Muertes y frases felices delimitan lo que quiero contar aquí, aunque las muertes vinieron después de las frases felices y estas frases no alojaban otra felicidad que cierta inspiración. Empezamos por un sobre a mi nombre con un libro dentro. Abrí varios sobres ese día, y seleccioné no pocos libros de las pilas de una mesa, así que todos juntos y revueltos acaban confundiéndome, generando duda postal; pero, aún así, asumo que en efecto alguien me eligió como destinatario de la última novela de Javier Pastor, titulada Lo absurdo. Abro los sobres a lo loco y no sé quién los manda.
Entre medias, me leí la nueva novela de Javier Cercas, y tecleé cosas. Me hizo gracia, de pronto, darme cuenta de que Javier Cercas y Javier Pastor (y también Javier Sebastián) eran tres escritores nacidos en 1962, y que a un Javier le había ido infinitamente mejor que a otros Javieres. Entonces llegó la frase feliz, inspirada, indefendible. Escribí: “Ser escritor es tener éxito; todo lo demás es beneficencia”. Me pareció que era una frase con la que yo no estaría de acuerdo si la hubiera escrito otro. Pero la había escrito yo.
Muy concretamente, Pastor y Sebastián son estupendos escritores, cada uno en su casilla, y además me consta que la suerte no les acompaña. Hace algunos años, leí para una editorial (cuando yo hacía estas cosas) un manuscrito de Javier Sebastián. Qué prosa, qué técnica, que profesionalidad. No se puede ser más escritor que Javier Sebastián, si ser escritor va de escribir. Sin embargo, la novela no salió en el sello que me pagaba una miseria por leer manuscritos y acabó años después en otro sello, no desdeñable, pero que no consiguió que la novela se leyera. Es un gran “para qué”, la literatura.
Y Javier Pastor, un poco lo mismo. Leí hace mil años Fragmenta, porque creo que salió en alguna lista de mejores opera prima del año (quién sabe si en una lista donde también salía yo; la compañía fomenta la lectura, en estas cosas); y leí luego Esa ciudad, porque creo (perdonad la pureza de mi desmemoria) que Babelia la eligió entre lo mejor del año. También leí (no tiene uno remedio) Mate Jaque y Fosa común, ya en Mondadori (antes Pastor apareció en sellos menos rumbosos, alguno desaparecido, como Bruguera). ¿Me gustaba? No mucho, no tanto; no tanto como para leerle todo. Pero como no publicaba mucho y siempre me acababa llegando el libro, siempre lo leía. Es un estilo barroco, verboso, Goytisolo (Juan), que quizá en mi juventud pude paladear, pero que luego me pareció excesivo y gratuito, juvenil.
No iba a leer su novela, Lo absurdo, sobre un crítico vengativo, o sobre un escritor vengativo, en realidad, porque reseñé muy favorablemente Fosa común en su momento (me gustó, claro) y, por esas cosas de la maledicencia y de las comunicaciones instantáneas de la maledicencia, me llegó que a Javier Pastor no le había gustado nada mi crítica donde decía que su novela me había gustado. A lo mejor leímos Fosa común entera 78 personas en España.
Así que anoté en mi agenda del rencor no volver a leer a Javier Pastor, si tanto le molestaba que lo leyera, lo reseñara y lo recomendara.
Cuando salió mi artículo sobre Cercas y su éxito, Ramón González Férriz me escribió un mensaje para contarme que Javier Pastor, al que, como digo, citaba yo en el texto, estaba muerto; que había muerto hacía apenas un mes. Esto me impresionó mucho. El deceso en nada cambiaba mi perspectiva sobre los tres Javieres. De hecho, la reforzaba. Y eso era lo triste, lo fatalmente triste.
Nunca pensé que a Javier Pastor lo leyera mucha gente y, cuando murió nuestro editor común de entonces, Claudio López de Lamadrid, recuerdo haber considerado que quizá su carrera se vería afectada. Y es probable que así fuera, pues entre Fosa común (2016) y Lo absurdo han pasado nueve años, y ésta la publica un sello que yo no conozco, lo que siempre es mala situación.
