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Lili, de Lili Elbe y Niels Hoyer

Lili, de Lili Elbe y Niels Hoyer

Lili Elbe nació como Einar Mogens Wegener en la ciudad de Vejle, Dinamarca, en 1882. Si bien Einar fue un reputado pintor paisajista danés, también es conocido por ser la primera persona que se sometió a numerosas cirugías de cambio de sexo para convertirse en Lili Ilse Elvenes. Este libro, publicado en 1933, relata, a partir de los diarios y manuscritos de Lili, facilitados a Niels Hoyers antes de su fallecimiento, su historia y transición personal de una manera realista, cruda y tremendamente inspiradora.

Zenda adelanta un fragmento de la obra.

***

NOTA DEL EDITOR, NIELS HOYER

De acuerdo con los últimos deseos de Lili Elbe, he recopilado todo aquello que dejó escrito, en este mismo libro. La historia de una vida, relatada por una persona cuya travesía por esta tierra la condujo hacia un destino plagado de tragedias sin igual; la historia de una persona cuyas aflicciones eran mucho mayores de lo que podamos imaginarnos.

El doctor alemán que realizó las audaces operaciones que permitieron al mortalmente enfermizo y desesperado pintor Einar Wegener (Andreas Sparre) vivir según los dictados de su propia naturaleza ha aprobado la versión en alemán de este mismo libro. Siguiendo las indicaciones de Lili Elbe, se han empleado nombres ficticios para reemplazar aquellos de las personas que figuran en esta narrativa.

Ella conserva su verdadero nombre, escogido como señal de gratitud hacia la ciudad alemana en la que logró alcanzar su destino como persona.

La edición alemana de este libro fue precedida por otra danesa y se está llegando a acuerdos para que pueda ser publicada en otros idiomas.

El libro de Lili Elbe está dedicado a aquella persona que tanto la ayudó en Dresde, su gran amigo del soleado sur y su mejor amiga de París.

***

I

La escena se desarrolla en París, en el Quartier Saint Germain. La fecha es una tarde de febrero de 1930. En una calle tranquila, junto a un majestuoso palacete, podemos encontrar un pequeño restaurante; sus clientes habituales son extranjeros, principalmente artistas.

Esa misma tarde, se encontraban allí dos pintores daneses: Andreas y Grete Sparre, acompañados de su amigo italiano, Ernesto Rossini, y Elena, su elegante esposa francesa. Los amigos no se habían visto en todo un año. Una de las parejas había viajado por el norte de Europa, y la otra, por el sur.

—¡Skaal! —gritó Andreas, como hacían los viejos nórdicos, mientras levantaba su copa—. Este vino, amigos míos, es tan beneficioso para el alma como el sol de las montañas para el cuerpo. Eso me recuerda aquella gloriosa leyenda de la catedral de Sevilla, que Grete y yo pudimos visitar hace algún tiempo. Según cuentan, bajo el plinto de la columna más alta se halla enterrado un rayo de sol… y esa es toda la leyenda.

—¡Espléndido! —gritó Ernesto.

—¡Magnífico, Andreas! —repicó Elena mientras cogía su mano.

Grete sonrió feliz y ensimismada.

Grete y Ernesto intercambiaron multitud de historias de sus viajes; paseos por galerías, museos, parques y callejones infames de Cádiz y Amberes, viajes de descubrimiento por los bazares de los Balcanes y las tiendas costeras de La Haya y Ámsterdam. Cada uno intentaba superar al otro. Tanto Grete como Ernesto se encontraban absortos en su relato y sus ojos brillaban con el entusiasmo propio de los artistas.

Mientras tanto, Andreas se inclinaba para poder prestar atención a las más recientes y, en ocasiones, escandalosas anécdotas de Roma y Madrid que Elena le contaba al oído.

—¿No estarás bebiendo demasiado, Andreas? —le preguntó Elena de repente, interrumpiendo una de aquellas increíbles historias que solamente podían susurrarse al oído. Se había percatado del nerviosismo creciente de su compañero—. Debes estar sereno para esta noche.

