Inicio > Series y películas > Malditos, heterodoxos y alucinados > Mia Farrow y las tres veces que el mundo se le vino abajo

Mia Farrow y las tres veces que el mundo se le vino abajo

Mia Farrow y las tres veces que el mundo se le vino abajo

Dado el epígrafe bajo el que se reúnen estos artículos y dada la imagen pública de Mia Farrow —embajadora de buena voluntad de UNICEF, protectora de la infancia desdichada, sólo superada en adopciones por Josephine Baker, precursora en la denuncia de los abusos sexuales en el cine…—, pocos notables pueden parecer tan alejados del espíritu de estas piezas como ella. A simple vista, la ex de Frank Sinatra, André Previn y Woody Allen es mucho más bendita que maldita. Pero a poco que se vaya más allá de esa primera apreciación, superficial inevitablemente, rara es la trayectoria carente de recovecos, raro es el pedestal de los sobresalientes que no tiene fisuras.

Hasta que su hija adoptiva Soon-Yi Previn resultó tener una relación con Woody Allen, en aquellos días novio de Mia, nadie hubiera imaginado aquel escándalo. Probablemente, ella menos que nadie. Según confiesa en sus memorias —Hojas vivas (Ediciones B, 1997)—, descubrió que su destino era dar un hogar a las criaturas desamparadas tras adoptar a Soon-Yi precisamente. No debió de resultarle nada agradable que su hija le quitase el novio para casarse con él en 1997. Nicholas Ray comenzó a deslizarse por la cuesta abajo, que acabaría por llevarle al hoyo, con un asunto semejante.

"Choca el modo en que sus grandes personajes son radicalmente opuestos a la imagen pública de la actriz. Sin ir más lejos, la Rosemary Woodhouse de La semilla del diablo"

Aquella no fue la primera vez que las cosas se le torcían a la actriz que ha incorporado a la mejor Daisy Buchanan de todas las que se han visto, la que protagoniza la más destacada de las distintas adaptaciones de El gran Gatsby: la estrenada en 1974 por Jack Clayton. Vista la fidelidad con la que el cineasta plasma en sus imágenes el espíritu de la novela y la época en la que está enmarcada, seguro que al propio Scott Fitzgerald le hubiera satisfecho. La inolvidable Daisy, la flapper más fascinante de toda la historia de la literatura, por ser la más indolente y la más frívola, jamás hubiera acusado ese asesinato de Gatsby en la piscina como acusó Mia Farrow el amor de Allen y su hija.

Choca el modo en que sus grandes personajes son radicalmente opuestos a la imagen pública de la actriz. Sin ir más lejos, la Rosemary Woodhouse de La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) era, ahí es nada, la elegida por el Maligno para engendrar a su hijo. Toda una fantasía, cierto. Pero con apuntes tan verosímiles como el arribismo: era Guy Woodhouse (John Cassavetes), el marido de Rosemary, quien ofrecía su esposa al Príncipe de las Tinieblas a cambio de medro en su actividad actoral. Como nos cuenta el gran Sheridan Le Fanu en Un extraño suceso en la vida de Schalken el pintor (1872), uno de los mejores cuentos de miedo que jamás se hayan escrito, la ambición siempre ha sido un aliciente mayor que el amor en la carrera de un artista.

Rodada La semilla del diablo en el Edificio Dakota, un inmueble maldito en la mitología neoyorquina, podría decirse que el estigma de los amores de Mia Farrow tiene su origen en el tiempo que pasó allí mientras trabajaba en dicha cinta. De hecho, estaba en aquel inmueble cuando Sinatra —quien la quiso retirar, como los maridos de antaño hacían con sus esposas— le remitió los papeles del divorcio.

"Supo que su madre había dispuesto su cuarto para que no se enterase de que su padre llegaba a casa tarde, tras haber estado en los brazos de Ava Gardner"

Antes de aquella filmación ya se registran datos harto elocuentes en la biografía de la actriz. “Tendrás una vida fantástica, pero difícil”, le auguró Charles Boyer cuando sólo era una niña a la que John Wayne le parecía el “hombre más alto del mundo” cuando la alzaba para subirla a una silla. Cerraba la boca en los estudios al visitar a su padre en los rodajes, tal y como le había indicado la institutriz mientras el servicio la vestía en su casa.

Hija de Hollywood, Mia Farrow nació en Los Ángeles en 1945. Fueron sus progenitores la actriz Maureen O’Sullivan —la Jane más sensual de toda la historia de Tarzán de los monos— y el realizador John Farrow, un clásico del filme noir de la RKO. Católicos practicantes uno y otro —parece ser que el padre era converso por amor a Maureen, pero la misma Mia en realidad se llama Lourdes, María de Lourdes—, todo fue dicha en sus primeros años, esa dicha de los retoños de los desahogados de Hollywood criados en Beverly Hills, Brentwood o Bel Air. Pero más tarde o más temprano, eso también, igual que todo, siempre se acaba.

La propia actriz cifra el final de su feliz niñez cuando, recién cumplidos los nueve años, se le diagnosticó una poliomielitis. Fue una de las quinientas personas afectadas por un brote de esta parálisis infantil que, por aquel entonces, se declaró en Los Ángeles. La enfermedad la mantuvo confinada en una sala de aislamiento durante tres semanas. Después llegaron las discusiones de sus padres por las infidelidades del cineasta. Supo que su madre había dispuesto su cuarto para que no se enterase de que su padre llegaba a casa tarde, tras haber estado en los brazos de Ava Gardner, durante la historia que mantuvieron mientras rodaban Una vida por otra (1952). Y tras las broncas que precedieron a la separación de sus padres, se vinieron abajo los rezos del rosario, los estudios del catecismo y de los siete pecados capitales, las enseñanzas de las monjas irlandesas que la educaron y también las de las de Madrid, a uno de cuyos colegios asistió cuando John Farrow fue el primero de los cineastas estadounidenses que trajo Samuel Bronston a mi amada ciudad, para trabajar en sus estudios. Hasta no hace mucho, aún había aquí hermanitas que recordaban a la pequeña Mia Farrow.

