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Luis Rodríguez: “La literatura nace de una herida”

Luis Rodríguez: “La literatura nace de una herida”

La primera versión de esta entrevista se iniciaba con una pregunta convencional y se refería al origen de 8.38, la nueva novela de Luis Rodríguez (Cosío, 1958), publicada por Candaya. El autor respondía que hace tiempo que quería escribir un libro sobre los maquis —la guerrilla antifranquista durante la Guerra Civil—, y que cuando se puso a escribir se dio cuenta de que no le salía, que lo intentó una y otra vez, que escribió dos o tres folios y nada. Fue entonces, decía, cuando se le ocurrió escribir una novela sobre la incapacidad de escribir y pensó en un personaje, llamado Luis Rodríguez, que intenta escribir la historia de un Guardia Civil que persigue a dos maquis en el monte.

—No es una cosa de «uy, tengo una crisis, no soy capaz de escribir»—aclaraba Rodríguez, el escritor, y decía que aquello no llegó a ser una tragedia—. Cuando escribo no tengo claro lo que quiero hacer. Empiezo y conforme lo hago encuentro cosas.

Luis Rodríguez habla de prisa. Suelta una ráfaga de frases que alargan cada intervención. Sus respuestas, que suelen ramificarse en anécdotas o ejemplos con los que trata de explicar algo, van acompañadas de una carcajada sonora que hace dudar al receptor si lo que dice —o va a decir— lo dice en serio o en broma.

La respuesta completa a la pregunta inicial tenía 401 palabras y 2190 caracteres con espacio. Si se sumaban otras preguntas y más respuestas sobre el mismo tema el resultado era de 869 palabras y 4685 caracteres con espacio. En ellos, Rodríguez decía, con una pausa para pedir que si se extendía le avisara —“si me enrollo, tú párame, ¿eh? Tú decides, que yo me enrollo”— que en sus novelas siempre aparece algún maqui, que si hubiese insistido un poco más con la idea original quizás hubiese fluido, que su mecánica es la de reescribir capa sobre capa, párrafo sobre párrafo, folio sobre folio, hasta que alguien le dice que pare, le quite la novela de las manos y la publique.

—El asunto es que la literatura está tan viva que ni yo la domino.

—¿Nunca quedas satisfecho con el resultado de lo que escribes?

—Nunca.

—¿No te gustó como quedó 8.38?

"Si me gustara cómo quedó mi libro, 8.38, sería gilipollas"

—Es que prefiero no mirarlo. Si me gustara sería gilipollas. ¿Tú, por ejemplo, cuando escribes una entrevista no la reescribes constantemente?

La primera versión de esta entrevista, etcétera.

Una versión anterior de 8.38 era una novela en la que de la mitad hacia adelante había dos historias paralelas, una en las páginas pares y otra en las impares. Rodríguez se la envió al escritor Ricardo Menéndez Salmón y éste le dijo que estaba bien pero que no se la iba a publicar ni Dios. La versión final de 8.38, la que publicó Candaya, se divide en tres partes: en la primera, un hombre escribe una novela sobre la incapacidad de escribir; en la segunda, una niña de doce años lee la obra de Luis Rodríguez con una mirada crítica propia de un adulto; en la tercera, un empleado de banca completa lo que podría ser una apócrifa biografía del propio Rodríguez. Todo, en su conjunto, viene a ser una reflexión sobre el proceso creativo a la vez que un artefacto, un divertimento muy serio. Él quiere, dice, que se lea como lo que es: una novela, alguien que cuenta algo.

—¿Qué es lo que te obsesiona sobre la creación literaria?

—¿Tienes la novela a mano?

—Sí.

—Abre la página 90. Lo que dice Don DeLillo. Yo no lo respondería mejor.

Lo que dice Don DeLillo es esto: “Al término de cada frase aguarda una verdad, y el escritor sabe reconocerla cuando por fin la alcanza. En un determinado nivel, esa verdad constituye el ritmo de la frase, su cadencia y su equilibrio, pero a un nivel más profundo representa la integridad del escritor enfrentado al lenguaje. Yo siempre me he visto a mí mismo en las frases. A medida que elaboro una frase, comienzo a reconocerme, palabra por palabra. El lenguaje de mis libros me ha modelado como hombre. Una frase que nos sale bien está dotada de fuerza moral. Revela la voluntad de vivir como escritor. Cuanto más profundamente me sumerjo en el proceso de lograr la perfección de las sílabas y el ritmo de una frase, más aprendo de mí mismo. He trabajado mucho en las frases de este libro, pero no lo bastante, dado que no me veo a mí mismo en su lenguaje”.