Busqué la noticia de la muerte de Pastor en Google, y me sorprendió verla puntualmente publicada en El País. Me da que no está El País para glosar muertes de escritores que nadie conoce, así que supuse que alguien allí hizo por que esa muerte se glosara. Quizá Nadal Suau, que firmaba el obituario.
Era curioso, el obituario. Se hablaba de “prestigio”, de escritura de calidad y de lo que pasa con la escritura de calidad, que normalmente nadie la lee. Entonces quedaba raro que Javier Pastor hubiera publicado en Ediciones del Azar por la intermediación (según se decía) de un amigo traductor, si no recuerdo mal. O sea, eres tan prestigioso que para publicar en un sello del que nadie ha oído hablar necesitas además el aval de un amigo. Lo absurdo, la literatura. Sale más a cuenta publicarte tú mismo, a tus expensas.
Cuando tecleé “beneficencia” como opción alternativa al éxito, no tenía tan claro qué quería decir. Ahora sí. Beneficencia es simplemente que el editor te aprecia (ni siquiera tiene este aprecio que ser extensivo a tus libros), y por eso te sigue publicando; y por eso te sigue engañando sobre tu condición de escritor. Publicar sin objeto es una suerte de mendicidad, como cuando dan de comer en un comedor social al que no tiene ni para comer. Comes, sí, pero no puede decirse que te ganes el pan.
Porque luego se ha muerto Mario Vargas Llosa, y eso es ser escritor. No creo que nadie empezara a escribir su primer libro soñando con no vender, con practicar una escritura mendicante y desaparecer sin dejar el menor rastro. Se empieza a escribir queriendo ser Vargas Llosa, Kafka, Dios, Messi, un Rockefeller de las letras. Y luego se va bajando la pendiente.
Y bajar la pendiente es muy absurdo. Puedo defender sin mucho esfuerzo la opinión contraria, que diría que basta con escribir los libros que deseas escribir, y con que alguien te los publique, para ser escritor y ser feliz con tu literatura.
Pero me parece una crueldad innecesaria.


Cierto. Quizás la única cosa más absurda que la literatura es la vida. ¡Quién lo sabe!
Lo absurdo es que un medio de prestigio contrate a un tipo para escribir críticas de libros … y le de el pase aun a sabiendas de que ni siquiera lo ha leído. Qué bajo cae. Si los muertitos levantaran la cabeza … Juan Goytisolo, Esther Tusquets, Ana María Moix, Claudio López de la Madrid … cual batidora sin tapa los enmierda a todos. Qué poca vergüenza, que abyecto todo.
A un olmo seco, …, y en su mitad podrido
Blas M. Vinagre, 21 de abril de 2025
“La crítica literaria es una actividad distintiva de la mente civilizada”, escribió T. S. Eliot en su ensayo Criticar al crítico, y éste es un tipo de mente que ni asoma en el texto que Alberto Olmos dedica en Zenda a la última novela de Javier Pastor, Lo absurdo.
Al parecer Olmos es uno de los que Eliot califica, en ese mismo ensayo, como crítico profesional, alguien cuyo sustento y renombre provienen, fundamentalmente, de sus colaboraciones en revistas, blogs y otras publicaciones periódicas, aunque también ha publicado novelas en sellos más y menos rumbosos. Y fue mi amigo Javier Pastor quien, sabiendo de mi desconexión de los saraos literarios, me lo dio a conocer pues apreciaba algunas de sus críticas. Ésta no le hubiera gustado, y no porque emita un juicio desfavorable sobre su obra, asunto sobre el que se podría establecer un enriquecedor debate, sino por razones de más calado.
