A Nadia Calviño (Coruña, 1968) le pirra leer y compartir sus lecturas. Cuando Zenda le pregunta si es mejor un hombre —o una mujer— que lee que uno que no lo hace, responde aconsejando la lectura de El infinito en un junco, de Irene Vallejo: “A quien tenga dudas, que lo lea”. La presidenta del Banco Europeo de Inversiones acaba de publicar Dos mil días en el Gobierno (Plaza y Janés, 2025), donde narra su trayectoria como vicepresidenta y ministra de Economía durante algo más de un lustro, formando parte de un Gobierno que tuvo que lidiar con, entre otros morlacos, la covid-19, la guerra de Ucrania o la crisis energética. A Yolanda Díaz no la menciona. Conversamos en la sede de Penguin.
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—¿Sabe cuántos días ha tardado en escribir su libro?
—No, pero bueno, fue en el mes de agosto de 2024. Tardaría unos treinta días. Luego, este año le he tenido que dedicar muchas noches y muchos fines de semana. Tengo un trabajo exigente (risas), con muchos jet lags, y había que revisar todo y actualizar los temas geopolíticos.
—¿Recomienda la experiencia?
—Me ha encantado. Bueno, yo llevo escribiendo toda mi vida. Una de las cosas que más me gusta de mi trabajo es escribir. Escribir informes, planes estratégicos, leyes, escribir decisiones administrativas… a lo largo de mis treinta y tantos años de carrera, he escrito mucho.
—Hay un salto, desde luego.
—Es mi primera experiencia escribiendo un texto divulgativo, un relato personal de una etapa tan intensa de nuestras vidas. Y la experiencia me ha encantado, sí.
—¿Ha contado todo lo que ha querido?
—Sí, sí.
—¿Cuál es la parte que más ha disfrutado escribiendo?
—(Piensa) Creo que las partes que tienen más que ver con el contacto humano. Ya sea hablando del equipo, ya sea hablando de los encuentros con las personas, la parte de las personas mayores…, y la parte geopolítica también, porque la he ido trabajando más. Lo he disfrutado todo. Me ha gustado mucho la experiencia de poner títulos a los capítulos. Eso me ha salido muy rápido. En general, todo el proceso de escritura me ha encantado: ha sido un flujo que ha salido muy natural.
—¿Y cuál es la parte que más le ha costado?
—La de las medidas durante la pandemia. La he tenido que trabajar más porque es un parte quizá más…
—¿Árida?
—No sé si árida, pero sí más técnica, más descriptiva. Me parecía fundamental que constaran en algún lugar todas esas medidas. No existe ningún manual de cómo hay que actuar en caso de pandemia. Por eso, me parece que para el presente, para nuestra propia comprensión, pero sobre todo para el futuro, era importante que esa parte del libro fuera precisa y detallada.
—¿Dos mil días en el Gobierno son muchos días?
—He vivido cada día con plenitud. He tenido la ocasión de vivir cada uno de esos dos mil días, dos mil y algo, como si fuera único y con total plenitud.
—Ningún mar en calma hizo experto a un marinero.
—Utilizo mucho el símil de la tempestad. Describe muy bien lo que hemos vivido: tempestades. Cuando uno no sabe por dónde va a soplar el viento y cuáles son los retos, es muy importante tener clara la orientación, tener firme el pulso en el timón y remar todos en la misma dirección. Esa ha sido la clave de nuestro éxito. Ha sido un éxito colectivo.
—¿Cuál sería su éxito más personal?
—Personalmente, conseguir no desviar el rumbo y nos despistarnos con las emergencias y las urgencias. Modestamente, creo que he tenido un papel importante para que todas las medidas que se tomaron fueran en la misma dirección.
—Hábleme de sus fracasos. De sus asignaturas pendientes.
—Hay dos temas que me hubiera gustado dejar culminados antes de irme: crear un gran banco público en torno al ICO, reuniendo todos los elementos de instrumentos financieros en torno a una institución, como existe en otros países; por otra parte, la ley de protección del cliente financiero, que, por dos semanas y una convocatoria electoral, se quedó sin aprobarse definitivamente, a pesar de que había pasado todos los trámites en el Congreso y en el Senado. Era una ley que me parecía muy importante, le dedicamos muchísima energía y tiempo, y me quedé con la espinita cambiada de no haberla adoptado antes de irme.
—En estos dos mil días y pico en el Gobierno, ¿ha encontrado moraleja?
