Los meteoritos son fragmentos de tiempo: restos del nacimiento del sistema solar, mensajes minerales que cruzan la atmósfera y aterrizan en nuestros bolsillos, vitrinas y laboratorios. Helen Gordon nos guía por el fascinante mundo de los meteoritos y nos invita a mirar el cielo —y las piedras del suelo— con nuevos ojos.
En Zenda ofrecemos un fragmento de Los meteoritos (Menguantes), de Helen Gordon.
***
2
CEREMONIA PARA UN METEORITO
Solo unas cuantas personas, aparte de los vecinos, habían sido informadas del suceso. Los organizadores temían que las estrechas calles de Ashdon, cerca de Saffron Walden, en Essex, se vieran des bordadas por demasiados entusiastas. Tuve suerte. La curadora de meteoritos del Natural History Museum (NHM) de Londres iba hacia Ashdon y me dejaba acompañarla.
Conduje hacia Essex con el limpiaparabrisas en marcha, cambiando de carril constantemente para evitar ser pulverizada por los monstruosos camiones que rugían en la M11. Era el viaje más largo que hacía sola desde que había dado a luz a mi hija menor (fue hace un año, una tarde fría y soleada, con cesárea programada por precaución). En el espejo retrovisor mis ojos no dejaban de vigilar un asiento vacío. Me sentía un poco mareada. Libertad. Ansiedad. La soledad de ser un solo cuerpo.
Años atrás —no se sabe cuántos exactamente, pero deberíamos pensar en términos de millones, miles de millones de años—, la piedra también se había separado de su cuerpo asteroidal progenitor. Llegando a nosotros desde la fría oscuridad del espacio, los meteoritos hablan de existencias que no han sido tocadas por la experiencia humana. De alguna forma, son un poco como un recién nacido: llegan desde la oscuridad, existen ajenos a la experiencia humana. Y tanto los meteoritos como los bebés, intuía, son capaces de actos de reencantamiento. Ancianos y recién nacidos. Ambos alteran nuestra perspectiva, aunque solo sea durante unos instantes, y nos hacen sen tir que el mundo cotidiano es, al mismo tiempo, más profundo y más extraño; las acciones más simples adquieren un nuevo significado.
Hay algo en los meteoritos que nos atrae. En torno a ellos se congregan comunidades. Cazadores, coleccionistas, científicos y otros entusiastas. En Essex, el meteorito de Ashdon había reunido a un grupo de unas treinta personas, en su mayoría vecinos y miembros de clubes locales de geología. Caminamos junto a la roca, sostenida por Almeida, dejando atrás casas con techos de paja y campos planos y embarrados. La lluvia no era intensa, pero sí constante. Tenía las manos congeladas. El papel de mi cuaderno se había empapado. El bolígrafo no escribía. Una mujer baja de pelo gris vestida con un mono azul se detuvo junto a la madriguera de un tejón y examinó un montículo de tierra fresca y anaranjada. Trabajaba para el museo de Ashdon y buscaba evidencias de una capilla que el rey danés Canuto construyó con motivo de su victoria sobre el rey inglés Edmundo II. Alguien había sugerido que el emplazamiento de la capilla podría ser el lugar donde había aterrizado el meteorito. Una especie de lugar con poderes cósmicos.
Nos reunimos en un camino agrícola entre dos terrenos. Aquí la tierra estaba ligeramente elevada. A un lado veíamos el pueblo; al otro, una granja. Un poste de madera cubierto con un saco marcaba el lugar del impacto. A la una en punto sería mostrado públicamente. La lluvia caía con más fuerza. Llevaba guantes de cuero, cometí el error de quitarme uno —humedad, frío…— y no fui capaz de ponérmelo de nuevo. Permanecimos allí, sin dejar de mover los pies. Los organizadores —Gerald Lucy, de la Sociedad de Rocas y Minerales de Essex, y su amigo Mike Howgate, también geólogo— controlaban sus relojes.
Gerald Lucy comentó que la idea de colocar un hito allí surgió porque «sería un poco absurdo que vinierais hasta aquí y no hubiera absolutamente nada que ver». Según él, encontrarse en el lugar exacto es importante. «Un escalofrío puede recorrerte la espalda cuando piensas que, en este preciso lugar, sucedió algo así».
*
Los meteoritos son piedras o rocas que han penetrado nuestra atmósfera. La mayoría fueron, en su día, parte de asteroides —restos rocosos, carentes de aire, posteriores a la formación de nuestro sistema solar hace unos 4,6 miles de millones de años—. De forma excepcional podrían ser restos de la Luna o del planeta Marte. Esos meteoritos lunares o marcianos solo representan un 0,2 % de las ro cas recuperadas procedentes del espacio. Al estrellarse a través de la atmósfera terrestre a una velocidad de entre 43 000 y 145 000 kilómetros por hora —el equivalente a viajar de Nueva York a Los Ángeles en dos a seis minutos—, la superficie de un meteorito comienza a brillar y a derretirse, y el cuerpo rocoso a desintegrarse. Normalmente menos del 5 % de la roca original logra tocar el suelo.
Los meteoritos recuperados no suelen superar el tamaño de un puño; la mayoría son similares a un guijarro de aspecto modesto. Un trozo de carbón negro. Una pequeña piedra gris. «Lo curioso de los meteoritos es que pueden parecer extremadamente anodinos y, sin embargo, contienen la historia de miles de millones de años; es algo inconcebible», me explicó Helena Bates, científica del NHM. «Están llenos de secretos ocultos». La idea de que los meteoritos proceden del espacio solo fue aceptada de manera generalizada en el siglo XIX, pero ver rocas ca yendo del cielo no era nada nuevo para la gente. ¿Cómo iba a serlo? Un meteorito que entra en la atmósfera terrestre es un haz de luz ferozmente brillante, a menudo acompañado de estruendosos estallidos y explosiones. Han sido confundidos con explosiones nucleares, rayos divinos, erupciones volcánicas, hijos de dioses.
Técnicamente, estas rocas se conocen como meteoroides cuando viajan por el espacio y como meteoritos solo tras haber sobrevivido a ese viaje y aterrizado en la Tierra. Un meteorito muy grande también podría llamarse asteroide, incluso después del impacto. No hay un tamaño oficial que defina una u otra categoría, aunque los con servadores del NHM sugieren que un meteoroide «habitualmente pesa menos de cientos de kilogramos de masa y mide alrededor de un metro de diámetro». A lo largo de este libro utilizaré predominantemente el término meteorito para cualquier roca espacial que ha aterrizado en la Tierra.
No todos los meteoroides se convierten en meteoritos. Los meteoros —a veces conocidos como estrellas fugaces— son meteoroides que arden al entrar en la atmósfera terrestre, creando brillantes este las de luz en el cielo. En ciertos momentos del año pueden observarse muchos meteoros durante varios días. Estas «lluvias de meteoros» están relacionadas con las órbitas de los cometas —restos de la formación del sistema solar en forma de bolas de polvo y hielo—. En el hemisferio norte podemos observar, entre otras, las Perseidas en agosto, las Leónidas en noviembre y las Gemínidas en diciembre. Los pequeños fragmentos de cometas son, en general, demasiado frágiles para sobrevivir a la entrada en nuestra atmósfera, por lo que, aunque en teoría las lluvias de meteoros podrían enviar meteoritos a nuestra superficie de vez en cuando, no se ha rastreado de manera definitiva ningún resto que provenga de ellas.
(…)
—————————————
Autora: Helen Gordon. Título: Los meteoritos. Traducción: Lía Peinador. Editorial: Menguantes. Venta: Todos tus libros.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: