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Molly House, poemas de Dimas Prychyslyy

Molly House, poemas de Dimas Prychyslyy

Dimas Prychyslyy (Kirovograd. Ucrania), 1992) perteneció a la decimoquinta promoción de jóvenes creadores de la Fundación Antonio Gala. Es Premio València Nova en la categoría de poesía en castellano por su libro Molly House, que concede la Institució Alfons el Magnànim, dependiente de la Diputación de Valencia, galardón que incluye la publicación en la Editorial Hiperión.

Graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca es autor de Mudocinética (Ediciones Idea, Sta. Cruz de Tenerife, 2010), Los uranistas del Deux Magots (2011) y ha colaborado en la antología Despropósitos (2014). Ha publicado el poema  en la revista Canayita y Motivos u oda a la loca en la revista 8 de Octubre.
Dimas Prychyslyy irrumpe con este premio en el panorama literario con una voz personal, que brota con descaro desde una profundidad poco complaciente, suspendida siempre en un hilo lírico atado a la tradición poética más reciente.

Zenda publica estos tres poemas a modo de adelanto de su reciente libro, Molly House (ediciones Hiperión, 2017).

 

MAMÁ

La casa es un lugar absurdo,
insano,
enorme,
solo hay 27 libros que realmente valgan la pena.
Flotan ladridos de perros
y monotonía de ventiladores.
Ruidos de la calle.
Niños.
Hace meses que nadie usa la cocina.

Mamá se asusta de nuevo al verme.
Por cuarta vez
me pregunta cómo me llamo
y si espero a alguien
y que encantada
y yo que sí
y que igualmente
y que no se preocupe, le digo,
que en esta casa
–repite casa–
no entran desconocidos
–repite desconocidos.

Camina unos pasos temblorosa,
unas gotas de zumo de naranja
se derraman de su vaso
y de repente vuelve a quedarse quieta
y se pierde.
Se gira de nuevo y vuelve a saludarme,
yo le indico con un gesto, que me duele,
la puerta que da al jardín.
Y me preocupo
de que no encuentre una silla donde sentarse,
de que se atragante con alguna pepita que pudo haberse colado en el zumo.

 

LA LLUVIA

Me tiré en la cama,
la torre de ropa recién planchada
se derrumbó sin hacer ruido.

Tenías los pezones fríos,
mi aliento buscaba tu principio bajo la sábana
(tú aún dormido).

Desde el primer instante
lo entendí como un regalo.
Hundí mis dedos entre tu pelo
(tú ya despierto, dejándote).

Sentí la barba en el cuello,
y callado, mientras te levantabas,
me arrodillé de pronto,
a modo de disculpa.

Entonces,
entendiendo que nunca se levantaría,
te intenté subir el pijama
más allá de la gris cintura.

De pronto, sentí
la lluvia en la cara.

 

MOLLY HOUSE

Ni era el Mother Clap ni estaba en Holborn.
Sonaba una música extraña
que no cabía en el recuerdo,
los hombres eran negras sombras
que se deslizaban por la puerta
al romper la noche las pocas esperanzas
que no se había cargado el día.

La primer vez que entré en ese Edén
de negros y metales,
a ese templo de camas
suspendidas entre gemidos,
me senté y observé el lento juego
de émbolos y muslos
dispersos entre la sorda bacanal
de las pantallas.

La primera vez que me adentré en esas espesuras
pensé en los héroes provenzales
y sus pruebas en los bosques,
en el éxtasis de Santa Teresa,
el presidio de San Juan,
en las galeras, en un espejismo fractal
de un Dios transfigurado en Charlton Heston.

Aquellos hospitales de ultramar,
aquellas tumbas que derramaban vida,
aquel ensueño de morada última
lo regentaba un transformista viejo,
mezcla de Sócrates y Carmen de Mairena,
índole de Celestina y Marco Aurelio.

Escuchaba en la barra a todo aquel que quisiera
rejuvenecerle el oído,
cantaba coplas, pedía churros cuando amanecía,
y aseguraba ser la mismísima Bizcocha
y arrepentirse de haber vendido a la Lirio
que era en realidad un bellísimo muchacho.

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