olvidemos ésta, porque se trata de conseguir una obra de Arte. Es una película muy estética, con muchísimos encuadres que parecen (excelentes) pinturas.
Horizontes de grandeza es una muestra del estilo, personal de verdad, Wyler; y suelo mencionar momentos representativos de esta obra, esto es, de su reconocible modo de acometer un rodaje, a veces atrevido, teniendo en cuenta que se trata de un
producto comercial, de la industria de Hollywood.

*El comienzo, con la diligencia desplazándose por la pradera, por una de esas interminables llanuras del Medio Oeste, escenario primordial de muchas de vaqueros. Planos generales, panorámicos, de gran fuerza visual, y rematados con la llegada a la población, vista en la distancia. ¡Ah! y todo ello acompañado por una música ágil, vivaz, que te despierta, te anima a moverte a ti también; te sacude por si estabas algo despistado o aletargado, te fuerza a prestar atención: que esto empieza, muchacho, prepárate para algo gordo.
¡Ay!, ¡qué sería de muchos largometrajes sin el añadido de una banda sonora que los realza, les confiere brío y emoción. Ésta cumple su papel, pero no, no es la de Los Siete Magníficos, que no es la música de Marlboro, sino la de La Aventura (después va la de Los Cañones de Navarone, en el prólogo).
Por supuesto todos esos planos panorámicos (seguirán muchos) tan logrados tienen que remitirnos, forzosamente a Centauros del Desierto, La Historia más Grande jamás Contada, y, claro, Lawrence de Arabia. Esa llegada de Omar Sharif al pozo en el que se encuentran Lawrence y su guía, en un largo plano-secuencia …, no, no llega a tal nivel de calidad Wyler, ¡sería exigirla en exceso!
En fin exquisitez formal, estética, arte, Cine …
*La citada irrupción de Burl Ives en la fiesta de Terrill: profundidad de campo, tomas largas.
*La vuelta al rancho del «extraviado» Peck, y los gritos histéricos y de alivio de Caroll Baker (está muy bien, algo que qui´zas no esperábamos). Y luego, ¡cómo no!, el desafío de Heston a Peck, ¡que es una de vaqueros! Hombre contra hombre, dos machotes disputándose la hembra, típico/tópico, mil veces visto, pero aquí bien rodado, con encuadres que incluyen a todos los participantes, e interpretado.
*La pelea a mamporros entre los dos machotes, vista desde lejos, muy lejos …; ellos dos como figuras insignificantes (¿como el motivo de la trifulca?) en la inmensidad del paisaje (The Big Country); como si fueran hormiguitas, peleando por algo sin transcendencia, y estudiadas en su comportamiento como lo haría un zoólogo; sólo que aquí sería un antropólogo cultural, en este caso un realizador cinematográfico. De nuevo una elección muy peculiar de los encuadres y las figuras en ellos, ¡estilo Wyler!
*Brickford cabalgando solo, decidido, empecinado, hacia el Cañón Blanco; poco después se le une Ben-Hur/Moisés/Juan Bautista/Miguel Ángel/Presidente Andrew Jackson/Marco Antonio/Cardenal Richelieu/Buffalo Bill/William Clark/El Cid/Thomas Jefferson/Gordon El Chino/Long John Silver/Sherlock Holmes/Brigham Young/Abraham Lincoln/Joseph Mengele/Tomás Moro/Enrique VIII (¡uf!), y paulatinamente el resto de sus vaqueros. Y comienza a sonar esa animosa, dinámica ´música que acompaña a los jinetes, que los empuja hacia esa incierta lucha que les aguarda. Otra vez lo esencial del acompañamiento sonoro, como en Los Siete Magníficos, para alcanzar/representar la Épica. Inolvidable.

*Peck está ya en casa de Burl Ives, y se huele que algo no marcha, la situación le mosquea porque barrunta que Jean Simmons está en peligro, aunque ella lo niegue insistentemente, de modo que, fijándose en el grandullón y brutote Chuck Connors, lenta, parsimoniosa y resueltamente anuda las bridas al cuerno de la silla y, ante el gesto de consternación del vaquero mejicano, se baja del caballo … El resto es Historia del Cine; uno de los grandes momentos/imágenes del Séptimo Arte, y es puro «toque Wyler», el hombre tras/con la cámara, el que la mueve (hilos): ha pasado de un plano general, con todos los caracteres enfocados, a uno medio, casi primer plano de Peck: decidido, firme, dispuesto a todo por salvar a la chica, aunque lo maten a tiros; lo dicho, lo de siempre, una del Oeste.
En ocasiones he pensado que esta escena debería ponerse en las clases de ética, con el sano objetivo de ahorrar tiempo, saliva y energía a los profesores que explican el imperativo categórico. Peck ha descubierto que la chica está siendo amedrentada, y tiene muy claro lo que un Hombre (ein Mensch, El Apartamento) debe hacer: intervenir, rescatar, resolver el embrollo, es la llamada del Deber (das Sollen).
En Peck (Wyler) no hay una milésima de segundo para dudar sobre qué es lo Correcto, Honesto, lo que hay que Hacer. Ningún resquicio para considerar: estoy solo y no tengo apoyos, mis posibilidades de salir airoso son ínfimas, pueden mandarme destinado al quinto pino, Chuck Connors y sus hermanos pueden hacerme fosfatina, me arriesgo a perder la pensión, a ir a la cárcel, a un expediente administativo, a que mi huesos realcen el color del Cañón Blanco, quizás me suspendan de empleo y sueldo, o me den un despacho sin vistas a la calle etc. etc. ¡No!, todas esas potenciales cavilaciones son obviadas, ignoradas, ante la urgencia de actuar, de ser Humano, de cumplir con el Deber, porque es patente cuál es en este embolado.
Una del Oeste, sí: Integridad, Coraje, Virtud, que viene de vir-viri… ¡Con la política hemos topado, amigo Sancho! Porque hemos arribado a terreno pantanoso, a arenas movedizas que pueden tragarnos y nunca jamás se sabrá de nosotros. Sí, un debate muy contemporáneo, ejemplificado en la bronca de Sam Elliott vs. Benedict Cumberbatch (el mejor de hoy, después de nuestro Bardem), por lo de la masculinidad tóxica; ¡peligro, vienen curvas!, esto es tangana «políticamente correcta». Tenemos que volver otra vez a John Wayne, el arquetipo del Hombre del Oeste (no el mío, pues soy de Gary Cooper y James Stewart): Te lo he dicho a ti Valance, ¡tú lo recogerás! …, ¿inténtalo, sólo inténtalo! Wayne mirando fija, retadoramente a Marvin, manos en el cinturón con el revólver, en actitud desafiante hiperchulesca; Stewart observando e interviniendo luego, y detrás de la cámara, moviendo lo hilos, Ford. Historia del Cine.
Sí, otro tipo de cine, otra época, otra visión de lo masculino; así que del séptimo arte hemos saltado a la moral, y de ésta a la política, pasando por el bajito de la Montaña del Rey.