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Los relatos inéditos de Ignacio Padilla cierran su Micropedia, joya del cuento en español

Los relatos inéditos de Ignacio Padilla cierran su Micropedia, joya del cuento en español

Fotos: Lisbeth Salas

Orfebre del lenguaje, erudito y dotado de una imaginación portentosa, Ignacio Padilla se movía como pez en el agua por la literatura fantástica a la hora de escribir sus cuentos, quizá porque en ella encontraba las dosis de subversión que necesitaba y porque era la “manera de oponerse a lo real” de este escritor mexicano, fallecido en agosto de 2016 en un accidente de tráfico, cuando sólo tenía 47 años. Ganó numerosos premios nacionales e internacionales y reflejó su maestría en casi todos los géneros, pero él se definía como “físico cuéntico y fue “en la brevedad donde alcanzó la grandeza” y donde “su mundo imaginario y su talento lingüístico se combinaban mejor”, afirma Jorge Volpi, su gran amigo y albacea, que ha pasado unos días en España para presentar el libro de relatos que dejó inédito Padilla, Lo volátil y las fauces, cuarto y último volumen de su “portentosa” Micropedia, “uno de los proyectos de cuentos más ambiciosos que se han publicado en mucho tiempo”.

"La Micropedia es uno de los proyectos de cuentos más ambiciosos que se han publicado en mucho tiempo"

La Micropedia está formada, además, por Las antípodas y el siglo, Los reflejos y la escarcha y El androide y las quimeras. Los cuatro libros han sido publicados ahora, en un cuidado estuche, por ginas de Espuma, la editorial española que ha hecho de la narrativa breve su razón de ser. Es, pues, una ocasión única para adentrarse en ese universo tan especial que Padilla creó a lo largo de veinte años, con frecuencia en el límite entre la ficción y el ensayo, y poblado por seres extraños, por bestias, androides, quimeras, dobles o monstruos. Ese proyecto “atrae por su afán naturalista, de gabinete de curiosidades, que abarca el mundo infinitesimal e inabarcable de lo extraño y perturbador. En ese mundo de lo oscuro y lo raro buceó Nacho con su mirada angélica y su prosa heredera y continuadora de las mejores prosas y las literaturas más inquietantes: Borges, Lovecraft, Poe, Cortázar, resuenan en sus perfectas recreaciones del aliento misterioso de lo fantástico, aquello que vemos y no queremos ver”, escribe Ana García Bergua en el cuadernillo homenaje editado también ahora, que reúne testimonios de doce cuentistas y amigos de “Nacho” Padilla, entre ellos Pedro Ángel Palou, Rosa Beltrán,  Andrés Neuman, Fernando Iwasaki, Alberto Chimal y, por supuesto, Volpi, que se ha encargado de editar los dieciocho cuentos de Lo volátil y las fauces, algunos de los cuales ya habían sido publicados con anterioridad. Apenas ha tenido que retocar nada de los textos originales de ese bestiario porque “estaban prácticamente listos, aunque seguramente Nacho los hubiera releído y corregido antes de publicarlos, porque era muy minucioso”, afirma en una entrevista con Zenda Jorge Volpi, “cómplice” de Padilla desde los 16 años.

"En ese mundo de lo oscuro y lo raro buceó Nacho con su mirada angélica y su prosa heredera y continuadora de las mejores prosas y las literaturas más inquietantes: Borges, Lovecraft, Poe, Cortázar"

A esa edad, ambos se presentaron, junto con Eloy Urroz, a un concurso de cuentos del colegio, “célebre por la leyenda —cierta— de que en su tiempo Carlos Fuentes obtuvo los tres primeros lugares”, firmando con seudónimos distintos. El relato de Nacho, “El héroe del silencio”, ganó el primer premio y era “un derroche de talento lingüístico que todavía se lee con asombro”. Ya era palpable en esas líneas su “prosa delirante y circular, labrada a partir de sus febriles escarceos con Rulfo y García Márquez”, asegura Volpi.

El autor de En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve 1999 y Prix Grinzane Cavour 2000) se embarcó a mediados de los noventa, junto con Padilla, Urroz y Ricardo Chávez, en la aventura literaria del Crack mexicano, con el que quisieron alejarse “del exotismo forzoso” en el que derivó el Boom latinoamericano, para volver “al rigor inicial del Boom, a sus mundos totalizadores, a su polifonía”.

Padilla, Premio Primavera de Novela 2000 con Amphitryon y Premio Internacional Juan Rulfo 2008 con Los Anacrónicos, coincidió con Volpi durante dos años en Salamanca mientras ambos hacían el doctorado. El autor de la Micropedia dedicó su tesis a Cervantes, escritor por el que sentía pasión y sobre el que luego publicó varios ensayos, entre ellos Versos de Shakespeare y desdichas de Cervantes. Se cuenta, y Volpi asegura que es cierto, que Ignacio Padilla escuchó cien veces el Quijote en la voz de Fernando Rey, en sus múltiples trayectos entre Querétaro y Ciudad de México. “Se lo sabía casi de memoria”, subraya Volpi, que en 2018 ha ganado el Premio Alfaguara con Una novela criminal. “Él admiraba enormemente también a Shakespeare, pero Nacho es mucho más cervantino que shakesperiano. Las pasiones de Shakespeare no están en los libros de Nacho”, añade el autor de La tejedora de sobras.

