No “el gorrión”. Los gorriones. Es imposibles concebirlos solos. Es imposible no celebrar la vida en el tejado, al amanecer, cuando lo hacen temblar con el bullicio de su parloteo. No cantan: pían, jalean, remueven, reclaman, rehacen el día en la cáscara de sus picos. Degluten la noche. La picotean. La convierten en gorjeo de luz.
Hasta los umbrales del verano se aparean sobre las tejas. Un macho salta sobre la hembra, vibra sobre ella, y ella, vibrando también, recoge el intenso placer eléctrico y luego se sacude al asaltante, que lo vuelve a intentar sobre la misma. No cambia. Tampoco ella espera a otro. Están al lado los demás. Hacen lo mismo. El tejado es una orgía matutina de salto y revoloteo. Y las parras que trepan al tejado se mueven con la brisa del apareo o con el salto de alguno de los gorriones, macho o hembra, sobre las ramas.
Los gorriones son comuna. El gorrión solitario o está muerto o va a morir. Los gorriones son alboroto de un anarquismo utópico que se organiza en el albedrío de estar juntos para la comida, para la fiesta y para el invierno.
Así eligieron mi casa y descubrieron las cobijas de las tejas. Se asomó uno al refugio y todos lo supieron. Se adentró uno en el hueco y el resto encontró el suyo. Mi tejado es un nido de gorriones que cada mañana se eleva unos metros con el revoloteo comunitario y luego vuelve a aposentarse en los muros.
Yo sé que los nidos son comodísimos. Contienen ramitas, hojas, briznas de hierba e incluso el pelo blando de mi perra cuando, al cardarle el lomo, se desperdiga en algodones volanderos. Todo lo recogen los gorriones antes de que el sol esté alto. Se lanzan uno tras otro en ráfagas que regresan con el material en el pico y se adentran debajo de la teja, para que el nido esté siempre como nuevo.
Ahí se esconden las crías, se remueven y reclaman la comida que enseguida les llega en el pico de sus padres en forma de semilla o de insecto con las alas apagadas. Justo se trata de encender las alas de los ínfimos gorriones, esos criaturos de apenas plumas, menesterosos, que a veces salen de su refugio y se ponen a trastabillar por el tejado.
Los he visto caer, especialmente en los días de calor, desesperados, piquabiertos de sed, atolondrados de sopor, inválidos ya en el suelo, incapaces de regresar al nido, apenas asistibles en el desconcierto de quien va a morir. Los he visto volantones, a pares, salir despistados de una cobija, y perderse en el siguiente canalillo del tejado, como si se hubiesen ido a China o quizás a otro planeta, ensayando ya el vuelo, lográndolo a la tercera o a la cuarta, como si el susto activara el corazón que activa las alas.
He visto al mediodía cómo el cernícalo cae sobre la comuna y la remueve buscando a quién cazar, y, ya con las garras extendidas y centrándose en un equilibrio imposible, corrige sobre la marcha, casi aferra un cuerpo caliente y se decide por otro, un volantón, o la madre que quiere protegerlo o un húsar a quien la pechera ya se le está llenando de sangre.
Los hijos de los reyes están libres de tributo, aprendo en los gorriones. Aprendo a buscar el alimento removiendo un poco los segundos. Es en la pequeña lengua que esconde el pico donde se larva el tesoro. La naturaleza nos va a nutrir de lo que es preciso entregar al mundo. Mi hermano el gorrión. Tiene una identidad y cuestiona la mía. Si me empeño en mi nombre, me llena de plumas. Me empuja a la comunidad del tejado. Eres uno, me dice, porque somos múltiples.
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Ernesto: ante todo comentarte que somos compañeros de escritura en este bendito espacio. No sabes cuánto amo a los gorriones. Es más, me he tirado una temporada fotografiándolos en la Ciudad, en distintas facetas. Gracias de corazón por esta belleza de artículo.
Saludos cordiales ✍️
Pasé una larga temporada en un hospital de la Comunidad de Madrid, hace una década. En mi habitación compartida me tocó al lado de la ventana, y una mañana me sorprendieron unos cuantos gorriones aleteando y piando en el alféizar. A partir de entonces, y desde la parte de arriba abierta de la ventana anticaídas, dejaba caer migas de pan de mis desayunos y comidas para verlos comer, aletear, piar a placer y tirarse al vacío desde una quinta planta. Repetí la operación todos los días y, desde el tercero, ellos, cada vez en mayor número en diferentes tandas, tomaron la iniciativa. A las ocho casi en punto me despertaban, nos saludábamos sin que se asustaran a través del cristal y les daba algunas migas de pan que había reservado para ellos de la cena de la tarde anterior. Nos hicimos amigos, creo, y me hicieron muchísima compañía durante mi estancia hospitalária. Desde entonces casi todos los días, en mi casa, les doy migas a los gorriones, aunque de vez en cuando alguna urraca abusona se las disputa. Egoistamente pienso que si me reencarnara en ave agradecería que me ayudaran a alimentarme.
Gracias don Ernesto por el poético artículo que me ha reverdecido esos recuerdos.
Es una alegría inmensa convivir con las aves, incluso las inteligentes y curiosas urracas, picarazas les llamamos por aquí.
De un tiempo a esta parte hay un gran número de palomas torcaces que han ido sustituyendo poco a poco a las tórtolas turcas, que se ven menos, y conviven junto a las habituales bravias…y es un placer poder contemplar a las tres especies juntas en el emblemático Espolón junto a la estatua del Espartero.
Las especies se adaptan a vivir con el hombre, los gorriones hoy sufren las nuevas construcciones que no dejan recovecos para que aniden, también los estorninos, que antes los desplazaron y vencejos, golondrinas y aviones, a los que hay que proteger sus nidos. Cernícalos, autillos, la señora lechuza, las cigüeñas, las gallinas de agua, tan escurridizas, las fochas, los azulones y los cormoranes también son habituales en esta ciudad, y, el año pasado la pareja de pavos reales del parque del Carmen tuvo descendencia, 3 pavitos y una pavita… ¡Qué mundo tan feo si nos quedamos sin aves!
Señor Ernesto me alegra mucho que le gusten los gorriones, las comunas y que aprenda de ellos y no de los hijos de los reyes que no pagan tributo, pero cuando esté entre ellos, los gorriones, por favor y por respeto hacia ellos no les mente China, allí fueron exterminados y tratados como plaga junto a moscas y ratones. La caza fue tan brutal que hace que los crímenes contra la disidencia que sigue perpretando ese infecto régimen sean un cuento de niños.
Un saludo muy ornitológico.