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Miriam Toews: «Sin la religión menonita sería una escritora distinta»

Miriam Toews: «Sin la religión menonita sería una escritora distinta»

La escritora canadiense Miriam Toews, que acaba de publicar en España No dejar que se apague el fuego, no ha dudado en considerar que haber nacido en un pequeño pueblo menonita la marcó para siempre, hasta el punto de que sería una «escritora distinta» si no hubiera profesado esa religión.

En un encuentro telemático con un grupo de periodistas desde una nevada Winnipeg, capital de la provincia de Manitoba, donde se encuentra visitando a su hijo, Toews tampoco ha escondido que el suicidio de su padre y el de su hermana —éste ocurrido hace trece años— son otros hechos que aparecen en su literatura, caracterizada por una particular ironía e incluso sentido del humor.

En No dejar que se apague el fuego/Que no s’apagui la flama (Sexto Piso/Les Hores) narra la relación que existe entre tres generaciones de mujeres, desde el punto de vista de la más pequeña, Swiv, una niña de apenas nueve años, a la que educa su abuela Elvira, mientras que su madre, en la cuarentena, está embarazada, y su padre es alguien ausente, al que decide escribir una carta.

La también autora de Ellas hablan, convertida en película por Sarah Polley y ganadora del Oscar al mejor guion adaptado el pasado mes de marzo, ha considerado que parte de su trabajo puede verse como «una carta de amor» a los otros, siempre teniendo en su pensamiento a su hermana mayor, que fue su primera lectora y quien la «alentó a leer y a escribir».

Tras abandonar hace muchos años la comunidad menonita en la que vivió y dejar de practicar su religión, se dedicó a la literatura y decidió vivir en una ciudad, primero en la provincia de Manitoba y desde hace trece años en Toronto, en una casa de diferentes plantas que comparte con su compañero, su madre, y una de sus hijas con sus hijos.

Sin esconder que para buena parte de su narrativa utiliza a la gente que conoce, «creando a su alrededor el relato», ha sostenido que este estilo que tiene de escritura, de combinar el humor y el dolor de una manera muy especial, «supongo que es algo orgánico, porque es así como siempre he contado las historias». 

El mundo, lugar muy divertido y también absurdo y trágico

En un mundo, además, que es «un lugar muy divertido, y, a la vez, absurdo, trágico, espantoso, lleno de sufrimiento. Supongo que el hecho de haber crecido con mi padre y mi hermana, que sufrieron tanto de depresión y trastorno mental, me llevó en un determinado momento a adoptar en la familia un papel de cierta ligereza, de intentar divertir a la gente. Desde niña hice lo que pude para aliviar algo que era muy serio».

En cuanto a su peripecia vital en una comunidad menonita, ha aseverado que «hay muchos aspectos de esa comunidad fundamentalista, conservadora que son dañinos».

Se trata, ha agregado, de una «sociedad patriarcal en la que hay mucha violencia, que va al alma, a la mente y, eso, evidentemente, me ha construido».

A pesar de ello, no ha obviado que echa en falta algunas cosas de aquel momento como la manera de comunicarse que tienen sus miembros que es «muy directa», además de haber «un humor subversivo para burlarse de las hipocresías de esa iglesia» y un «sentimiento de pertinencia».

Respecto a cómo se aceptó en el mundo menonita la película Ellas hablan, ha reconocido que recibió muchas reacciones positivas de algunos de sus miembros, porque, como en todas las religiones, «hay distintas maneras de ser menonita, igual que de ser judío» y ha alabado el trabajo de Polley en la adaptación de su historia.

Sin embargo, ha bromeado con que no le gusta nada Hollywood, afirmando que si tuviera que escoger dónde pasar el resto de su vida, si allí o en una colonia menonita boliviana, antes iría a Bolivia que a Los Ángeles.

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