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Nace el futuro creador del Marsupilami

Otro tres de enero, el de 1924, fue un gran día para la humanidad, porque en Etterbeek, uno de los municipios bruselenses, vino al mundo un niño al que se llamará André Franquin. Ni que decir tiene que todos los neonatos traen consigo un momento de júbilo a la humanidad entera, además del célebre pan bajo el brazo. Pero este pequeño que vio la luz por primera vez en la futura capital de Europa, hace hoy justo un centenar de años, trae además del alimento una corona de laurel, de esas que el dios Apolo dispuso para la distinción de los vencedores. Eso sí, para que ciña sus sienes —simbólicamente, claro, como el chusco con que los bebés vienen al mundo— habrán de pasar 40 años.

Será entonces, en 1964, cuando el crítico francés Claude Beylie se refiera por primera vez al cómic como el Noveno Arte. Lo hará en base a la capacidad de las viñetas secuenciadas para combinar elementos narrativos, semióticos y visuales, fácilmente parangonables con los de la literatura, la pintura, la escultura, la música, el cine, la televisión, la fotografía y la arquitectura.

"La escuela de Marcinelle se opondrá a la de Bruselas, la del gran Hergé y sus colaboradores en la revista Tintín: Edgar P. Jacobs, Jacques Martin, Bob de Mor... "

Ante la nueva perspectiva, Franquin —como vendrá firmando aquel neonato que hoy hubiera cumplido cien años desde que en 1946 comenzó a colaborar en la revista Spirou—, pasará de ser uno de los historietistas más celebrados de esa edad dorada de la bande dessinée —el cómic franco-belga, una de las grandes tradiciones del noveno arte— que serán los años 60 de la centuria pasada, a convertirse en uno de los cultivadores más consagrados de la última, la novena de las artes. Incluso el gran Hergé, su competencia directa, el más leal de sus rivales, no dudará en referirse a Franquin con toda clase de elogios en numerosas ocasiones: “A su lado no soy más que un pobre dibujante”, dirá en la más sonada. En aquel momento, la nobleza obligará al creador de Tintín, como en tantas oportunidades. Pero no es menos cierto que a la sazón, el gran Franquin ya será uno de los pilares de la Escuela de Marcinelle —o Charleroi—, que habrán de llamar a los colaboradores de Jijé —Morris, Peyo, Maurice Tillieux…— en Le journal de Spirou: la redacción de la publicación, en la posguerra, se encontrará en el pueblo de Marcinelle, en las inmediaciones de Charleroi.

La escuela de Marcinelle se opondrá a la de Bruselas, la del gran Hergé y sus colaboradores en la revista Tintín: Edgar P. Jacobs, Jacques Martin, Bob de Mor… Aquélla será más dinámica, ésta más estática. Pero la competencia, más que rivalidad, será un acicate creativo que, al cabo, redundará en un mayor goce para la afición. Entre una y otra conformarán la llamada Línea Clara, que tanta dicha habrá de procurar a los lectores del mundo entero: siempre con Tintín a la cabeza, el don de la infancia infinita, ni más ni menos.

"En nuestro país conocieron sus primeras ediciones en 1964 con el sello de Jaimes Libros S. A. A quienes las descubrieron entonces, con las primeras traducciones españolas, hace mucho que se les pasó la edad de seguir con los tebeos"

En los 22 años que aguardarán a André Franquin antes de que su genio se ponga en marcha, el futuro historietista cursará Bellas Artes en el instituto Saint-Luc de su ciudad natal. Pero abandonará este prestigioso centro en 1944 para empezar a ganarse la vida como dibujante profesional en los estudios de animación CBA. Allí entrará en contacto con Morris —el creador de Lucky Luke—, Peyo —los pitufos— y el propio Jijé. Este último habrá tomado el relevo de Rob-Vel —el creador de Spirou en 1938, dentro de las páginas de la revista a la que habrá de dar nombre— en la continuación de las aventuras del personaje. Será Jijé quien, a partir de 1943, se encargará de las viñetas del intrépido botones del hotel Moustic y su compañero inseparable, el periodista Fantasio. Y también será Jijé quien confíe a Franquin la continuidad de la serie cuando, en 1947, el mentor de Marcinelle comience a dibujar otras historietas.

Con Franquin las aventuras de Spirou y Fantasio conocerán su propia edad de oro, dentro de esa edad de los prodigios del tebeo que, cien años después de que el gran Franquin abriese los ojos en Etterbeek, aún le llaman con cariño los lectores españoles de estas viñetas. En nuestro país conocieron sus primeras ediciones en 1964 con el sello de Jaimes Libros S. A. A quienes las descubrieron entonces, con las primeras traducciones españolas, hace mucho que se les pasó la edad de seguir con los tebeos. No obstante, faltos de elocuencia para expresar el apego que les tienen, lo del noveno arte, cómic, novela gráfica y otras denominaciones, a cual más rimbombante, que los designan ahora, no hacen justicia al cariño que profesan a estas publicaciones.

