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Lectores «destroyer»

Lectores «destroyer»

Me voy a meter en un jardín del que probablemente salga trasquilada, pero es un tema que siempre me intriga, a veces me revienta y las más, hoy en día, me divierte. El último comentario que he tenido en mi novela Yo, que tanto te quiero me ha animado a escribirlo.

Cuando publicas, asumes que es imposible agradar a todos; cada lector es un mundo y son muchos los factores ajenos al propio libro que influyen: el momento, las circunstancias, el tiempo disponible, lo que de él se espera o le han contado, la opinión que le merece el autor, sus propias vivencias… En lo más hondo del corazón escritoril deseas que todo eso funcione a favor, aunque no es fácil.

"Tengo un vicio insano, lo confieso: tratar de entender y aprender de cada comentario negativo que me cascan"

Lo mismo le ocurre al lector cuando adquiere un libro: espera ―esperamos― disfrutar de momentos maravillosos, volar a otros lugares, vivir emociones intensas, evadirse. En definitiva, confías en que te agrade, a sabiendas de que no siempre sucederá. La experiencia como lector ayuda a acertar en la elección, y suelen ser pocos los desatinos.

Lo que ya no es tan normal, o al menos a mí no me lo parece, es que un aficionado a la lectura se equivoque de forma reiterada y llene su biblioteca de títulos que le parecen infumables. Y es más frecuente de lo que parece.

Tengo un vicio insano, lo confieso: tratar de entender y aprender de cada comentario negativo que me cascan. Para ello, suelo analizar el fondo y estudiar qué otros libros ha leído y valorado mi decepcionado lector. Me ayuda a poner el comentario en contexto. Es una labor ingrata, pero casi siempre saco enseñanzas, incluso consuelo. Y, a veces, sorpresas.

"De aquella época recuerdo un par en los que acabé descubriendo que los artífices del comentario eran compañeros que nunca me habían leído"

El vicio me viene de cuando empezaba en esto de tener los libros en digital. Allá por el 2011, en Amazon éramos pocos. Yo, después de dos aventuras editoriales dignas de optar al suicidio literario y no volver a publicar ―lo conté aquí―, me lancé a autopublicar en la plataforma, que entonces despegaba. Demandaba una dedicación brutal, siempre pendiente de las listas, las redes, los comentarios… La mayoría eran buenos; alguno regular; unos pocos, malos. Y la redacción de alguno de estos, sospechosa. En el paleolítico de la publicación digital los navajazos volaban. No sé a los demás, a mí los comentarios negativos me hacían pupa. Lo digo en pasado porque con el tiempo te acostumbras y lo llevas mejor. Pero la punzada, el aguijonazo del primer momento, siempre pica.

Ese picor, unido al tufo a podrido de algunos, me llevó a seguirles la pista un poco más allá, y así he seguido hasta ahora. De aquella época recuerdo un par en los que acabé descubriendo que los artífices del comentario eran compañeros que nunca me habían leído. Uno de ellos lo borró cuando se vio destapado. El otro no lo ha borrado, ahí sigue, pero el día en que al fin se me puso delante ―tuvo la osadía de venir a una presentación, comprar la novela que había despellejado unos años antes y pedirme que se la dedicara―, me esmeré en la dedicatoria.

Pero a lo que iba. Estas pesquisas me han llevado a descubrir un perfil curioso que pulula en este frágil ecosistema: el lector-reseñador destroyer. A mí es un personaje que me intriga. Entre sus signos identitarios destaco:

  • El anonimato: El sujeto prefiere ser invisible y que dé la cara por él un alias desinhibido y juguetón, muchas veces borde y faltón. Cruel, incluso. De vez en cuando cambia de nombre por si alguien sospecha su identidad. También conozco alguno valiente, que da la cara, aunque sé que se reprime mucho las ganas de dar caña, precisamente por la falta de anonimato, y ha desistido de reseñar libros de gente cercana.
  • La afición a la lectura, materia que le despierta interés suficiente como para perder el tiempo opinando con frecuencia en las plataformas y, por lógica, leyendo.
  • Una mala suerte a la hora de elegir lectura digna de estudio: casi todo lo que lee le produce urticaria, o ese es el rastro que deja. Es posible que solo deje opiniones negativas, aunque alguna buena se cuela.
  • El masoquismo: a pesar de su mala suerte, insiste en el vicio. A veces incluso repitiendo autor, a pesar de que, según él mismo, lo primero que leyó era infumable, odioso, insoportable.

Vamos al lío. Como decía al inicio, me aparece una opinión nueva: dos estrellas, suspenso, cachis en la mar. Miro a ver si ha escrito algo (ya no es obligatorio, creo) además de puntuar. El título de la opinión me tranquiliza: «Entretenida». Podría ser peor. Sigo leyendo: «Entretenida esta trilogía sobre esa familia tan desagradable». De entrada, me asaltan dos sentimientos encontrados: el primero, de asombro al ver que a pesar de la mala experiencia, se ha leído los tres libros de la trilogía, según indica. El segundo, de alivio: menos mal que solo ha opinado en una.

