Los amantes del jazz admiran a la vocalista sueca Monica Zetterlund por sus trabajos junto al pianista estadounidense Bill Evans. Uno de ellos, Valtz for Debby, a la que el poeta escandinavo Beppe Wolgers dio una letra en la lengua de Stieg Larsson, en 1964 fue objeto de una grabación sobresaliente por parte del propio Evans, y su intérprete escandinava, que, ya con el título de Valtz for Monica, es una obra señera en la discografía de los dos.
Y así, congratulándome de nuevo de que el cine y el jazz sean tan dados a la mixtura, al mestizaje, llevo ya algunas semanas intentando descubrir, en esas grabaciones antiguas y rudimentarias, no solo sin digitalizar, que el personal cuelga esporádicamente en YouTube, si Zetterlund y Evans se arrancaron aquella noche en la capital danesa con Once Upon a Summertime. Tanto ha sido así que le he acabado cogiendo el gusto a este procedimiento de visionado. Puesto a ello, he descubierto nuevas versiones de los clásicos de la banda sonora de mi vida: ¡mi queridísima música estadounidense de la centuria pasada!
También he sabido (escuchado) de una versión sueca —con letra de Wolgers, he creído entender— de Walking My Baby Home, de Nat King Cole, recreada por Monica bajo el título de Sakta vi gå genom stan, que, sostiene la máquina, en español viene a querer decir algo así como Lentamente caminamos por la ciudad.
Y viendo a Monica Zetterlund en esas filmaciones, de hace ya seis décadas, he comprendido la causa de que los aficionados al cine de autor sueco de los años 60 y 70 —un periodo esplendoroso para aquella pantalla, merced al interés que en aquellos días despertaba Ingmar Bergman en la cartelera internacional, y por extensión, todos sus compatriotas cineastas— recuerden a Monica Z —que la llamaban sus fanáticos— como a una actriz frecuente en los repartos de algunos de los títulos más celebrados de aquel cine nórdico, aquellos que invariablemente protagonizaban Max von Sydow y Liv Ullman.
Sí señor, Zetterlund fue la Ulrika de Los emigrantes (1971) y La nueva tierra (1972), las dos cintas que Jan Troell dedicó al díptico narrativo de Vilhelm Moberg, uno de los grandes escritores escandinavos del siglo XX, sobre la marcha de una familia de la Suecia decimonónica, de su Esmolandia natal —una región rocosa, difícil para la labranza, del sureste del país—, a Dakota. Aunque la tierra en el Nuevo Mundo será más fértil, los suecos, además de padecer esos desprecios que los inmigrantes han sufrido desde siempre en los mal llamados países de acogida, con mayor o menor aceptación, dependiendo de cada uno, habrán de afrontar la pérdida de sus raíces, de los valores culturales de su país de origen, para adoptar los estadounidenses.
A su modo, aquel drama ya le era conocido a Zetterlund por su propia experiencia. Nacida en Hagfors, un municipio de Vermelandia, también al sureste del país, en 1937, cuando la futura dama del jazz descubrió esta música en la afición a ella de su padre, era una niña que no hablaba ni una palabra de inglés. Aun así, se aprendía las canciones de memoria y las vocalizaba a la perfección. Fue tan grande su mimetismo con esta música, tan del alma afroamericana y a la vez tan universal, que su experiencia personal fue tan desdichada como la de alguna de las grandes voces del Delta del Mississippi. Siendo niña tuvo una caída de un columpio. La lesión que sufrió entonces, no detectada en su momento, degeneró en una escoliosis. Total, que la futura dama sueca del jazz padeció toda su vida tremendos dolores. Tras pasar sus últimos años postrada en una silla de ruedas, la Parca dispuso para ella un final terrible, incluso macabro. Vayamos por partes.