—Sí, claro. Es lo que trato de transmitir en el libro. Espero que los lectores extraigan una serie de conclusiones sobre el valor de la buena política: la que mejora la vida de la gente. Y sobre la importancia de las políticas públicas. La diferencia que hay entre tener una idea y llevarla a cabo. Sobre los elementos que llevan al éxito en la acción pública. Sobre la importancia de la unidad para poder tener éxito. Sobre la importancia de la UE, que nos salvó durante la pandemia, y a la que España también ayudó a salvar en estos años. Podría seguir (risas).
—¿De qué se siente, especialmente, orgullosa?
—Me siento muy orgullosa del conjunto. El éxito es el conjunto de acciones. Son las reformas con las inversiones. Es la respuesta inmediata a los retos y el mantener el rumbo de la política económica para el país. Es la modernización de sectores y el impulso de la digitalización. O el apoyo al sector audiovisual. Al mismo tiempo, las grandes medidas macroeconómicas y los avales del ICO…
—¿Se arrepiente de algo?
—No. Soy muy de mirar adelante y quedarme con lo positivo de las cosas.
—¿Qué tal se lleva con la duda?
—Constantemente, lo cuestiono todo. Soy muy de cuestionar. Paso todo mi tiempo cuestionando: las decisiones, las ideas, las ideas adquiridas, el pensamiento único…, lo que todo el mundo piensa. A lo largo de toda mi carrera, siempre he sido una persona que cuestiona. Conmigo no funciona la respuesta de “porque siempre se ha hecho así”. Si hago una pregunta y alguien me responde eso, ya sabe que esa no va a ser la última respuesta.
—¿Tiene certezas?
—Sí. A medida que voy haciéndome mayor…
—¿Cuáles son sus principales certezas?
—La unión hace la fuerza. Esa certeza de que cuando los humanos ponemos nuestra energía en hacer algo, ya sea desarrollar una vacuna, cambiar un sistema político o proteger un medio ambiente dañado, somos imparables.
—¿España va bien?
—Sí. Yo no voy a entrar en temas de política actual ni nacional. Hombre, creo que España va bien, sí. Desde el punto de vista de la economía española, desde luego. Además, es un país que ha tenido estabilidad política durante siete años en un contexto internacional muy complejo.
—¿A Europa le están creciendo los enanos?
—En este momento, se están cuestionando todos los elementos que han llevado al éxito extraordinario de Europa desde el final de la II Guerra Mundial: el esquema de alianza estratégica con los EEUU en materia de seguridad y defensa, la globalización como un motor de crecimiento y prosperidad, las bases de la construcción europea desde el punto de vista institucional, el marco multilateral y los organismos que garantizaban la estabilidad financiera a nivel internacional…, todos los elementos que han conformado el extraordinario éxito de Europa se están poniendo en cuestión, así que es un momento de cambio profundo en el que es fundamental tener una Europa fuerte para que los valores democráticos y la paz conformen el nuevo orden internacional que se está creando en este momento. Tengo una enorme confianza en la capacidad de Europa para superar los retos. La historia de la UE es una historia de crisis continuas. La propia génesis de la UE son las cenizas de la guerra mundial. Dos países, enemigos acérrimos durante toda la Historia, Francia y Alemania, se sentaron y crearon la UE…
—¿No tiene la sensación de que hay un mono, o varios monos, a los que les han dado una pistola? Cualquiera se fía de los monos…
—A lo largo de la Historia, lamentablemente, la guerra ha sido la norma. Hasta hace ochenta años, lo normal en Europa era que nos matáramos los unos a los otros. Los retos que tenemos en este momento no son nuevos. Se dan en un entorno tecnológico diferente. Y, quizá, en un entorno sociopolítico y global diferente: ahora hay otras potencias emergentes o dominantes, como China, México, Brasil, Sudáfrica, la India o Indonesia, que quizá no tenían una voz importante en el mundo cuando se definió este orden global después de la II Guerra Mundial. De hecho, muchos de estos países eran colonias. El mundo ha cambiado mucho estos años, pero los retos son los mismos. Y tengo claro que no podemos rendirnos a las fuerzas que están intentando destruir todo aquello que nos ha llevado a la paz y a la prosperidad.
—Gramsci: “El viejo mundo se muero, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. ¿Estamos en ese claroscuro?
—Sí.
—¿Ha visto a esos monstruos?
—Los vemos todos los días, ¿no? Las amenazas están ahí. Por eso es tan importante mantenernos firmes en nuestros principios y defender nuestros valores. No podemos dar por sentado ni la UE, ni la paz, ni la democracia ni la estabilidad: hay fuerzas en el mundo que están intentando atacar estos principios. Lo veo en primera persona.
