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Las columnas de Ginzburg: maduras que no caen del árbol

Las columnas de Ginzburg: maduras que no caen del árbol

Sin prisa y sin ansiedad, dice Natalia Ginzburg, escribió este florilegio de artículos publicados en La Stampa y en el Corriere della Sera. Traducidos por Ana Ciurans, se recogen en Vida imaginaria (Lumen, 2023), un volumen que demuestra cómo la escritora hacía sangrar la fragua de su escritura hasta derrotar algunos prejuicios que corrían como escoria por el agujerillo de los desechos.

Las palabras de estos artículos fueron escritas con tinta azul de bolígrafo. En grupos de seis folios por artículo, Ginzburg los entregaba en una copistería para que fueran transcritos a máquina de escribir. Años 70. Así conformados, como pliegos de cordel, terminarían archivados en el A. G. (Archivo Ginzburg), como revela Domenico Scarpa al final del libro. Hay que decirlo ya: ¡con qué tesoro cultural comenzaba la década de los 70! Con qué serie de columnas literarias y políticas, ácidas y medulares, diseccionaba la ficción y la realidad Natalia Ginzburg.

"En la serie de artículos literarios, la escritora reflexiona sobre el quehacer literario de los autores que configuraron su modo de entender la ficción"

El primer artículo que aparece en Vida imaginaria fue publicado en octubre de 1970. Insistimos en la fecha porque han transcurrido más de cincuenta años. En ese intervalo de tiempo los artículos de Natalia Ginzburg no han caducado. El hecho no es baladí, reconozcámoslo, porque como escribía Alberto Olmos en un artículo reciente en Zenda, «Congreso secreto de columnismo mágico«, “se trata de ser leído siempre”. Los artículos de Ginzburg parecen escritos ayer, pero cincuenta años después. Quien los lea comprobará que trata asuntos más actuales que la sequía de ahora. Si mañana, por ejemplo, saliesen publicados en prensa «La condición femenina», de abril de 1973, y «Las mujeres», de junio de 1971, a Natalia Ginzburg, además de facha, la llamarían posmoderna, pero serían artículos actuales. Si Lumen consiguiese la publicación de ambos, por demoledores y colmados de sentido común sobre la condición de ser mujer y sobre el feminismo, las burbujas de la progresía ascenderían efervescentes. Solo faltaría eructar.

Natalia Ginzburg aprendió a escribir con Moravia. Lo cuenta al principio de Vida imaginaria. En la serie de artículos literarios, la escritora reflexiona sobre el quehacer literario de los autores que configuraron su modo de entender la ficción. La mayoría son sus contemporáneos: Biagio Marin, Alberto Moravia, Niccolò Gallo, Tonino Guerra… De Moravia escribió que “cuando era una chiquilla leí Los indiferentes a escondidas y tuve la impresión de que el mundo que me rodeaba, un mundo que me parecía muerto y embalsamado, de golpe se estremecía de vida (…). Leí Los indiferentes una y otra vez con el propósito expreso de aprender a escribir. Pretendía que se me enseñara a moverme en un mundo estancado, y Moravia me parecía el primer ser humano que se había puesto de pie y había echado a andar en dirección a la verdad”.

"Ginzburg nos invita a que continuemos inventando y construyendo mundos fantásticos, ambientando historias e introduciendo en ellas todo lo que se ama y todo lo que se odia"

En Vida imaginaria Natalia Ginzburg revela su admiración por hombres muy diferentes del resto, como Niccolò Gallo, que trabajó como lector editorial diciendo verdades crueles y siendo un hombre silencioso y solitario, pero con incontables amigos. O de Elizabeth Smart, escritora de un solo libro que nadie había leído y que fue y es una obra maestra: En Grand Central Station me senté y lloré. O de Bergman, al que siempre deseó expresarle la gratitud por sus películas, hasta que lo consiguió. Desde ese momento pudo cultivar su cabeza ovalada en el huerto de su memoria.

Este volumen también es un compendio de sugerencias sobre cómo escribir una novela. Entre los artículos literarios, Ginzburg desperdiga sus reflexiones sobre la escritura. Así, cuando escribe sobre Elizabeth Smart, compara y dice que “las novelas que se escriben hoy parecen inventadas y construidas con la fatiga inmóvil de una mente dormida”. Y ese hoy, sin duda, podría ser nuestro hoy. Ginzburg nos invita a que continuemos inventando y construyendo mundos fantásticos, ambientando historias e introduciendo en ellas todo lo que se ama y todo lo que se odia. Esa debe ser “una posibilidad de vida libre y generosa” para cualquier hombre.

"De matriz proustiana, Vida imaginaria alberga una verdadera ansia de libertad de escritura, entendida como la posibilidad de escribir sobre todo lo que se nos pasa por la cabeza"

De Goffredo Parise, otro escritor italiano, sentía envidia: “Siempre me daba la misma fiebre de envidia, de impaciencia y de inquietud que nos provoca el deseo de imitar el estilo de los demás”. Utiliza a Parise, por ejemplo, para describir el terror que sienten los escritores con los tiempos verbales: “No consigue escribir porque odia los tiempos verbales. Solo con pensar en escribir fue o bien iba palidece de asco (…). En lugar de fue prueba con fui, pero tal vez sea peor, porque la primera persona del singular le recuerda su propia imagen, imagen que le es más enemiga del mundo (…). Cualquier palabra que piensa le suscita una sensación indiscriminada de enemistad y levanta polvaredas. Yacer inmóvil sobre ese polvo le parece la única posibilidad que le queda al hombre”.

Vida imaginaria dedica páginas a cómo se gestó el libro, así como a la narración de curiosidades en torno a la edición de los artículos. Es cuando se vislumbra, por ejemplo, la dificultad que supuso titular el libro, y cómo algún párrafo le costó a Ginzburg tardes enteras.

Por último, en Vida imaginaria, y a modo de epílogo, el traductor Domenico Scarpa destaca el artículo donde la escritora expone con rotundos argumentos su posición ideológica sobre el atentado contra los atletas israelíes durante las Olimpiadas de Múnich en 1972. Un texto desgarrador que originó, en buena medida, este mismo libro.

De matriz proustiana, Vida imaginaria alberga una verdadera ansia de libertad de escritura, entendida como la posibilidad de escribir sobre todo lo que se nos pasa por la cabeza. Lo que ocurre es que Ginzburg, con su estilo, convertirá en universal su pensamiento particular, la leamos dentro de dos o dentro de sesenta años. Siempre será genial y siempre estará presente, como ahora, Natalia Ginzburg.

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Autora: Natalia Ginzburg. Título: Vida imaginaria. Traducción: Ana Ciurans Ferrándiz. Editorial: Lumen. VentaTodos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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