"Ignacio Padilla nunca renunció “a la riqueza de la lengua que veía cambiar delante de él"

En palabras de Alberto Chimal, Ignacio Padilla nunca renunció “a la riqueza de la lengua que veía cambiar delante de él”, y su Micropediaes el testimonio de esa labor: la del último de nuestros grandes barrocos, o la del primer gran explorador de las costas del castellano en el siglo XXI. Y, en opinión de Jorge Volpi, ese lenguaje “abigarrado, muy plástico y algo barroco” con que Padilla escribió sus cuentos, es el que mejor combina con su mundo imaginario y su erudición o, “a veces, falsa erudición, algo muy borgiano”. Y es que Borges y García Márquez son las dos influencias centralesen la obra de Padilla, “pero le interesaba toda la literatura fantástica, la clásica del siglo XIX, y le interesaban mucho también los cuentos folclóricos y los de niños. De todos esos universos surge su mundo imaginario”, señala Volpi, al que estos días le ha tocado el difícil papel de convertirse casi en alter ego de Padilla para intentar responder las preguntas de los periodistas sobre la Micropedia.

"Padilla tenía la necesidad de acudir al territorio de la libertad total, la ficción, para poder decir aquello que su corrección y su amabilidad no le permitían"

Los dieciocho relatos de Lo volátil y las fauces conforman un bestiario sorprendente. El lector se deleitará con historias de dragones tricéfalos; murciélagos con diminutas bombas asidas a sus cuerpos; ornícalos que tenían un solo canto, y en cada generación, escribe Padilla, “no es más que un individuo de esta especie quien entona cierta cósmica melodía, la cual contiene y sostiene al universo entero”; cristales de zuarita que “eran un antídoto infalible contra el miedo” y “que no eran otra cosa que cálculos formados en las entrañas del dronte o dodo, una rara especie de paloma obesa que hallaron los holandeses cuando desembarcaron en la isla última de los confines del Océano Índico”; o el extraño caso del pintor Cornelius Max, que crio y pintó macacos en tiempos del emperador Francisco José y se burló de los críticos de la época poniéndoles “facciones de humanos conocidos o reconocibles” a los primates de sus cuadros.

Es difícil saber qué había de Ignacio Padilla en esos monstruos y seres extraños de sus cuentos. Rosa Beltrán afirma que Padilla “tenía la necesidad de acudir al territorio de la libertad total, la ficción, para poder decir aquello que su corrección y su amabilidad no le permitían. Por eso le gustaba explorar el mal. No solo por su dimensión ética y por ser emblema de nuestro tiempo, sino porque de todo lo enigmático, el mal, representado en el monstruo, es lo más real y lo más próximo”.

"Él nunca se quiso revelar, nunca habló de sí mismo en sus libros. De hecho, nunca habló de sí mismo ni siquiera como amigo. Él se reservaba enormemente su intimidad"

“En todos los cuentos de la Micropedia —le dice Jorge Volpi a Zenda— hay mucho de Ignacio Padilla, pero muy escondido. Él nunca se quiso revelar, nunca habló de sí mismo en sus libros. De hecho, nunca habló de sí mismo ni siquiera como amigo. Él se reservaba enormemente su intimidad. Entonces, para quienes lo conocimos, sí hay cosas que uno puede distinguir de su propia vida, pero están muy ocultas debajo de todo este mundo fantástico. Hay que hacer casi una labor de psicoanalista para descubrirlas. Lo que yo le hacía todo el tiempo. Cada vez que yo presentaba uno de sus libros, o los leía, encontraba elementos autobiográficos detrás, y a él no le gustaba que los dijera. Era muy reservado. Pero, al mismo tiempo, era muy simpático, muy encantador. Toda la gente lo quería. Cuando murió, todo el mundo lo lamentó muchísimo porque, realmente, era muy adorable”.

Maestro en Letras Inglesas por la Universidad de Edimburgo y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, Ignacio Padilla recibió hace unos días un homenaje en Madrid, en la sede del Instituto Cervantes, en el que participaron escritores y expertos en su obra como Fernando Iwasaki, el propio Volpi y el editor Juan Casamayor, director de Páginas de Espuma.

"La delirante cartografía literaria de Padilla no nace de ninguna pedantería geográfica, sino de una genuina vocación trashumante y cosmopolita"

“En los cuatro libros de la Micropedia nos vamos a encontrar a un explorador que se mueve en la literatura como si fuera un mapamundi, donde cabe la fantasía como accidente geográfico. En ellos hay también un juguetero demente cuyo umbral está habitado por monstruos y bestias, autómatas y androides, soldados desmemoriados e incluso animales imposibles, dragones, muñecas, dobles, espejos… Todos los mundos eran posibles en Nacho”, dijo Casamayor en ese homenaje.

Iwasaki recordó que cuando la mayoría de los adolescentes latinoamericanos soñaba con cursar el último curso de secundaria en Estados Unidos o en Europa, Padilla se fue a África, donde se matriculó en la “prepa” del Waterford Kamhlaba de Swazilandia. La delirante cartografía literaria de Padilla no nace de ninguna pedantería geográfica, sino de una genuina vocación trashumante y cosmopolita. Los relatos de Nacho transcurren en los lugares más sorprendentes del planeta. Normal. Como su colegio de Mbabane, donde quizá estudió con las hijas de Mandela”. O quizá no, añadió Volpi, porque esa anécdota casi seguro que no era cierta, y tampoco lo era que, en África, “estuvieran a punto de fusilarlo”, como Padilla “iba contando una y otra vez”. Pero estos hechos imposibles de comprobar “hablan de la relación de Nacho con la ficción”. “Él tenía una capacidad fabuladora inaudita, y yo creo que en muchas ocasiones repetía tanto cierta cantidad de cosas que terminaba por creérselas. La distancia entre su imaginación, la realidad y su propia vida siempre fue muy tenue, incluso para él mismo. Y eso es lo que lo hacía un narrador tan apasionante, subrayó Volpi.

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