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Memoria y memorias de una generación

Memoria y memorias de una generación

El inquieto Rufo Batalla se ha sosegado. El apicarado trotamundos que dio un pelotazo informativo con la crónica del matrimonio del príncipe Tukuulo, a quien acompañó después en su quimérica recuperación del reino de Livonia, se ha dejado de aventuras y se ha entregado complacido al discreto confort del ámbito familiar. Ha hecho una gran boda más por interés que por amor con una rica heredera, cultiva con sumo placer la indolencia, reconoce sin remilgos su inutilidad y apenas tiene más ocupaciones que los esporádicos encargos de su acaudalado suegro. Esta es la situación motriz del simpático personaje en Transbordo en Moscú, la historia que sigue a El rey recibe (2018) y El negociado del yin y el yang (2019) y cierra en poco tiempo la “Trilogía del movimiento”.

La larga sombra de Tukuulo vuelve a hacerse presente, sin embargo, y a regañadientes Rufo se ve implicado en una nueva trama conspirativa en momentos de enormes cambios políticos, fines del pasado siglo, en que las aspiraciones del pretendiente regio podrían tener tal vez alguna posibilidad de cumplirse. Así que otra vez Rufo se ve envuelto en una trama conspiratoria que le lleva, con agilidad de movimientos barojiana, a diversas capitales europeas y cae en el engaño que le tiende el espionaje soviético.

"El marco temporal de Transbordo en Moscú se dilata entre la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea y la caída del muro de Berlín"

Esta línea de acción e intriga tarda bastante en hacer acto de presencia en el relato. Advertimos, además, que los sucesos son menos rocambolescos, aunque ingeniosos y atractivos, que en las dos entregas precedentes. Todo ello se debe no a flojera inventiva, pues ésta siempre es sobresaliente en Mendoza, sino a una deliberada deriva del relato desde la acción hacia la reflexión. Pesan menos ahora, o tienen un menor interés, los sucesos que el pensamiento.

El marco temporal de Transbordo en Moscú se dilata entre la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea y la caída del muro de Berlín. Muchos, múltiples, sucesos, internacionales y nacionales de ese periodo entran en la materia noticiosa de la novela, siempre al hilo de la actividad y sentimientos de Rufo Batalla. El arte, la literatura dramática, la economía, el pensamiento, la cultura, la política, las mentalidades se van engarzando en la trama narrativa. Por lo general, son las mudanzas en esos dominios el motor de los comentarios. El resultado se cifra en una panorámica social de época atenta a los cambios de un tiempo y a la incierta deriva de este. En algunos aspectos parciales hace Mendoza especial hincapié. En el ámbito occidental, en el derrumbamiento del comunismo. En el nacional, en la sobrevenida modernidad de la despilfarradora España del 92, la de la exposición universal sevillana y los juegos olímpicos barceloneses.

Los datos y fenómenos concretos observados, más leves apuntes que amplios desarrollos, forman un puzle que fracciona un dibujo general de las ideologías y movimientos culturales de la pasada centuria. De ahí que una presunta peripecia de intriga se transforme en una abarcadora reflexión histórica. Se convierte en algo así como en la memoria de una generación, la del propio Mendoza. Vale, además, en buena medida, por las memorias que el autor ha renunciado a escribir porque su recorrido vital y el del personaje imaginario guardan semejanzas o revelan paralelismos en vivencias esenciales, aunque no en las peripecias concretas.

"La situación tiene lógica en el nivel de los datos y funciona novelescamente a la perfección. Pero no se nos escapa que también posee valor simbólico"

El mensaje —si tal término puede aplicarse a un texto nada dogmático— final del libro rezuma desencanto. Tras superar los enredos en que se ve envuelto y encontrar un apaño a la crisis matrimonial, Rufo se incorpora a la comodidad familiar. La situación tiene lógica en el nivel de los datos y funciona novelescamente a la perfección. Pero no se nos escapa que también posee valor simbólico. Viene a decir que se acabaron las aventuras y los riesgos, y con ello llega la victoria del conformismo. O, si se quiere, el desencanto y la resignación. A este punto han ido a parar las viejas creencias, un idealismo de época ya amortizado.

La lección tiene subido tono pesimista. Pero la gracia, el mérito y, en suma, el gran valor del libro está en cómo se expone. No se encuentra ni un envaramiento intelectual, conceptual o expresivo. Las ideas desfilan con absoluta naturalidad. Ni en un solo momento se dramatiza el fracaso. Todo sucede a la manera de una peripecia bastante corriente. Tampoco asoma la oreja el didactismo. Tiene la pinta de una comedia ligera, por socorrerme con el título de otra obra del autor. Lo ligero y lo serio se aprietan en un discurso conjunto. Tanta levedad no oculta, sin embargo, una honda fábula que bien merece la etiqueta de novela de pensamiento. Las ideas, además, se recogen en el molde de una narración muy amena que garantiza el placer de la lectura, que será aliciente bastante para quien se contente con el contenido superficial.

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Autor: Eduardo Mendoza. Título: Transbordo en Moscú. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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