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Los «gatos sensatos» que inspiraron el musical Cats

Los «gatos sensatos» que inspiraron el musical Cats

La editorial Nórdica publica una nueva edición de El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya, una colección de poemas humorísticos y fantasiosos de T. S. Eliot sobre psicología y sociología felina, que sirvió de inspiración para la producción de la obra musical Cats. Los poemas fueron escritos durante la década de 1930 e incluidos por Eliot, bajo el seudónimo «Old Possum», en cartas a sus ahijados. En esta edición destacan las ilustraciones de Edward Gorey, uno de los mejores ilustradores del siglo xx, y la traducción de Juan Bonilla.

 

EL NOMBRE DE LOS GATOS

Ponerle nombre a un gato, no te asombres,
es cosa complicada y no banal.
Seguro que piensas que estoy muy mal,
pero es que un gato ha de tener tres nombres.

De ponerle el primer nombre se encarga
la familia. Serán nombres de gente
común: Pedro, Gabriel, Ana, Vicente.
Ya veis, la lista puede ser muy larga.

Claro que algunos prefieren la opción
de emplear nombres más rebuscados
en los eufónicos tiempos pasados:
Electra, Godofredo, Napoleón.

Pero los gatos, que son muy soberbios,
han de emplear apodos contundentes
que les ayuden a ir entre las gentes
con paso firme y sin perder los nervios.

Son nombres que no podrás pronunciar
sin trabucarte: Munkustrap, Walstato,
Bombabulina, Explorer. Cada gato
ostenta así un nombre particular.

Queda otro nombre, pero no hay accesos.
Sólo el gato conoce el tercer nombre
y nunca lo dirá a ningún hombre
por mucho que lo mimen con mil besos.

Así que, cuando a un gato ensimismado
contemples, es seguro que, coqueto,
en su mente repite el gran secreto,
como un mantra sagrado

impronunciable
pronunciable
pronuncimpronunciable
inescrutable, hondo, singular,
su Nombre de verdad.

UNA GATA CHICLOSA

Me acabo de acordar de una gata chiclosa,
Jenny, con sus lunares, sus manchas de leopardo,
con sus rayas de tigre, y más vaga que un bardo,
todo el día tirada, ya sea sobre una losa,
o sobre un escalón,
sobre la alfombra, sobre un edredón,
tirada y estirándose tirada, no estoy de broma,
era una gata de goma…
Ahora bien, cuando se termine el día
y la casa se amuerme,
y toda la familia ya se duerme,
Jenny comienza entonces su faena,
se baja al sótano y compone una cadena
de ilícitos, solícitos ratones
a los que trata sin educación.
Los hace colocar en formación
y los adiestra con croché y canciones.

Jenny, con sus lunares, en toda la jornada se menea.
No hay otra igual, tirada junto a la chimenea,
o acurrucada en mi sombrero,
o puesta al sol sin dar ni golpe… Pero
cuando se acaba el día
y el trajín de la casa languidece,
entonces Jenny se incorpora y crece.

Un respiro no tienen los ratones
—su dieta irregular les da razones—
y para que no pierdan peso
ella asa y fríe sin parar un rato:
hace pastel-ratón —entre otros platos—,
prepara un gril con bacon y con queso.

Jenny, con sus lunares, qué gata tan chiclina,
hacía nudos marineros con la cuerda de la cortina
y junto a la ventana se estaba todo el día
sin dar ni golpe, pero en cuanto anochecía…
y el trajín de la casa va a acabar
Jenny se pone pronta a trabajar.
Ha decidido que las cucarachas
se pueden transformar en vivarachas
exploradoras y les da un argumento
para que no se paren ni un momento.
Con esa tropa forma un batallón.
Jenny ha hecho de los bichos su legión.

Termino ya por Jenny lanzando un triple hurra:
si las cosas funcionan es porque ella se lo curra.

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Autor: T. S. Eliot. Título: El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya. Editorial: Nórdica. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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