—Hablemos de literatura.
—Soy gran consumidora de tebeos y cómics desde que recuerdo. Creo que me enganché a los libros con la serie de El club de los Cinco de Enid Blyton, y aún puedo revivir la intensa sensación de estar descubriendo algo especial con Momo y, años más tarde, con La historia interminable.
—¿Novela, ensayo, poesía?
—Soy de todo. Soy de amplio espectro. La poesía la estoy trabajando más en esta época de mi vida.
—¿Qué poetas está leyendo?
—Luis García Montero, Joaquín Sabina…, leí hace poco 18 ciervas, de Rosana Acquaroni. Y, por supuesto, los clásicos: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda… De hecho, te diré que en algún medio de comunicación, esta semana (la entrevista se hizo el 6 de noviembre), me asociaron con Wagner y con Nietzsche, cosa que me ha sorprendido sobremanera: yo soy más de Neruda y Chopin.
—Un personaje de ficción del que se haya enamorado.
—A riesgo de resultar poco original, Mr. Darcy, de Orgullo y prejuicio.
—Un personaje al que haya querido matar entre terribles sufrimientos.
—No le deseo eso a nadie, la verdad. Si tengo que elegir un personaje que represente mejor la maldad, el asesino de A sangre fría es de los que más impresionan. Y, por dar un toque más ligero, Dolores Umbridge, de Harry Potter, también es mala con saña.
—Dos para acabar, señora Calviño. ¿Un hombre —o una mujer— que lee es mejor que uno que no lo hace?
—Esta es la pregunta trampa.
—Para nada.
—Sí, porque últimamente está habiendo mucha controversia…
—¡Llevo haciendo la pregunta, como poco, siete años!
—Bueno, pues no hay más que leer El infinito en un junco. A quien tenga dudas sobre esto, que lea El infinito en un junco. Explica muy bien que los libros forman parte de la esencia del ser humano.
—¿Ha encontrado alguna verdad fundamental leyendo?
—Claro. Cada libro te aporta alguna verdad. ¿Fundamental? No lo sé, pero vas construyéndote a través de la lectura. Y la comparto mucho: con mi familia, con quien hablo…, me encanta leer y me aporta muchísimo.





!Caramba! Asociar a una persona simultáneamente con Wagner y con Nietzsche parece casi un insulto. Ambos admirados por los delirantes Adolfo Hitler y sus Nazis.
El caso es que no me cae mal el personaje. Quizás fue la única cara agradable y firme de cierto gobierno.
Pero, bueno, la entrevista es bastante abotargante. La perfección, incluso mencionando imperfecciones, lo llena todo. Todo es perfecto. Hasta la imperfección es perfecta. Como siempre, la posesión de la verdad en manos de unos tantos.
Me choca lo de las certezas a medida que se cumplen años. Como yo los tengo, y muchos más, y por lo que veo en gentes de mi edad, precisamente cuanto más mayor te haces, menos certezas se tienen. Y ves absurdas o equivocadas las que se tuvieron hace tiempo… Lo que quiere decir esta señora es que hay gente como ella que se hace más dogmático, si ello es posible, cuantos más años se tienen. Certezas. Dogmatismo. Dos cosas muy unidas. Muy curioso el proceso mental de esta señora: cuestionarlo todo y tener, al mismo tiempo, certezas. Vamos, la circularidad del cuadrado.
En resumen, veo en esta entrevista un descomunal autobombo y platillo. Es un libro propagandístico, un favor que le han pedido, en un año complicado para cierta gente. Menos mal que, por lo menos, no ha escrito sobre Franco en el 50F.
Hubiera sido el libro mucho más creíble si se hubiera dedicado a contarlo todo. Por ejemplo, su gran lucha con los yolandismos y la yolandísima. O sea, su lucha con los descerebrados. También que contara por qué se desprendieron de ella, pegándole la patada hacia arriba.
Bueno, un tanto a su favor y quizás la única cuña (o coña) bastante despistada que mete a algunos: recomienda “El infinito en un junco” (excelente libro) en lugar de “Manual de resistencia” (convertido en manual de supervivencia).
No está nada mal elegir a Neruda (es cierto que hay mucha filosofía en los poetas) y a Chopin (quizás este último le recuerde su invierno en Mallorca comparándolo con su invierno en Madrid). Por mi parte, prefiero a Debussy y a Habermas.
Saludos.
No tiene abuela. Casi nada. La aristocracia clásica ha deaaparecido, pero las élites que viven en sus mundos de Yupi siguen al timón.