La primera de ellas es que el texto en cuestión, más que una reseña o crítica parece “la nota ocasional de arrogancia, de vehemencia, de petulancia o aspereza, la jactancia del hombre […] atrincherado y a salvo tras su máquina de escribir” (Eliot dixit). ¿A quién, realmente interesado en la literatura, le importa cuántos libros recibe el reseñista o de qué editoriales son? ¿Qué relevancia tiene que él no conozca el sello bajo el que se ha publicado un libro, sea Ediciones del Azar o Tertulia de los martes? ¿En qué enriquece al lector que nos informe de las nimiedades de su vida cotidiana o sus insignificantes trifulcas? Y si alguien objeta que todo ello también se da en la novela comentada, le diría que no olvidase que, si así fuera, se darían en una obra de ficción, que el autor de la novela tuvo la gallardía y el empuje necesarios para rumiar su bolo y pasarlo por sus cuatro cámaras hasta convertirlo en sustancia alimenticia, aunque sólo fuera para determinados organismos, quizá en peligro de extinción. Y qué decir de “No iba a leer su novela, Lo absurdo, […] porque reseñé muy favorablemente Fosa común en su momento (me gustó, claro) y, […], me llegó que a Javier Pastor no le había gustado nada mi crítica donde decía que su novela me había gustado. […]. Así que anoté en mi agenda del rencor no volver a leer a Javier Pastor, si tanto le molestaba que lo leyera, lo reseñara y lo recomendara.” Tras el ‘porque’ que he subrayado uno esperaría algo más sensato que la niñería que le sigue rematada en negrita.
La segunda tiene que ver con el ensamblaje de forma y contenido, pues terminada la lectura (y yo la he terminado) uno no sabe ni qué ni a quién está comentando, tan destartalada es la reseña que sólo en la mente del autor puede aspirar a cierta coherencia: nos habla de javieres y de Vargas Llosa, de lo que sea la literatura y de lo que sea ser escritor, en un lenguaje tan simple y en un discurso tan anacolútico que se hace difícil desentrañar el sentido. Y las frases felices, ¿ubi sunt? ¿De verdad el autor considera feliz, o siquiera ingeniosa, la boutade “Ser escritor es tener éxito; todo lo demás es beneficencia”? Si de verdad es así, no creo que aproveche ningún comentario.
Por último, y es tal vez lo más importante, me he de referir a las formas. A las frases infelices acompañan las muertes para delimitar (¿?) lo que el crítico nos quiere contar, pero ese segundo delimitador (del primero ya hemos hablado) se trata con tal falta de tacto que sólo pergeñando un texto sublime, uno que ayudase a elucidar una obra de arte u orientara el gusto, uno que en sí mismo fuera una obra de arte, podría encontrar alguna justificación. Pero no es el caso. Ya sabemos (y sigo con Eliot) que “la crítica, lejos de ser un campo simple y ordenado de actividad beneficiosa, del que se pueda rechazar fácilmente a los impostores, no es mejor que el parque dominical de oradores contendientes y beligerantes, que ni siquiera han llegado a la articulación de sus diferencias”, que el crítico, “si ha de justificar su existencia, debería esforzarse por disciplinar sus prejuicios y excentricidades personales” y no obstante, aun habiendo perdido hace mucho la inocencia, cada día constatamos “que prevalece todo lo contrario” y entonces miramos a los críticos y “nos sentimos tentados a expulsarlos a todos” y seguir leyendo a Eliot, a Steiner, incluso al furibundo F. R. Leavis.
Rudolf Peierls documenta un caso en el que un amigo le mostró a Wolfgang Pauli, físico teórico, uno de los fundadores de la mecánica cuántica y premio Nobel en 1945, el artículo de un joven físico que sospechaba que no era de gran valor, pero sobre el cual quería conocer su opinión. Pauli comentó con tristeza: “Esto no sólo no es cierto; ni siquiera es erróneo”. Algo análogo podría decirse del texto de Olmos, un texto en el que se ven los trozos sin digerir de algo que, considerando otros textos suyos, podría haber sido sustancioso. A la crítica que merece ser leída se le podría aplicar el ‘principio de exclusión’: ponderación y exhibicionismo son dos fermiones que difícilmente cohabitan en el mismo texto.
Termino reconociendo que sólo mi amistad con Javier Pastor me ha empujado a escribir esto. No suelo perder mi tiempo en comentar remates fallidos. Pero éste lo he sentido como cruelmente innecesario. (Por cierto, ¿qué sabrá Olmos de por qué escribieron Vargas Llosa, Kafka, Musil o Herman Broch? ¿por qué escribimos tantos que nos ganamos el pan con otras actividades? ¡Qué falta de decoro! Todo lo que nos puede decir es por qué escribe él. Y tal vez le convenga meditarlo.)
Un crítico que se permite no leer sobre lo que escribe, y decirlo: ¡qué absurdo! Leélo y verás que no habla de ti, o sí… Es pura literatura.