"La joven señora de Sinatra se hizo notar en mayo de 1967, cuando apareció con el pelo cortado a lo garçon en la portada de la revista Life"

Lo peor aún estaba por llegar. Y eso fue en 1963 cuando, por primera vez, el mundo se le vino abajo, tras la muerte de su padre. Su familia empezó a verse agobiada por problemas económicos. La joven Mia tuvo que empezar a trabajar con 18 años para contribuir a la economía de su casa. Afortunadamente, ya desde niña venía dando muestras de su vocación actoral. Sus hermanos la recuerdan muy pequeña jugando a interpretar piezas con dagas de juguete y sangre falsa. Incluso en ciernes, siendo tan solo una niña que quería ser actriz, aquellos primeros personajes, con los que sólo jugaba, ya se apartaban de esa personificación del buen rollo que viene siendo Mia Farrow desde antes de que la UNICEF le confiase su embajada.

Lo malo habrían de ser sus maridos y sus novios. Dados sus orígenes, el trabajo no le planteó ningún problema. Hizo teatro en Broadway y televisión. Fue la Allison Makenzie de Peyton Place, uno de los grandes éxitos de la historia catódica estadounidense. Dejó la serie en 1966 a instancias de Sinatra, con quien contrajo matrimonio aquel mismo año. Ella tenía 21 primaveras, él 51 otoños. “Tengo un whisky con más años”, bromeó Dean Martin, refiriéndose a la juventud de la novia. “Siempre supe que Frankie acabaría casándose con un chico”, apostilló Ava Gardner, en alusión al corte de pelo de Mia. Ciertamente, la joven señora de Sinatra se hizo notar en mayo de 1967, cuando apareció con el pelo cortado a lo garçon en la portada de la revista Life. Aquello la convirtió en una de las chicas de moda.

No hay que discurrir mucho para concluir que esa tendencia de la actriz hacia los hombres mayores —Previn la sacaba 16 años y Allen 10— obedeció a la ausencia del padre, siempre ocupado en rodajes durante su infancia. Aunque con Frankie apenas duró un par de años, su hija Nancy todavía sigue siendo una de las mejores amigas de Mia.

Ya separada de La Voz, el mundo se le vino por segunda vez abajo. Pero Dalí la invitaba a sus fiestas, frecuentaba la Factory de Warhol en compañía de Liza Minnelli y Steve McQueen… Total, que era una de las chicas de moda en los felices 60… Fue entonces cuando se dio a la ebriedad y otros placeres con largueza.

"Siempre muy recordada en su creación de Rosemary, la elegida por el diablo para engendrar a su hijo, de vuelta a Occidente protagonizó algunas de las mejores películas de miedo de la época"

Si se exceptúa su dramática experiencia sentimental, puede costar ver en Mia Farrow a una mujer maldita. Ahora bien, alucinada lo fue de forma inequívoca. Es más, puede decirse que formó parte de la experiencia alucinógena mediante la que, en buena medida, el rock entró en la psicodelia. Agobiada por el fracaso de su primer matrimonio, la primavera de 1968 se le fue aprendiendo meditación transcendental en el ashram del Maharishi Mahesh Yogi, el gurú que dio a conocer el yoga hindú internacionalmente por haber iniciado en dicha disciplina a The Beatles. Fue allí, en medio de aquella experiencia en la ciudad del Rishikesh, al norte del país, donde las hermanas Farrow, junto al cuarteto de Liverpool, Donovan, Pattie Boyd, Mike Love —vocalista de The Beach Boys— y otros notables del cotarro juvenil de la época, se iniciaron en la meditación transcendental, donde Mia se convirtió en una hippie auténtica. Prudence, su hermana, inspiró a John Lennon «Dear Prudence», la segunda canción del White álbum (1968) de The Beatles.

Siempre muy recordada en su creación de Rosemary, la elegida por el diablo para engendrar a su hijo, de vuelta a Occidente protagonizó algunas de las mejores películas de miedo de la época —Ceremonia secreta (Joseph Losey, 1968), Terror ciego (Richard Fleischer, 1971)— y una cinta muy representativa de la revolución sexual, que entonces empezaba a ser un hecho. John y Mary (Peter Yates, 1969) era su título, y presentaba el conocimiento carnal entre un chico y una chica que se conocen en un bar hablando de Godard —la impronta del heraldo de la Nouvelle Vague llegaba hasta el nuevo Hollywood— y esa misma noche —y tras evocar en una serie de flashbacks sus relaciones anteriores— “se acuestan”. Aún se decía así, con un decoro semejante a aquel pudor del que nos habla la propia Mia, que, siendo una niña, le hacía apretarse la falda contra los muslos para que el aire no se la levantase.

Sentimentalmente, encontró cierto equilibrio junto a su segundo marido, el músico André Previn, con quien concibió tres hijos y adoptó otros tantos. En 1979, cuando aquel segundo matrimonio también fracasó, se vio sola y con seis hijos. Por tercera vez, el mundo se le vino abajo. Fue poco después cuando su vida y la de Woody Allen se cruzaron. Al separarse doce años después, a Mia se le rompieron todos los esquemas. Ya no tenía ni mundo que se le viniera abajo.

4.7/5 (33 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios