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Megan Maxwell: “El tiempo me ha enseñado que ser licenciada de la vida es una excelente licenciatura”

Megan Maxwell: “El tiempo me ha enseñado que ser licenciada de la vida es una excelente licenciatura”

A pesar de su nombre anglosajón, Megan Maxwell es española hasta la médula: directa, apasionada y valiente. Escritora de amores que arden y heridas que curan, esta vez ha elegido un escenario que parece escrito por los dioses: Santorini, la vieja Thera, aquella isla nacida del fuego y el mar.

Allí, en la caldera donde el volcán cubrió al mundo de noche y ceniza, donde la luz es un milagro que se repite cada atardecer, Megan ha tejido una historia de amor y muerte, de verdad y vida. Su nueva novela, Nuestro largo adiós, hunde raíces en esa tierra quebrada, rota y fértil. Como el alma de sus personajes.

Un paseo por la isla

Llegamos a media tarde, cuando Santorini se envuelve en una cúpula de oro y las gentes de Fira se preparan para despedir al sol. Paseamos por las callejuelas encaladas como si siguiéramos los pasos de sus protagonistas, deteniéndonos frente a una iglesia de cúpula azul, donde una mujer escribía una tarjeta postal junto al acantilado. “Usted es Megan Maxwell, ¿verdad? No deje, por favor, de escribir esas historias emocionantes”, le dijo emocionada frente a la sonrisa de la media docena de periodistas que habíamos sido convocados para seguir las huellas de la nueva novela de esta escritora. Megan abrazó a su lectora y seguimos nuestra visita. Una campana dio la hora. El mar, abajo, parecía contener la respiración.

"Nuestro largo adiós no es solo una novela romántica. Es también una elegía por lo que se pierde cuando se ama demasiado, cuando se dice adiós en la lengua del alma"

En Oia hicimos cola como todos para ver el atardecer más famoso del mundo. Gente de todos los idiomas aguardaba durante horas, cámara en mano, desgastando selfis, para ver caer el sol sobre las aguas negras de la caldera. Cuando llegó ese instante en que el oro se funde con la lava del pasado, todavía con la novela de Megan en la memoria, pensé que el amor, en el que muchos creemos gracias a la literatura, también era eso: esperar con paciencia algo bello, aunque solo durase un breve espacio de tiempo.

Vinos, pueblos y fantasmas

Una mañana nos perdimos entre los viñedos de Megalochori, donde el vino nace de la lava y el viento. Probamos un Vinsanto dulce y oscuro, hecho como hace siglos, y alguien escribió, en honor a Megan, una frase en una servilleta: “El amor, como el vino, solo se revela con tiempo y fuego”.

Descubrimos pueblos sin turistas —Emporio, Finikia, Pyrgos— donde aún quedan puertas de madera sin pintar y gatos que duermen en las sombras. Allí, donde nadie lo esperaba, encontramos tal vez el alma antigua de la isla. La civilización cicládica, ahora un susurro bajo tierra, pareció susurrarnos escenas, giros, secretos.

Una despedida

Nuestro largo adiós no es solo una novela romántica. Es también una elegía por lo que se pierde cuando se ama demasiado, cuando se dice adiós en la lengua del alma. Y Santorini, con su belleza que duele, es el escenario perfecto: una isla que fue destruida para renacer más bella.

Megan Maxwell ha vuelto con una historia que arde como la lava bajo tierra, y que nos recuerda que el amor —el verdadero— siempre deja cenizas. Y a veces, flores que nacen sobre ellas.

Hablamos con la autora de su nueva historia sobre los restos hermosos del viejo volcán.

***

—¿Cuántas novelas llevas ya?

—Publicadas, 61. Estoy escribiendo, ahora mismo, en junio de 2025, la número 62. Hay una en camino, como siempre (risas).

—Eres un ejemplo constante de éxito logrado a base de mucho trabajo.