Mira Alberto,
Me veo obligado a escribir un comentario a sabiendas de que un bloguero tan curtido como tú no perderá el tiempo enzarzándose en disputas con sus lectores ni exponiéndose a reprimendas de este tipo. Supongo que sabrás muy bien cómo blindarte porque ya desde tus tiempos como Juan Malherido te fuiste abriendo camino en el panorama literario a base de reyertas y polémicas con las que azuzar al algoritmo y capitalizar el malestar reinante entre las hordas de escritores frustrados que circulan por la red. Gracia no te falta y olfato aún menos, de eso cabe poca duda, aunque esta vez te has pasado de derrape porque son precisamente esos autores indignados quienes más se pueden identificar con la novela de Javier, que sin embargo tienes la desfachatez de ventilarte de un plumazo admitiendo tan pancho no haberte molestado ni siquiera en leer.
Convendría que te parases a pensar en la imagen de ti mismo que proyectas con tu artículo, no solo por la crueldad gratuita con la que tratas a un colega recientemente fallecido, sino por la arrogancia que denotan tus descalificativos hacia la modesta edición de Lo absurdo, que hubo que sacar adelante in extremis para darle a Javier el pírrico placer de verla impresa antes de morir. Sabes perfectamente que estás dando un golpe bajo cuando dices que se trata de una edición de “beneficencia”, y todavía más bajo cuando haces números desde la publicación de Fosa común para concluir que la aparición de Lo absurdo en una editorial desconocida viene a confirmar la caída en desgracia de un autor que en su día fue celebrado como una de las grandes promesas de la literatura en español. ¿No se te ha ocurrido que tal vez se trate de una edición de “militancia” para rescatar una novela tan incómoda que Random House prefirió barrerla bajo la alfombra?
Por supuesto que se te ha ocurrido; tú mismo mencionas el impacto que pudo tener en la carrera de Javier la muerte de Claudio López Lamadrid, quizá uno de los últimos editores capaces de hacer prevaler el criterio literario sobre las presiones propias de los grandes grupos. Pero claro, resulta mucho más fácil y divertido hacer leña del árbol caído. Y lo haces con la saña característica que ya te sale de natural y que constituye la nota principal de tu estilo, esa forma de pasarte lo políticamente correcto por el arco del triunfo sin pararte a pensar que la urbanidad a veces tiene su razón de ser.
De las consecuencias que este tipo de prepotencia puede acarrear trata precisamente Lo absurdo, algo que quizá habrías entendido si te hubieses dignado a leerla antes de ponerte a la defensiva y denigrarla asustado por su cuestionamiento radical del oficio de crítico –el tuyo– cuando este se ejerce en paralelo con la escritura de novelas –tu caso– y para más inri se emplea para darle tute a los rivales y así despejarse el propio camino. Dice mucho que desde el púlpito que ahora te ofrece ABC te permitas despachar sin más la obra de un autor difunto cuya trayectoria admites haber ido siguiendo de cerca, cabe pensar que de reojillo.
Esa es la parte indignante, el gesto que denota una catadura moral bastante dudosa, pero afortunadamente hay también una parte hilarante: la que te lleva a plantear la literatura en términos darwinistas donde en última instancia la supervivencia obedece a criterios comerciales. Transportado por la hubris y la tecla fácil llegas incluso a situarte implícitamente en la misma liga que Vargas Llosa, como si después de darle esta última palada al ataúd de Javier tuvieses la desfachatez de echarte encima unas flores robadas a su lápida.
Piénsalo, de verdad; vuelve a leerte y verás a qué extremos llevas tu vanidad y hasta qué punto rebajas la imagen del escritor profesional, una especie que para sobrevivir en la blogosfera ha debido desarrollar un caparazón tan duro como para mostrarse así de insensible ante el dolor ajeno. Puede que en tu narcisismo llegases incluso a sospechar que Lo absurdo trataba de ti y te sintieses obligado a realizar un ataque preventivo para desarticular la novela antes de que tus propios lectores descubran la cantidad de rencor que uno puede llegar a acumular con la práctica tan egocéntrica del oficio. Pero estate tranquilo, por mucho que te cueste asumirlo la novela de Javier no orbita en torno a tu ombligo, aunque tú solito has conseguido demostrar su absoluta relevancia como testimonio de la bajeza que viene caracterizando el ejercicio de la literatura en lo que llevamos de siglo.