La publicación de 8.38 ha supuesto una especie de redescubrimiento de Luis Rodríguez. De él ya se habían dicho unos cuantos elogios. El escritor y periodista Álvaro Colomer escribió en La Vanguardia: “Todo amante de la literatura desea siempre encontrar a su propio ‘autor secreto’, esto es, a un escritor que tenga pocos seguidores aún cuando la calidad de su obra incite a pensar que tendría que ocurrir lo contrario. Pues bien: Luis Rodríguez puede ser ese ‘autor secreto’ que muchos andan buscando”. El narrador Ricardo Menéndez Salmón escribió en el prólogo de la novela Novienvre (2013): “Luis Rodríguez tiene estilo, respira estilo, es estilo”.

—Pareciera que eres un autor de culto.

—Eso de autor de culto es un poco excesivo. Tengo muy claro que muerto de éxito sólo puedo llegar a quinientas o mil personas. Que alguien como tú me diga que le ha gustado mi novela es algo a lo que no me acostumbro. Me cuesta creerlo. Cuando publiqué la primera novela había gente en mi entorno a la que ni le gustaba ni le interesó.

Luis Rodríguez ha publicado, hasta ahora, cinco novelas: La soledad del cometa (2009), novienvre (2013), La herida se mueve (2015), El retablo del no (2017) y 8.38 (2019). En cada una el lector puede encontrar referencias a sus novelas anteriores. Una frase que ya había dicho un personaje en La herida se mueve la repite otro en 8.38; una anécdota, un chiste, un acertijo o un cuento ya contado en una se repite en otra. Rodríguez es de ese tipo de escritores que, parece, siempre escribe el mismo libro.

—Tengo los mismos demonios que cuando comencé. Son vueltas sobre un mismo tema, es la identidad, es no sé qué. Mi mundo es más pequeño de lo que imagino.

—¿Hay alguna de tus novelas que hoy no publicarías?

—Ninguna.

—¿Ninguna?

—No quiero volver a leerlas.

***

Luis Rodríguez fue escritor antes de serlo. En El retablo del no escribe: “Cuando un hombre se convierte en famoso muchas veces se le fabrican unos antecedentes. O fue un niño predestinado, rebelde, listísimo en la escuela, o un inútil, triste solitario, como cargando ya con el peso del porvenir que lo aguardaba”. Rodríguez no era ni una cosa ni la otra —“era un niño muy muy normal y muy muy feliz”, dice—. Nacido en 1958 en Cosío, un pueblo de Cantabria —el Instituto Nacional de Estadísticas señala que para 2014 su población era de 173 habitantes—, de niño jugaba a la pelota y veía programas culturales con su padre, un carpintero que trabajaba en una central eléctrica.

"No soy un crío que por maltrato haya derivado a la literatura"

—Yo tuve unos padres maravillosos, los padres convencionales de la época, años 60 en un pueblo de España, que se limitaban mi padre a traer sueldo a casa y mi madre a administrarla. Nadie me decía: «Hijo mío, te veo triste». No, no funcionaba así. Tampoco soy un crío que por maltrato haya derivado a la literatura.

—¿Siempre quisiste ser escritor?

—Quise ser escritor toda mi vida, pero no escribía ni leía.

En su pueblo, en el que vivió hasta los catorce años, no había libros. Tampoco bachillerato. Por eso, desde los seis hasta los catorce se desplazaba a diario en bicicleta hasta Puentenanza, el pueblo de al lado, para asistir a clases.

—Recuerdo que nos íbamos al colegio en bicicleta y cuando volvíamos, imagínate que llueve, porque llovía todos los días, volvíamos «empapaos» y mi padre me preguntaba: «¿Cómo estás?», y yo: «Bien», y le preguntaba a mi madre: «¿Cómo estás?», y ella: «Uy, no sé qué, todo mojados», y mi padre: «Parece mentira que vengáis del mismo sitio». Es que siempre he sido de buen conformar. Yo era un tío normal y corriente.

Tenía quince años cuando obtuvo una beca para estudiar banca en Catalayud. Su padre, que lo tuvo muy mayor, temía morirse y que él no hubiese completado sus estudios. Luis, que dice que nunca tuvo vocación de nada, aceptó la beca y se mudó. Estuvo un año, aprobó una oposición y viajó hasta Madrid para trabajar en un banco.

—Si en el pueblo no había libros, ¿de dónde surgió su afición por la literatura?

—No tengo ni idea. Yo llegué a Madrid con 16 años, y al día siguiente, o a los dos días, entré en una librería, compré un libro y hasta hoy.

—¿Y qué libro compraste?

El jugador, de Dostoyevski. Ese es el primer libro que leí en mi vida.

—¿El primero?

—Sí, en la infancia no leí.

—¿Ni siquiera libros infantiles?

—A casa llegaba algún tebeo de El Capitán Trueno y lo leíamos diecisiete veces.