"Hablamos de lectores aficionados, no de profesionales que leen por trabajo sin opción a seleccionar"

Como se trata de aprender algo, medito y me digo que tiene razón: la familia Lamarc puede resultar desagradable, no es precisamente La casa de la pradera. Me envalentono: al menos le ha entretenido, aunque me quede en el suspenso. Me pregunto qué otras novelas le habrán gustado, por hacerme una idea de los géneros que le van, y oh, sorpresa, resulta que no solo no le ha gustado casi ninguna, sino que lo mío es para dar palmas. Resumo el resto de comentarios, casi todos con una sola estrella. En 2020 ha leído 6 libros con este triste resultado: «Vulgar», «Pesadísima», «Sin pena ni gloria», «Pesadísima», «Horrible» y «Pierde interés». Estos son los titulares del comentario, porque el texto que los acompaña es corrosivo en todos los casos. Después de esto, las dos estrellas y mi «Entretenido» me parecen un regalo. Por curiosidad, continúo con los años anteriores: tampoco tuvo mucha suerte. En 2019 solo dos libros merecieron comentario: uno «Pierde interés» y el otro fue un «Rollazo». Aunque esto no quiere decir que aparcara su instinto destroyer; lo volcó en otro tipo de productos. En 2018 hubo seis libros agraciados; comenzó el año con un «Parece mentira que sea tan malo» para continuar con un «Malo», otro «Muy malo», dos «Horrible» y un «Bodrio». No seguiré con todos, aunque destaco varios «Inaguantable» y «Un verdadero petardo». Así, hasta los más de cien comentarios, para salvar dos o tres productos y tres libros. Precisamente al llegar a 2012, año del boom de la autopublicación y comprobar que se ha cargado a casi todos los que entonces intentaban abrirse camino en las turbulentas aguas amazoniles, me ha dado por pensar que puede que incluso lo conozca.

Con los años, he visto muchos casos así. Llevo tiempo en una página de comentarios de libros donde opino sobre casi todo lo que leo, y allí hay ejemplos dignos de estudio. Lo normal es que cuando analizas los libros leídos por alguien, la mayoría de las opiniones sean positivas, o al menos que haya un equilibrio entre las negativas y positivas. Hablamos de lectores aficionados, no de profesionales que leen por trabajo sin opción a seleccionar.

No es la primera ni la última vez. Me he cruzado lectores cuyos anaqueles virtuales estaban plagados de «calabazas»; vamos, que tenían un ojo que Dios se lo conserve para elegir lecturas, o se guardan los buenos para ellos solos sin hacer público su hallazgo. Lectores para los que la mayoría de los libros leídos no llegan al aprobado y en los comentarios abundan los términos despectivos, la ironía, los comentarios paternalistas hacia el autor, las interpretaciones en cuanto a sus intenciones al escribir así o asá y lo que le falta o sobra.

"De alguna se ha leído toda la bibliografía, uno detrás de otro, para vapulearlos a gusto. De algún título ha puntuado sus distintas ediciones, no sea que la de tapa dura o la digital se salve de la quema"

Son lectores con centenares, alguno incluso miles, de títulos en su haber y de los que no salva ni el 5%. Nada que ver con lectores, que los hay, duros y críticos con lo que leen, pero que suelen atinar en sus elecciones con frecuencia, al margen de que den estopa a sus decepciones.

Uno de los casos más fascinantes que he visto ―hasta el punto de hacer un análisis en profundidad de sus estanterías― fue el de una tal Ana Sesta. Como en el caso anterior, llegué a su estantería tras ver que me había suspendido ―un triste uno― y me di una vuelta a ver cuáles eran sus libros de cabecera, ya que no había comentario que me ayudara. No digo que me sirviera para hacer un retrato psicológico del individuo ―averiguar que Ana era un hombre fue sencillo―, pero sí me dio una idea de sus obsesiones. De ciento sesenta libros que llegué a revisar ―hay muchos más―, ciento treinta y tres habían merecido ese mismo mísero uno como valoración. Vamos, que leer para este hombre era casi una tortura. Además, saltaba a la vista un dato que apenas necesitaba contar para verlo: el 80% de esos libros tan decepcionantes estaban escritos por mujeres, algunas de ellas feministas militantes, y muchos de ellos trataban temas relacionados con el feminismo o con el papel de la mujer en el mundo. De alguna se ha leído toda la bibliografía, uno detrás de otro, para vapulearlos a gusto. De algún título ha puntuado sus distintas ediciones, no sea que la de tapa dura o la digital se salve de la quema. Además de su obsesión con las escritoras y los temas relacionados con el feminismo, algunos hombres también le despiertan instintos destructivos. Lo lógico es pensar que si leo un libro de un autor y su libro no me gusta nada, pero nada, nada, no vuelva a lanzarme a leer otro libro suyo. Pues una característica de la amiga-amigo Ana es que cuando un autor no le gusta, repite y repite y repite. Como buen destroyer, una de sus características es el masoquismo. Son buscadores de reliquias inalcanzables ―el libro perfecto― con tenacidad inmarcesible. Aunque, para ser sincera, llegada a este punto y en este caso concreto, ya dudaba de que hubiera leído nada de lo que había valorado en la página.

A esta especie, la lectura le resulta desagradable en ocasiones suficientes como para pasarse al macramé. Pero no, perseveran y, cuando menos, despiertan mi admiración por su constancia. Como los que odian a un columnista pero no pueden evitar leer sus artículos cada día o cada semana para poder despellejarlo con los amigos o en Twitter. Y al hacer esta comparación se me ocurrió pensar que, tal vez, lo que en realidad les causa placer y los mantiene leyendo día tras día es eso, destrozar lo leído, aplastarlo, sentirse poderoso al tratar igual ―de mal― al superventas que al novato, y quedar por encima de todos los «plumillas» que no hemos sido capaces de conmover su alma literaria.

Es una motivación más para leer, aunque sea la de una minoría (por fortuna), y yo rezo por no cruzarme a ninguno en el camino, aunque ya llevo varios.

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