Este cruel, rencoroso y egópata crítico literario al que le llega la obra de un autor -Javier Pastor- que respeta porque ha leído toda su obra y además la ha criticado favorablemente, pero con esta en concreto decide no leerla -los motivos son patéticos- pero si dedicarle una reseñita de las suyas. Absurda. Queda retratado.
La ponzoña.
Respondo a este individuo por sus alusiones directas a personas a las que ni conoce ni ha tratado. Soy una de ellas. En concreto “el amigo traductor” que impulsó la edición de la novela “Lo absurdo” de Javier Pastor. Desde que hace más de un mes publicase su no-reseña sobre “Lo Absurdo” se han sucedido por goteo diversas reacciones acerca de la desfachatez de este tipo a la hora de calificar a un escritor que -en lo literario- se caracterizó por su coherente irreductibilidad y por un estilo de humor acerado y la reflexión certerísima, pero sobre todo por lo implacable de su autoexigencia y un exacerbado sentido autocrítico acerca de su propio trabajo. Parafraseando a Javier Pastor: “…y como su no-reseña no da -evidente- para una novela, aquí le va este exordio…”
Desvelemos algún “misterio” antes de continuar: fui yo mismo quien (mal asesorado) le envié (como a algunos otros media) un ejemplar de “Lo absurdo” con la esperanza de que lo leyese, lo apreciase y pudiese hacerse eco de su publicación. Le transmito literalmente el mensaje que me giraron por parte de otro de esos escualos que arriban a las mismas aguas pelágicas en las que su gremio se baña (aunque personalmente opino que entre caníbales se encontrarían todos uds. en su salsa…):
“Con respecto a Lo Absurdo, tengo alguna recomendación: mandárselo a Alberto Olmos, cuya página en El Confidencial se lee mucho. (Olmos me parece un bicharraco y no le tengo gran respeto, pero le encantó Fosa Común -aunque no Esa Ciudad- y si le hiciera gracia podría hacer un comentario incendiario).”
Así están las cosas y así le quieren sus allegados…tal vez se trate del mismo “maledicente” que le comentó a usted que a Javier no le había gustado su reseña anterior, trate de unir la línea de puntos…por esas cosas de la insta-maledicencia que se gastan ustedes (comprenda que no voy a dedicarme a desvelar identidades ajenas para así poder permanecer en la clandestinidad que me es propia, aunque no se extrañe si su colega toma esa iniciativa: hay a quien se le cae el cencerro y él mismo se lo vuelve a colocar). Aprovecho al paso para informarle de que me encuentro (orgullosamente) entre los 78 (estadística muy precisa en estos tiempos de bulocracia) que han tenido el privilegio de leer -incluso releer y hasta comprender- “Fosa común”. Son dos veces más de las que un servidor haya leído ninguna de sus novelas y mira que uno se ha leído libelos y otros truños. Cuénteme entre sus futuros no-lectores.