La canción profesional y la interpretación llegaron a la vida de Monica Zetterlund prácticamente a la vez, como el jazz y el cine a la historia de la humanidad. Nuestra vocalista ya era toda una musa del nuevo cine sueco de los años 60 cuando viajó por Estados Unidos, donde además de entusiasmar a la crítica y al público llegó a colaborar con Louis Armstrong, Stan Getz o Quincey. Jones. Ni que decir tiene que, en aquella sazón, ya dominaba el inglés. Y fumaba y bebía como se hacía antes. Máxime en Estados Unidos, el país que inventó los cócteles durante la Ley Seca (1920-1933) para disimular el sabor del alcohol de mala calidad, consumido entonces en cantidades industriales, precisamente por su prohibición. Sí señor, Monica Zetterlund bebía, como tantos grandes del jazz y del cine. De hecho, en Valtz for Monica (2013), el biopic que le dedicó Per Fly, se nos presenta como una de esas personas a las que, si hay gente alrededor, es raro ver sin un vaso en la mano.
Más aún, en esas filmaciones de sus conciertos, en las que yo la admiro ahora en YouTube, parece que se encuentra “a gustito” —que se decía en mis noches de bohemia—, que no es otra cosa que ese estado en el que se alcanza ese punto en que la euforia se vuelve teatralidad. Si no se sigue bebiendo hasta perder la razón y se sabe utilizar esa suerte de don de la ebriedad, dicho puntito puede ser todo un acicate para la interpretación. Tengo el convencimiento de que Richard Burton y Elizabeth Taylor, entre otros muchos genios de la interpretación, actuaban bajo esas circunstancias.
Y también creo entrever a Monica inmersa en esa ebriedad en esas rudimentarias filmaciones de YouTube. Son planos en los que no para, saluda a todos los músicos, enciende y apaga varios cigarrillos y enamora al tomavistas con todo un carrusel de gestos, ahora frívolos, ahora coquetos. Y finalmente, va junto al piano de Bill Evans —éste sí, a todas luces volado de heroína, junto a Chet Baker fue el mayor yonqui del cool jazz— y comienza a sonar Valtz for Monica. Al punto, la afición comienza a levitar.
Su primer éxito en las emisoras de su país fue esa versión de Nat King Cole en sueco que fue Lentamente caminamos por la ciudad. Homenaje asimismo a Estocolmo, data del año 62. Por aquellas fechas, Jörn Donner —junto con Bo Widerberg y Vilgot Sjöman uno de los tres grandes del nuevo cine sueco de los años 60— rueda su primer filme: un falso documental sobre nuestra cantante y actriz: Testimony About Her, quedémonos con su título en inglés. En sus secuencias, Zetterlund —que incorpora a una chica triste trasunto de ella misma— pone la mesa para cenar con un ausente, brinda, marca un número de teléfono y se va a dormir.
Representación ficticia de la vida de una vocalista solitaria, en otra secuencia de este falso documental es el propio Vilgot Sjöman, el futuro realizador, quien entrevista al personaje recreado por la actriz.
Con Tage Danielsson, otro de los cineastas con los que más habría de trabajar, Zetterlund colaboró por primera vez en Swedish Portraits (1964). Doce meses después, para este mismo realizador protagonizó Docking the Boat. Para Widerberg interpretó a una maestra en Fimpen (1974). Y mucho teatro y mucha televisión. En Suecia, Monica Zetterlund era un actriz y cantante muy querida. Incluso llegó a incorporar a la estadounidense Sally Bowles en una versión autóctona de Cabaret. Ya en 2000 dedicó un sentido homenaje al gran Bill Evans —fallecido en 1980— en I’ll Remember You. Fue su último álbum. Había dicho adiós a los escenarios tres años antes.
La Parca no tuvo en cuenta ese momento mágico en la historia del jazz que fue su trabajo junto al pianista estadounidense, como lo fue para el cine su colaboración con Jan Troell: Monica Zetterlund murió abrasada en el incendio de su domicilio, en Estocolmo, el 12 de mayo de 2005. No se supo si la silla de ruedas en la que estaba postrada le impidió escapar de las llamas o si el fuego tuvo que ver —como es tan frecuente en los alcohólicos— con algún estado de ebriedad. Lo cierto fue que su cuerpo se encontró carbonizado. Hubo que hacerle una prueba de ADN para certificar que era ella. Juro por estas líneas que esta noche volveré a ver ese video rudimentario de Valtz for Monica en YouTube.


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