"Hasta este año, mi ritmo de escritura han sido tres novelas y yo creo que me organizo bastante bien. Llevo ya quince años y le tengo cogido el ritmo a la cosa"

—Sí. Hay que trabajar mucho. Siempre digo que aquí nadie regala nada, y menos cuando escribes un libro. Por eso, cuando la gente critica un libro de manera poco rigurosa o incluso ofensiva (y ya no hablo de mis libros, sino de cualquier libro), me da rabia, porque siempre digo: “A lo mejor a ti no te gusta, pero a mí me encanta. O a lo mejor no lo has leído en el momento oportuno”. A mí me ha pasado muchas veces leer un libro y a la mitad decir “no puedo”. Entonces lo dejo. Y tiempo después lo retomo y no puedo dejar de leer. Por eso siempre pienso que cada libro tiene su momento y su lector.

—A ti te han criticado muchas veces.

—Sí, muchas. Y como te decía antes, me da mucha rabia que la gente critique un libro sin saber lo que cuesta, el trabajo que hay detrás.

—¿Cómo te organizas el trabajo?

—A ver. Hasta este año, mi ritmo de escritura han sido tres novelas y yo creo que me organizo bastante bien. Llevo ya quince años y le tengo cogido el ritmo a la cosa (risas).

—Eres una trabajadora de la escritura. Pero tuviste otra vida profesional antes de ésta.

—Sí, claro. Yo era secretaria en una asesoría jurídica. Imagínate… Pero mira, el orden y la capacidad de trabajo siempre han sido características de mi manera de organizarme profesionalmente. Y eso lo he aplicado a la escritura, claro. Una novela necesita, ante todo, orden y tesón. Yo me hago un planning semanal, de lunes a viernes. Empiezo cada día a las nueve de la mañana y termino a las nueve de la noche. Invariablemente. Si no, sería imposible escribir tres novelas al año. Luego, los fines de semana intento dejármelos libres, a excepción de cuando tengo que entregar el libro, que entonces sí dedico alguno a corregir las últimas pruebas.

—Pero tres novelas al año son muchas novelas.

"La gente no estaba acostumbrada a hablar con el autor así, de manera tan directa. Pensaban que la cuenta me la llevaba otra persona. Y me sigue pasando"

—¡Claro! Por eso, mientras estoy escribiendo un nuevo libro, estoy corrigiendo el anterior, o bien de promoción del mismo, hablando de otro libro que no es el que tengo en la cabeza, pues cuando una termina de escribir una novela, forzosamente ha de despedirse de aquellos personajes y aquella historia para poder concentrarse en la siguiente. Mira, por ejemplo: estamos en Santorini en viaje de promoción de Nuestro largo adiós, pero yo a la vez tengo medio empezada la novela que saldrá en diciembre, y pienso en ella cada día, claro. Y cuando me vaya de vacaciones, todavía con algunas entrevistas por hacer de este libro, ya sé que tengo que corregir el libro de Navidad.

—Además de escribir, llevas tus redes sociales.

—Sí. Me di cuenta hace muchísimo tiempo de lo importante que eran las redes sociales en la conexión de autor-lector. Me acuerdo cuando salió Facebook, hace como quince, diecisiete, o no sé cuántos años. En un principio yo pensé que sería como un blog, y yo abrí mi página allí de Guerreras Maxwell, pero más para mi grupo de amigas. Para mi sorpresa, empezó a unirse mucha gente. Tanta gente, que mis amigas y yo abrimos otro grupo y ese quedó para los lectores. Yo ya había publicado, y recuerdo que los lectores me escribían y yo procuraba responder a todos. Algunos se sorprendían: ¡¿Eres tú en persona?! ¡Claro que soy yo! La gente no estaba acostumbrada a hablar con el autor así, de manera tan directa. Pensaban que la cuenta me la llevaba otra persona. Y me sigue pasando. Ahora somos muchísimos más, pero creo que es muy importante que la gente vea que eres tú la que está detrás de Instagram, o de la pantalla que sea. Fidelizas más. La gente cuenta sus problemas, y eso es muy importante. Dedico parte de la noche a hablar con mis lectores.

—Esta nueva novela, Nuestro largo adiós, trascurre casi toda ella en el Mediterráneo, entre Ibiza y Santorini. ¿Cómo se te ocurre unir estas dos islas tan populares?

—Pues es que a mí me encanta Ibiza. Cuando era jovencita, era una loca de ir con mis amigas a Ibiza siempre. Pachá hasta las tantas de la mañana. Para mí Ibiza es un recuerdo feliz. Recuerdo que cuando llegaba a casa, mi madre siempre me recriminaba que volvía más blanca de piel de lo que me había ido. ¡Claro, mamá, es que, por una semana, he vivido al revés, de noche! (risas) Así que tenía, claro que tenía, que usar Ibiza. Y en cuanto a Santorini, la gente me decía que era un poco como Ibiza, y yo veía los anuncios de casas encaladas y tejados azules y buganvillas, y eso me hacía soñar con ir ahí. Por eso cumplí ese sueño en mi novela. Y ahora aquí, con vosotros.

—Curiosamente, has elegido dos islas preciosas para situar una historia que, por momentos, es bastante dura y triste.

—Sí, claro, pero es que la vida es así. Puedes estar en un sitio precioso y a la vez estar pasándolo muy mal, el momento más duro de tu vida, y eso no cambia el que los lugares sigan siendo preciosos. Por eso yo quería que mis personajes, que verdaderamente sufren en esta historia, estuvieran en un paisaje bonito y agradable.

—Has hecho sufrir a tus personajes…

"Yo soy la orgullosa hija de una mujer soltera. Hoy eso no significa nada malo, pero entonces, en aquella época, significaba muchas cosas, y no todas buenas"

—Sí. Pero he sufrido yo con ellos. De hecho, solo había escrito dos libros así en mi vida: El día que el cielo se caiga, que es el que todo el mundo adora: es duro, lloras mogollón con él, pero también comprendes, empatizas. El otro es Hola, ¿te acuerdas de mí?, que es la historia de mis padres, pero con un final de película. Y los lectores siempre me preguntaban que cuándo iba a volver a escribir un libro así, de sentimientos, de historias de esas que te encogen por momentos el corazón. Así que al final me decidí por escribirla y nació Nuestro largo adiós. Solamente con el título, el lector ya se dice: “Guau. Aquí va a pasar algo, fijo. Va a haber despedidas y separaciones, no sé cuándo ni dónde ni por qué, pero sé que quiero averiguarlo”.

—Hablemos de las mujeres Maxwell, las mujeres de tus libros: duras, resistentes, divertidas. ¿De dónde salen?

—Pues un poco de las mujeres de mi familia. Yo soy la orgullosa hija de una mujer soltera. Hoy eso no significa nada malo, pero entonces, en aquella época, significaba muchas cosas, y no todas buenas. Esa dureza me ha tocado vivirla de primera mano. Siempre digo que la dureza te enseña dos cosas: a sobrevivir y a que no te coman las circunstancias, los odios injustificados; a protegerte contra los demás. Yo, cuando era pequeña, no entendía las cosas; por qué no me invitaban a un cumpleaños, por ejemplo. Se lo decía enfadada y triste a la vez a mi madre, y ella siempre me respondía lo mismo: “No pasa nada, cariño. Que nunca nadie te haga creer que eres menos que nadie; tú eres tan válida como cualquiera”. Yo no lo entendía, decía: “Vale, pero no me ha invitado al cumpleaños, que es lo que a mí me duele”. Y mira, con los años lo fui entendiendo. Y entonces, frente a los gestos de la gente, los padres del colegio o los vecinos, que me señalaban cuando creían que yo no miraba, me planteé dos opciones: o me enfadaba (cosa que hice un tiempo, volviéndome muy “cuidadito conmigo”) o sonreía. Y la opción de la sonrisa es la que finalmente adopté, porque vi que era la mejor de todas, pues al final a mí no me afectaba negativamente, pero, sin embargo, a la gente que me criticaba y me veía sonreír le descuadraba. Así que la sonrisa fue algo que adopté. Si te fijas, casi siempre estoy sonriendo. Nunca me vas a notar el enfado. Sobre todo, porque nunca quise hacer sufrir a mi madre. A ella le gustaba verme feliz, verme sonreír. Y es verdad que yo he vivido en un matriarcado donde todas hemos tenido que ser fuertes, de alguna manera. Eso es lo que yo intento contar en mis novelas: que da igual la situación que tengas, hay que ser fuerte, que la vida no es fácil para nadie.

—El problema hoy es que las redes ofrecen una imagen engañosa, una especie de perpetua felicidad.

—Claro. Y ese es precisamente el germen de la infelicidad. La gente puede pensar, al ver superficialmente mi vida, que todo es fácil para mí: ahora estoy en Santorini, mañana en Edimburgo, Argentina, Colombia… yo qué sé. Pero lo que hay detrás no lo ven, lo que no quiere decir que no exista una cara B de mi vida cargada de trabajo y responsabilidades, como tiene todo el mundo.

—¿Cómo ha sido esa vida, que nadie ve, de Megan Maxwell?

"Mi exmarido trabajaba y sus ingresos eran superiores a los míos, así que decidimos que la que dejaba su trabajo para cuidar del niño era yo"

—Yo he tenido una vida buena, te mentiría si dijera lo contrario. Mi madre se ha encargado de dármela, pero por supuesto ha habido momentos duros y complicados, como en todas las vidas. Y bueno, dejas de ser una niña, empiezas a trabajar, te enamoras y vienen los hijos; en mi caso, dos. Y llega un momento dado en que, por circunstancias, eres tú la que tienes que mantener tu casa y a tu familia. Fue en ese momento crítico cuando empecé a publicar, aunque sabía que con una sola novela al año yo no podía llevar ese peso económico. Hoy en día, vale, a lo mejor con un libro vivo, pero en aquellos momentos no, porque no me conocía tanta gente. Mis libros los compraban los amigos y la familia. Entonces me di cuenta de que, para no dejar de escribir, que era lo que me gustaba, y a la vez poder seguir manteniendo a mi familia, tenía que producir. Lo bueno que yo tenía es que, en aquel momento, cuando empecé a publicar, guardaba 12 novelas escritas en el cajón. Porque a mí me apasionaba escribir y lo hacía en mis ratos libres, pero sólo para mis familiares y amigos.

—¿No las enviaste a alguna editorial?

—Qué va, al principio no. Es que mira, yo cogía un libro de la mesa de novedades de las librerías, le daba la vuelta o abría la solapa para leer la biografía del escritor, y siempre era alguien licenciado en Derecho o en lo que fuera, con carrera y premios. Y pensaba: “Yo soy licenciada de la vida, no puedo competir”. Pero bueno, el tiempo me ha enseñado que ser licenciada de la vida es una excelente licenciatura.

—¿Cuál fue esa novela que te decidió a dejar tu trabajo y dedicarte a la escritura?

—Pues coincidió con un momento de crisis en mi vida. Mi hijo pequeño, Jorge, se puso muy enfermo con una neumonía de esas que se moría, y tuvimos que sacarlo de la guardería durante una temporada para evitar el contacto con cualquier tipo de virus. Estuvo incluso en una de esas burbujas de aislamiento. El caso es que, en aquel momento, mi exmarido trabajaba y sus ingresos eran superiores a los míos, así que decidimos que la que dejaba su trabajo para cuidar del niño era yo. Y, bueno. Tenía tiempo y la necesidad, sobre todo, de mantener la cabeza en otras cosas en los momentos de soledad, cuando el niño dormía. Poco a poco, Jorge, mi hijo, fue mejorando, pero yo seguía allí, de ama de casa, y me dije: “Yo valgo para algo más que para estar limpiando mocos” (con todo el cariño del mundo, entiéndeme). Entonces empecé a escribir ya de una manera sistemática, planteándome seriamente, esta vez ya sí, convertirlo en un trabajo.

—Y ahí llegó la oportunidad de publicar.

—Sí. Además, mi familia me animaba. Yo todavía tenía mis dudas, pero cuando recibí el primer “no”, entonces ahí salió esa Guerrera Maxwell. “Pues ahora por narices voy a ir a por el mercado sí o sí”. Me costó 12 años, pero bueno, lo conseguí, y aquí sigo, trabajando día a día.

—Tu éxito en España es incuestionable, pero ¿qué pasa con América?

"En mi DNI pone María del Carmen Rodríguez, y a mí me encanta, pero en mi cabeza imaginativa de lectora yo soñaba con un nombre sonoro, que evocara cosas"

—Cuando voy a Latinoamérica es una pasada. En España puedo andar por la calle, aunque me conoce la gente y me piden fotos y demás, lo normal. Pero en Latinoamérica es que mis editores y el personal de seguridad no me dejan salir del hotel sola, pues ya hemos tenido más de un percance. Yo misma no me puedo creer todavía ese “fenómeno Megan Maxwell” allá. Esta última vez, en Chile, el pabellón lo llenamos con novecientas personas, que se dice pronto.