"El momento estelar de la humanidad se habrá dilatado entre el 26 de julio de 1951 y el 13 de marzo de 1952, con la publicación de Spirou y los herederos. Es en estas entregas donde nace el Marsupilami"

El conde de Champignac, la pizpireta Seccotine, también periodista, como Fantasio, de la que es rival, cuando no inspiración… Con Franquin llegarán los secundarios, y también los villanos, esos malotes que siempre gustan tanto: Zantafio —el primo mezquino de Fantasio—, Zorglub, el aprendiz de dictador, a mitad de camino entre el estalinismo y el fascismo… Con Franquin llegarán los territorios míticos: el propio pueblo de Champignac, Palombia, trasunto de cualquiera de las innumerables dictaduras latinoamericanas de uno y otro lado.

Los sombreros negros (1950), El viajero del Mesozoico (1960) o La guarida de la morena (1966) serán algunos de los álbumes del futuro maestro. Pero el momento estelar de la humanidad se habrá dilatado entre el 26 de julio de 1951 y el 13 de marzo de 1952, con la publicación de Spirou y los herederos seriada en las páginas de Le journal de Spirou. Es en estas entregas donde nace el Marsupilami, “un animal mitológico —a decir de Spirou—. Algunos afirman que es puramente legendario; otros pretenden haberlo visto”.

"El Marsupilami es un personaje simpático como pocos en el noveno arte, cuya dialéctica consiste en hacer un nudo con la punta de su cola y emprenderla a golpes contra todo lo que le molesta o no entiende"

“Cuando vivíamos en casa de Gillain [guionista ocasional de Spirou y Fantasio], Will Morris y yo tomábamos el tranvía para ir a Bruselas a dibujar desnudos. Como el trayecto era muy largo, nos inventábamos las historias más tontas y locas posibles —recordará Franquin—. Resulta que el cobrador era un hombre muy activo: tenía que darnos los billetes, abrir y cerrar las puertas, señalizar la salida y la llegada… Un día decidimos que le hacía falta un órgano suplementario para cumplir con sus múltiples funciones: nos imaginamos una especie de cola de rata que le salía por detrás de la chaqueta, con la que podía hacer un montón de cosas. ¡Este gag nos hizo pasar momentos muy divertidos y el cobrador no supo nunca que tuvo el honor de inspirar el nacimiento de un embrión de marsupilami!”.

Cuando el gran Franquin muera, el cinco de enero de 1997 —el viernes que viene hará 27 años—, además de genial —o como tantos genios—, el historietista habrá sido un artista oscilante entre dos polos opuestos: el optimismo exultante en su aportación a las aventuras de Spirou y Fantasio —puesto de manifiesto en la jovialidad del dibujo— y el pesimismo de Gastón el gafe (1968-1980), la serie de su autoría absoluta por la que se le recordará en la ruta del cómic de Bruselas —en el mural de la rue de l’Écuyer 9, y en la estatua que honra al personaje que da entrada al museo de la bande dessinée—. Ese pesimismo alcanza el paroxismo en la serie de Ideas negras (1981-1984), algunas de las viñetas más despiadadas que se hayan visto desde que Goya pintó La captura del bandido Maragato por fray Pedro de Zaldivia (1806-1807), seis pinturas seriadas que, a decir de los expertos, son un antecedente del cómic.

"A partir de 1987, el Marsupilami conocerá su propia serie. En estas aventuras, el Franquin optimista triste y el Franquin pesimista alegre encontrarán su equilibrio"

Tanta desesperación tiene su equilibrio en el Marsupilami, un personaje simpático como pocos en el noveno arte —pese a que también es uno de los pocos que no es un animal antropomorfizado—, cuya dialéctica, básicamente, consiste en hacer un nudo con la punta de su cola y emprenderla a golpes contra todo lo que le molesta o no entiende, como si el apéndice, dotado de una fuerza prodigiosa, fuera un yunque; como Astérix y Obélix tras la ingesta de la poción mágica. A partir de 1987, el Marsupilami conocerá su propia serie. En estas aventuras, el Franquin optimista triste y el Franquin pesimista alegre encontrarán su equilibrio. Y los lectores de la bande dessinée a un nuevo personaje.

Para que todo ello fuera, André Franquin vino al mundo un día como el de hoy en Etterbeek, un municipio de Bruselas, la capital de Europa y del cómic, el queridísimo tebeo, la novela gráfica o el noveno arte. Como el lector prefiera. Siempre faltará elocuencia para elogiarlo.

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