En novienvre Rodríguez recurre a una lluvia de títulos para explicar la transición del personaje de la adolescencia a la madurez. Los títulos y autores, desplegados en cinco páginas, son estos: El jugador, Mafalda, La bestia debe morir, La estela del crucero, Estudio en escarlata, Hamlet, Unamuno, Lolita, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Prosas apátridas, Lazarillo de Tormes, El gatopardo, El extranjero, El corazón de las tinieblas, Dejemos hablar al viento y El libro del desasosiego. Todos, excepto el último, Rodríguez los leyó entre los dieciséis y los dieciocho años mientras vivía en Madrid. Leía, y dice que no es una exageración, un libro por día. Terminaba su trabajo, que consistía en escribir cartas a los clientes, y dedicaba el resto de su jornada a leer, con el beneplácito de su jefe.

De Madrid, donde estuvo tres años, pasó a Barcelona y luego a Castellón. En paralelo, hizo pluriempleos para completar su salario: vendía libros del Circulo de Lectores, o llevaba la contabilidad de alguna empresa, entre otras cosas. Su idea inicial era recorrer España, pedir traslados a diferentes ciudades, para ver qué lugar le gustaba más y quedarse a vivir en él. Sólo que en Castellón, adonde llegó en 1979, conoció a su mujer. Allá vivieron hasta que se mudaron a Benicàssim hace veinte años.

—Trabajaste cuarenta años como banquero y no te gustaba.

—Ni lo más mínimo.

—¿Y por qué no lo dejaste?

"El mundo es feo de cojones. El mundo es cruel, es una mierda"

—Yo no he tenido ninguna vocación. Si me preguntas si quiero estudiar filología, no. Yo quiero leer. Yo empecé a trabajé en una oficina, pero si mi padre me hubiese dicho: «Chaval, tú fontanero», pues yo fontanero. Nací especialmente dotado para ser feliz. Otra cosa es que sea una persona con el alma atormentada y la madre que lo parió. La literatura nace de una herida. Si tu no estás herido, tu literatura no me interesa.

—¿Y cuál sería tu herida?

—Es que el mundo es feo de cojones. El mundo es cruel, es una mierda.

***

—¿A qué edad comenzaste a escribir?

—Escribir, escribir, casi a los cincuenta años.

—Antes tuviste que escribir algo.

—Es que me tiré treinta años, desde los dieciséis hasta los cuarenta, y no escribía.  Hasta los cuarenta y tantos no hubo cuento completo.

La historia de su primer cuento la narra en 8.38. Luis alquilaba máquinas de escribir en las ciudades donde vivía. En ellas sólo pudo escribir un párrafo en diez años. Un día le salió un cuento completo. Lo reescribió varias veces y lo envío a un concurso para ver si quedaba entre los finalistas. Pasaron los meses y se olvidó de ello hasta que recibió una llamada. “La orcina”, el cuento, había ganado el Premio Luis Adaro de Relato Corto de Gijón. En el jurado estaba Ricardo Menéndez Salmón, que entonces era director editorial de KRK. La noche de la premiación le pidió que le enviara algo. Luis le dijo que no y Ricardo le insistió. Gonzalo Moura, otro de los miembros del jurado, y que en un principio creía —por mostrar una madurez poco común en un autor inédito— que el relato de Luis había sido un plagio, le dijo después, ya en un bar y con cerveza en mano, que no fuera tonto, que Ricardo no iba por ahí diciéndole a todo el mundo que le mandaran textos. Era el año 2008. En 2009, KRK publicó La soledad del cometa.

A su ópera prima le siguió novienvre. La envió a KRK y le dijeron que atravesaban un momento difícil y que la enviara a otras editoriales. La envió a otras dos y no obtuvo respuesta. Un año después insistió con KRK. Se la publicaron. Dice que si ese período entre la primera y la segunda novela hubiese sido de siete años y no de dos aún la estuviera reescribiendo. Escribir, para Rodríguez, es reescribir de forma obsesiva.

—El ritmo de mi escritura me lo da quien me publica. Lo otro es que no hay nada mío inédito. Todo lo que escribo está publicado. Salvo la novela que escribo ahora, que sé que será corta y muy parecida a las anteriores, no hay nada en ninguna parte que no haya publicado. Lo que hago es reescribir y reescribir y no conservo lo anterior. No hay tres borradores de 8.38. Solo hay uno, que es el que está publicado.

—¿Nunca te generó dudas ser un escritor que publica tarde?

—Ni lo más mínimo. Yo lo que soy desde los dieciséis es un lector compulsivo.

—¿Y qué lees ahora?

La primera versión de esta entrevista decía que Luis Rodríguez leía Clavícula, de Marta Sanz.

—Una cosa: si he de mencionar el libro que estoy leyendo, hagamos trampa, por favor. Cuando leo entrevistas a escritores necesito que se le diga al escritor que recomiende algo. Necesito salir con una referencia de un libro que me interese. Si me preguntas, qué libro tienes en la mesita de noche, por ejemplo, borra el que te he dicho y pon uno que leí hace un par de años y que me tiene trastornado. ¿Lo puedes hacer?

—Sí, claro. Dime.

Karoo, de Steve Tesich.

—¿Y qué tal?

—De puta madre.

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