—¿De dónde viene ese nombre de Megan Maxwell?

—A ver, en mi DNI pone María del Carmen Rodríguez, y a mí me encanta, pero en mi cabeza imaginativa de lectora yo soñaba con un nombre sonoro, que evocara cosas. Y en mi vida siempre estuvo el nombre de Megan. Y lo de Maxwell por el cantante, que me flipa. Entonces empecé a mandar los manuscritos firmados como Megan. Y luego, cuando me publicaron la primera novela, ocurrió lo que te comentaba hoy, lo que me dijo mi profesor de escritura creativa.

—¿Diste clases de escritura?

"Yo me quedé muda al otro lado del auricular, pero él me explicó, riendo, que era editor y que organizaba esos cursos creativos de escritores noveles para echar un ojo, a modo de cantera"

—¡Pensaba que te lo había contado! Un día estaba yo mirando el ordenador y vi que daban un curso de novela romántica online. Y me dije: “Ay, pues me voy a apuntar, a ver qué hago mal”. Era un curso que impartía un profesor de forma digital, al que sólo veíamos al otro lado de la pantalla, claro. Los lunes él te mandaba deberes, y los viernes te los corregía. Tuvimos una reunión: entonces nos iba preguntando a cada uno, éramos treinta y tantas personas, que qué íbamos a escribir, y me acuerdo que yo en aquel momento dije: “Una novela sobre una especie de cheerleader, una animadora americana”. Él me dijo: “Hija mía, qué poca visión de futuro. Nadie te va a publicar eso en España. ¿Acaso no sabes que ese tipo de historias tan típicamente norteamericanas sólo se las publican a escritoras anglosajonas?”. Y me acuerdo de que delante de todos los alumnos le dije: “Pues a mí me da igual que me lo publiquen o no, eso es lo que yo quiero escribir”. Por supuesto, luego, en casa, delante del ordenador, dije que quizás me había pasado, que a ver qué hacía yo aquí, si me había apuntado a este curso para aprender y al final hacía lo que me daba la gana… Pero bueno. El ejercicio final era escribir los dos primeros capítulos, pero escribí la novela entera. Date cuenta que, desde hacía años, tenía muy entrenado el hábito de la escritura. Pero me sentía avergonzada por haber contestado con tanta chulería, y finalmente no le mandé la novela. Y entonces llegó el último día del curso y el profesor, extrañado, porque yo siempre era la primera en entregar los trabajos, me llamó por teléfono a casa para pedírmela. A mí me extrañó, pero se la envié. A los pocos días me llama y me dice: “¿Qué tal si te la publico?”. Y yo me quedé muda al otro lado del auricular, pero él me explicó, riendo, que era editor y que organizaba esos cursos creativos de escritores noveles para echar un ojo, a modo de cantera. Para que veas lo que es la vida. De ahí salté a otra editorial y finalmente me fichó Planeta, que es mi casa.

—¿Cuál es el secreto de un best seller, Megan Maxwell?

—Siempre me lo preguntan y siempre digo lo mismo: pues es que no lo sé. Yo creo que los best sellers los hace la gente. Los elige la gente haciendo sus compras. Uno nunca escribe para vender; es imposible, pues no hay una receta infalible. Yo he escrito siempre, porque me gustaba y porque me hacía gracia que a mi madre le gustara. Realmente es ella la superlectora, la que me ha enseñado el valor de las novelas románticas. Lo útiles que pueden llegar a ser para la mente y para el corazón. Menospreciar esa literatura, como hacen muchos en este mundillo, es de ciegos. Es no saber ver dónde está la verdadera utilidad de los libros. Es no entender que hay lectores que “simplemente” (con toda la complejidad que eso implica) quieren dejar sus vidas, no para vivir intelectualmente otras, sino para “sentir” apasionadamente vidas nuevas.

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carlos Morales
4 meses hace

La voy a buscar, pues nunca la había oído mencionar.