Por otro lado está la oscura editorial o “sello poco rumboso” que ha dado luz a esta criatura de Javier: esta editorial no se ha dedicado a hacer beneficencia con ninguno de los autores a los que ha publicado en un catálogo que sólo podría calificar de “audaz y ecléctico”. Sepa además que al frente de la misma se encuentran sendos fundadores (inter alia) de una de las librerías más aquilatadas del panorama capitalino y en la que -a buen seguro- usted habrá hollado en más de una ocasión. Un respetito, pues, a esos sellos que a fuer de diminutienses se esfuerzan en ensanchar las mentes y aportan color variopinto al encorsetado abanico editorial que copan dos o tres megalodones capaces de engullirse entre sí sin pestañear. Si el volumen no le resulta agradable a su delicado tacto, no sea husmio -localismo segoviano- y golpéese la sesera con el canto repetidamente. Tal vez se le pegue algo por ósmosis. Aprecie el esfuerzo en la confección de cada volumen por el que los lectores apoquinan de buena fe y a los que no tienen un acceso con tanta vocación de tsundoku como esa maldición que parece atormentarle a usted. ¡Qué incordio de editoriales empeñadas en empapuzarle con sus novedades! Desde luego es usted un santo varón del que todos quieren sacar provecho…
Adentrándonos en el reino animal reparo en la referencia avícola de su co-maledicente, “pajarraco” y es entonces cuando caigo en la cuenta de que fui del todo imprudente al no informarme más sobre usted y creer en la Buena Voluntad Universal y en los sinceros apoyos a un proyecto en el que me embarcaba por primera vez (como editor in pectore; me cuento a mi vez como otro más en el hipertrofiado gremio de traductores, nuestras letras no nos son propias, sólo plagiamos en otra lengua y desconocemos todo corporativismo). Al leer sus lamentables comentarios me di cuenta de que actuaba usted con los bajos instintos de la rapaz carroñera que no duda ni un segundo en abalanzarse en picado sobre una presa que -por inerte- ya no puede defenderse y a la que aprovecha para despellejar mientras se revuelca en sus vísceras. ¿Haciendo amigos en el Más Allá? No se conforma con imprecar a Javier (recién fallecido) y trae al mismo lodo a Claudio López y a Varguitas (seguro que entre sus afanes de reconocimiento literario, una vez culminado su ascenso al Nobel, se encontraba firmar manifiestos de toda índole con sus amiguitos de la FAES, hacerse candidato -fallido- a la presidencia de su país o ligarse a la filipina más universal junto con Imelda Marcos -sus vestidores/zapateros rivalizan- y otras lindezas que tuvo a bien el limeño antes de despedírsenos). Lástima que al Papa Paco no le diese por morirse una semana antes de publicarse lo de Cercas, ¿no? Después me hice esta reflexión nada feliz: ¿Y si el buitre descubriera que en realidad es un jilguero?
Sigamos con otras revelaciones que le harán perder el hipo y -acaso- reactivar los ganglios y estoy a un tris de apearle el ustedeo por razón de edad y en virtud de las carantoñas que hasta ahora nos hemos prodigado (no te hagas ilusiones, no llegaremos a compartir mesa y mantel).
Me confieso responsable de haber informado a otros amigos y conocidos escritores del inminente fallecimiento de Javier Pastor pocos días antes de que se produjese. Uno de ellos (lo había leído y disfrutado) me remitió a Josep María Nadal Suau y al ponerme en contacto con él me conmovió su receptividad y buena disposición y que sintonizase con el momento tan difícil que se vivía en el entorno de Javier. Al comunicarle el fallecimiento se ofreció a escribir el obituario (que tú mismo rebotaste en redes) y lo hizo con respeto, cariño y sinceridad desde la misma tribuna de prensa en la que -injustamente- se había triturado su anterior novela y -tal vez- sirviese de póstumo desagravio por parte de su cabecera. No encuentro en tus letras, Alberto, ni un atisbo de solidaridad o condolencia o simple humanidad para con el dolor de los deudos de Javier teniendo en cuenta que tu no-reseña salió apenas un mes más tarde de su muerte. Tal frialdad es cosa de hacérselo mirar, sobre todo si asumes que la falta de escrúpulos o de educación básica son intrínsecos al ejercicio de la crítica. La Ignominia como problema nacional. Afirmar que “…no está El País para glosar muertes de escritores que nadie conoce…” evidencia una ignorancia teñida de mezquindad impropia de alguien al tanto del negociado editorial. La calidad literaria de Javier fue reconocida de inmediato por los Juan Goytisolo y las Esther Tusquets o Ana María Moix (descansen todos en paz) y fueron ellos quienes le buscaron e impulsaron sus inicios editoriales (en un sello tan “poco rumboso” como Lumen) apostando y reconociendo su valía personal y literaria.