Ernesto y Grete escucharon las palabras de Elena. Grete miró a Andreas sin articular palabra. Ernesto tomó la mano de su amigo.

—¿Te está volviendo a causar problemas Lili? —le preguntó, solícito.

—Tú lo has dicho, Ernesto —replicó Andreas con tono serio—. Esta condición está volviéndose cada vez más intolerable. Lili ya no se contenta con compartir su existencia con la mía. Quiere tener la suya propia. No sé si me podéis entender…, ahora soy inútil. No hay nada más que pueda hacer. Estoy acabado. Hace tiempo que Lili lo sabe, así son las cosas. Cada día ella se rebela con más fuerza que el anterior. ¿Qué es lo que debería hacer conmigo mismo? Puede que sea una pregunta extraña, pero solamente los tontos piensan que son indispensables o irreemplazables. No sigamos hablando de esto. ¡Bebamos! Tomemos un intenso y dulce Asti, ¡por Elena!

—¡Bravo! —gritó Elena sin quitar sus ojos de Andreas mientras se levantaba pesadamente para dirigirse a la barra—. Dímelo sin rodeos —susurró Elena mirando a su amiga—, ¿cómo está tu esposo? No tiene buena pinta.

Grete perdió su sonrisa.

—Nunca ha estado peor —dijo mientras Ernesto y Elena la contemplaban en silencio—. He perdido toda esperanza de poder salvarle —dijo Grete tenuemente—, lo único que puedo esperar es un milagro…

Elena la interrumpió abruptamente.

—¿Un milagro, dices? —Grete se detuvo para escuchar atentamente a su amiga—. Escucha. Un buen amigo nuestro está ahora en París. Es de Dresde. Se trata de un doctor especializado en mujeres. Nos telefoneó temprano esta misma mañana, poco después de haber hablado con Andreas. Y entonces, pensé: «Si alguien puede ayudar a Andreas, es este doctor de Dresde». Debemos darnos prisa, el doctor regresará a Alemania mañana por la tarde. Tenemos que conseguir una cita esta misma tarde.

Grete expresó su apatía con las manos.

—Querida Elena, es inútil. Andreas no quiere ver más doctores.

Elena sostuvo las manos de Grete entre las suyas.

—Grete, querida, no debes contradecirme, tan solo obedece y esta misma tarde conseguiré una cita con el experto. Sé que podrá ayudarle.

Grete encendió lentamente un cigarrillo. Exhaló algunas nubes de humo azul mientras su mirada se perdía entre la neblina.

Tras unos instantes, sin excitación alguna, dijo:

—Bien, Elena; ve y habla con tu experto alemán, yo convenceré a Andreas para que os llame mañana temprano.

Andreas regresó justo en aquel momento, sujetando dos botellas de Asti como si fueran un botín.

*

Horas más tarde, mientras Grete y Andreas paseaban por la avenida cercana al emplazamiento de su estudio, ella confesó, al principio con cautela y luego enérgicamente, aquello que había acordado con Elena. Andreas estaba fuera de sí. Se plantó en mitad de la carretera. No quería ser examinado por ningún matasanos, ya fuese alemán, francés o indio. Había terminado con esos chupasangres.

Llevaba enfermo muchos años. Innumerables doctores y especialistas le habían examinado sin resultado alguno. Ahora estaba hastiado. La vida se había convertido en un tormento para él.

Nadie entendía cuál era su problema, pues el origen de su sufrimiento era de lo más extraño. Un especialista en Versalles, sin dilación, le declaró víctima de histeria; le dijo que, aparte de eso, tan solo era un hombre perfectamente normal y que tenía que volver a comportarse con normalidad para volver a estar auténticamente sano. Lo único que el paciente necesitaba era recobrar la convicción en el hecho de que estaba perfectamente saludable y normal.

