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Lo que a veces nos salva

Lo que a veces nos salva

Siempre tuvo la impresión Javier Marías (Madrid, 1951-2022) de haber opinado demasiado. Ya lo advirtió cuando entregó el primer manojo de artículos recopilados en Mano de sombra (Alfaguara, 1997), volumen ahora nuevamente rescatado por la editorial que mejor ha entendido el legado que iba construyendo con cada entrega de sus publicaciones periódicas, en sus casi treinta años de apariciones dominicales (con el respiro tan español del obligado mes de agosto). Tres decenios en los que el autor de Corazón tan blanco ha sido visitado y se ha dejado ver el día marcado para la libranza, dada su nula disposición a santificar las fiestas, dando pie a que comulgaran o disintieran con él quienes se acercaban a las páginas del suplemento dominical, primero en las de El Semanal y ya desde entonces en El País Semanal bajo el epígrafe con que bautizó su sección, “La zona fantasma”.

"Y ya está. Vaya cierre. No imaginaba él que la sombra que proyectaba hacia lo que escribía, zurdo como era, esa mano de sombra, tenía los días contados"

Un 20 de septiembre de 1951 vino Javier Marías al mundo en el número 16 de la calle Covarrubias, en el castizo barrio madrileño de Chamberí, y un 11 de septiembre de 2022 se convirtió en nostalgia en la misma ciudad por una maldita neumonía. Nació y murió como digno heredero de la manriqueña vida de la fama, aquella que tras el paso por el mundo y tal vez el paso por el más allá se expresa desde la existencia convertida en buen legado. Pasarán los años, más de treinta, más de treinta veces treinta, y ya sólo se podrá leer (¡qué suerte algunos!) o releer (¡qué suerte siempre!) la obra de uno de los escritores que hizo honor a su condición de narrador. Y los domingos, huérfanos desde entonces. El último artículo que apareció, el mismo día de su muerte, fue el que llevaba por título “El más verdadero amor al arte”, y en él nos recordaba sus querencias literarias (Conrad, James, Proust, Flaubert, Bernhard o Rilke) mientras alababa las bonanzas del buen ejercicio de la traducción y el acto de egoísta altruismo que suponía dedicarle esfuerzos a un empeño que engrandecía el idioma, para disfrute y provecho de quienes se acercasen a las páginas fielmente vertidas al castellano por uno de nuestros más universales escritores.

"Habita el pasado con cuantos seres ha querido y admirado. Nosotros seguiremos haciéndolo desde aquí mismo mientras nos sea permitido, Así que pasen treinta años"

A principios de julio de 2022, Marías escribió: “Estoy cansado, no de los lectores sino de mí mismo, tras cinco décadas de repetición, del mismo modo que me he aburrido de hablar de mis libros, están ahí y ya está”. Y ya está. Vaya cierre. No imaginaba él que la sombra que proyectaba hacia lo que escribía, zurdo como era, esa mano de sombra, tenía los días contados. Pasado el paréntesis de agosto, quedaban pocos lunes para que llegaran a la redacción de El País los faxes con sus textos en los que siempre se mezclaban los temas de interés general con los asuntos de su incumbencia, ya fueran sobre la estupidez, la perplejidad, la intolerancia, el desprecio o la admiración humanas. Pero si algo tenía Marías era un afilado olfato para encontrar la verdad en la fisonomía, como si se hubiera afinado frecuentando las páginas tanto de Aristóteles como de su estimado Arthur Conan Doyle. Tenía a unos cuantos pájaros en el punto de mira, pero no le dio tiempo a afinar con Netanyahu (Ucrania fue una de las últimas vilezas que alcanzó a ver). Nos legó, sin embargo, un modo de mirar —sus miramientos— que le sobrevivirá siempre. Así mira la mujer del cuadro del pintor danés C. W. Eckersberg que sirve de portada al último conjunto de sus colaboraciones en prensa, “Vista a través de una puerta hacia figuras corriendo” (1845); así lo hace también quien mira a la mujer mirar desde el interior del habitáculo. El cuadro no cuenta una historia, o no sólo eso. Es más bien una pieza que simboliza el propio acto de mirar. Así habremos de recordar al autor de la majestuosa Tu rostro mañana. Mirando. Porque quien mira, ve.

Lo que Javier Marías miró y vio está en estos textos. Novecientos treinta y nueve desde que empezara a escribir en EPS en febrero de 2003, con ese estilo tan suyo, en la mezcolanza entre la guasa y lo grave que impregna sus cuitas y biendecires. Todas ellas siguen siendo presente. Marías, en cambio, habita hace ya largos meses esa otra dimensión de lo póstumo “que no conoce lo táctil”. Habita el pasado con cuantos seres ha querido y admirado. Nosotros seguiremos haciéndolo desde aquí mismo mientras nos sea permitido, Así que pasen treinta años. “The first thing / every morning / and the last thing / every night, / I think of you”, cantaba Dean Martin, uno de los crooners favoritos del escritor. Da pudor escribir que uno llega a sentirse así a veces. Pero también uno ya se conoce lo suficiente como para no andarse con remilgos ni vergüenzas. A lo mejor aquello de ser audaz tenía más que ver con la sinceridad del alma que con las aventuras mundanas. Leamos a Marías, no lo perdamos de nuestro horizonte, porque a veces un puñado de páginas suyas pueden acabar salvándonos la vida.

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Autor: Javier Marías. Título: Así que pasen treinta años. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.

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