En lo referente a tu zafio cuestionamiento sobre el “prestigio literario” de Javier Pastor me vienen de perlas las observaciones de tu pretérito colega Charles-Agustin Sainte-Beuve (azote en su día de los Balzac y Victor Hugo entre otros); “Cuando las Letras no hacen mejores a los que las cultivan, los hacen peores”. Parece ser tu caso. Otra pincelada de aquel crítico: “Por más necedades que usted haga o diga hoy en día, con tal de tener cierto talento y cierta audacia, se las arregla y, como dice Mohl, no se hunde. -Es que toda esta gente siempre lleva consigo por precaución unas boyas llenas de aire y de bellas palabras, y por eso no se hunden”. Entonces me acuerdo de cómo inicias tu columna dándote pábulo a ti mismo calificando como “frases felices” o de “cierta inspiración” tu mal asimilada condición de reseñista/escritor. Al modo en que Royer-Collard señalaba a Lamartine: “El orgullo boquiabierto adorándose”… y retornando a St-Beuve (disculpa la insistencia): “Se pueden unir ciertas cualidades estimables o incluso eminentes de espíritu o de acción, la dialéctica, el arte de la guerra, la técnica en diversas artes, etc., con una ausencia total de tacto y de sentimiento en las relaciones humanas. Se puede tener talento y un valor especial, y no por ello dejar de ser desagradable, insolente, grosero, chocante para otros, un animal en otras palabras, en su verdadera acepción, como tantos animales (véase el castor) que también tienen su talento. Para esa especie de hombres, haría falta, en el lugar, gabinete o taller donde desarrollan su talento, una puerta de salida que diera no al salón sino a la cuadra. Estos hombres se pueden utilizar como herramientas; como personas, hay que protegerse de ellos”. (El exceso de comas era habitual en la época y ha llegado a calar en algún que otro fulano contemporáneo).
Al ver impúdicamente expuestos tus motivos rencorosos para no leer la novela que (sin nota editorial, la precipitación obvia en ocasiones las debidas cortesías) te había enviado, me vino enseguida a la memoria aquella tonadilla que a principios de los años 70 le dedicase Carly Simon a Warren Beaty: “You are so vain (I bet you think this song is about you)” y comprendí que tu fantasía se había visto ofuscada al pensarte objeto del protagonismo de “Lo absurdo”. Como ya te han recordado antes en otro comentario, no se trata de tu bosquejo, a pesar de que encarnes a la perfección el arquetipo del consumidor compulsivo de “ácido reséñico” (i.e. ponzoña) que Javier describe en su obra. Confesar que se posee una “agenda del rencor” da cuenta de lo putrefacto de esas aguas estancadas en las que chapotean impúdicamente tipos de tal jaez. De nuevo Carlos-Agustín acude a la quijotera: “Hay personas que llaman rencor a la impresión indeleble que deja sobre un alma orgullosa un trato de indelicadeza y de improbidad. Llamo así a la calumnia”.
Por cuanto a la dicotomía “éxito-beneficencia” que planteas como únicas alternativas posibles a la hora de escribir vuelvo a parapetarme (y aquí lo dejo, prometido, con mi hondo agradecimiento a la magnífica traducción a cargo de Fátima Sáinz y Maryse Privat) en C-A S-B: “Expresar lo que nadie todavía ha expresado y lo que nadie sino nosotros podría formular, es, en mi opinión, el objeto y fin de todo escritor original.”
Voy concluyendo. Quedan descartadas oscuras maniobras para abofetearte desde ultratumba por parte de Javier (su estilo apuntaba más hacia el Marqués de Queensberry y tu mentón no gasta el merecimiento) Su verdadera revancha consistió en algo tan sencillo como ser libre y ser feliz.
Por mi parte aprendo -a disgusto- a remacharme indelebles un par de básicas lecciones:
1- Desechar de inmediato los consejos de aquellos supuestos bienintencionados cuya deslealtad está probada y se mueven bajo premisas de falsa sensiblería atiborrada de mala conciencia.
2- Tener siempre muy presente el completísimo refranero popular (pleno de ripios y otros retruécanos) de una sapientísima abuela jienense: “No le pidas peras al Olmo(s)… -siquiera sombra- pues por mucha fuerza con que se las pidas, peras no te va a dar.”
(De propi, el enlace a una coplilla: https://www.youtube.com/watch?v=-DpdGavhLQs)
P.S. Espero que la incomodidad de tanto entrecomillado, paréntesis y bastardillas se te hayan atragantado lo suficiente como para que te decidas a practicar un expurgo biliar que discrimine entre adustez y mal de hígado. Apelo al inexorable Kharma para que se te manifieste (phainomenon) al paso de estos -grandemente apenados- sus heraldos.
Enrique Gil-Delgado Serrano