Otro doctor joven, también de Versalles, dijo aquello de que «parece que no todo está como debería…». Pero terminó despidiendo a Andreas con estas palabras tan reconfortantes: «No se preocupe tanto por su estado físico. Está suficientemente saludable como para aguantar cualquier cosa».

Hubo un radiólogo que llevó a cabo un análisis más exhaustivo, aunque casi mata a Andreas.

Otro médico vienés, todo un personaje, un hombre de temperamento místico y amigo de Steinach, le apuntó en la dirección correcta: «Tan solo un doctor lo suficientemente audaz y atrevido podría ayudarte —declaró—, pero ¿dónde podrás encontrar a alguien así hoy en día?».

Así pues, Andreas tomó esta declaración al pie de la letra y visitó a tres cirujanos.

El primero dijo que en su vida había realizado ese tipo de operaciones de embellecimiento; el segundo tan solo examinó sus entrañas; y el tercero exclamó que estaba «perfectamente loco».

La mayor parte de la gente habría estado de acuerdo con este tercer especialista, puesto que Andreas pensaba que no era un hombre, sino una mujer.

Él ya se había cansado de todo aquello y había prometido que no volvería a visitar a ningún otro doctor. Había decidido terminar con su existencia. El día uno de mayo sería el día escogido. La primavera es un tiempo peligroso para aquellos que están enfermos y cansados.

Había pensado en todo, incluso la forma en que partiría. Sería, en cierto modo, una educada reverencia a la naturaleza. En aquel momento era febrero. Aguardaría pacientemente a que pasaran marzo y abril. Un remanso… Se sentía en calma.

Lo único que le atormentaba, que le causaba tremendo dolor, era pensar en su esposa, su leal amiga y compañera de vida.

Grete Sparre era una artista de gran talento. Sus cuadros causaban excitación y escalofríos, como los vapores que emanaban de las junglas de París.

Quizá su matrimonio fuese, sobre todo, una expresión de camaradería desde el principio; para ambos, la vida solo merecía la pena cuando estaban juntos.

Se casaron cuando apenas eran adultos, mientras aún acudían a clase en la Academia de Artes de Copenhague. Unos días antes de su boda, Andreas vendió su primer cuadro durante su primera exposición. Habían vivido en el extranjero la mayor parte del tiempo, sobre todo en París, y fue esto lo que los ayudó a estrechar los lazos que los unían.

Era por tanto inevitable que Andreas se sintiese, frecuentemente, como un traidor hacia Grete. Incluso se vio forzado a reconocer que ya no podía continuar trabajando y que se estaba convirtiendo en una carga para ella. Estos pensamientos perturbadores se habían tornado en una gran preocupación y envenenaban la fuente de su felicidad.

Grete era consciente de sus pensamientos, pero sospechaba que cualquier cosa que pudiera proponerle, en forma de nuevas esperanzas, sería inútil. Compartían dificultades, memorias, luz y oscuridad. Había muchas cosas que los unían, pero sobre todo estaba Lili. Andreas era, de hecho, dos seres: un hombre, Andreas, y una mujer, Lili. Casi podría decirse que eran gemelos que habían tomado posesión de un mismo cuerpo.

En personalidad, sin embargo, era algo totalmente diferente. Poco a poco, Lili había ganado tal dominio sobre Andreas que siempre podrías encontrar algo de ella en él, incluso cuando no estaba, algo que no sucedía a la inversa. Mientras que él estaba cansado y parecía dar la bienvenida a la muerte, Lili siempre estaba alegre y llena de juventud.

Ella también era la modelo favorita de Grete. Se podía encontrar a Lili en sus mejores trabajos.

Grete se sentía como la protectora de la despreocupada e indefensa Lili. Andreas se sentía como el guardián de Grete y Lili, su único objetivo era el de morir para que Lili pudiese recobrar una nueva vida.

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Autora: Lili Elbe. Editor: Niels Hoyer. Traductor: Marino Costa. Título: Lili. Editorial: Uve Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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