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No digas nada: la forma esencial del dolor es el grito

No digas nada: la forma esencial del dolor es el grito

Ilustración: Juan Carlos Viéitez.

Una mujer tiene que ser guapa. A una mujer de poco le sirve no serlo. A una mujer un eccema purulento en la cara, que le ocupe medio carrillo y le deforme las facciones, no le sirve para nada. Salvo para una cosa: que no la violen.

A veces ni eso. Por eso la mujer del eccema se había cosido la alianza de bodas al elástico de las bragas, a modo de disuasión. Aunque ella piensa que, si han llegado hasta ahí, poca cosa puede hacer un anillo. Es bastante más disuasorio el eccema, piensa ella.

Ella no es la mujer del eccema, ella es la observadora, la autora de un libro que no es libro sino diario. Y no es diario sino una miríada de anotaciones en un sótano. Anotaciones escritas entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945. En Berlín, claro.

Ella es una mujer alemana de clase alta, culta, leída. Ha viajado por media Europa, chapurrea algo de ruso, aún es joven y se ha quedado atrapada en la capital del III Reich justo cuando Hitler pierde la guerra. Mala suerte.

Ella, que no tiene nombre aunque sí que lo tenga, recoge un testimonio, el suyo, sin quererlo. Escrito en un puñado de cuadernos escolares con un trozo de lápiz que encuentra en lo que un día pudo ser un hogar y ahora es un cascarón vacío. Una casa de muñecas.

Escribe para entender, para entenderse a sí misma y su entorno. Y ahí está la verdad del texto, si es que en literatura —o en la vida— se puede hablar de verdad, ya que utilizamos la imaginación para acercarnos a los hechos que nos rodean, para interpretar, incluso para sobrevivir a lo que nos está pasando. Ella escribe para no volverse loca.

El primer resultado son 121 páginas de memorias [1] exentas de cualquier tipo de autocensura, porque se trata de un texto escrito sin la intención de ser leído. No tiene en cuenta al lector que pueda juzgar sus pensamientos descarnados, irónicos, crueles. Ahí reside gran parte del valor de la obra.

«Esta historia es muy desagradable»

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«Una y otra vez voy notando en estos días cómo se transforma mi percepción de los hombres [2], la percepción que tenemos todas las mujeres en relación con los hombres. Nos dan pena, nos parecen tan pobres, tan débiles. El sexo debilucho. Una especie de decepción colectiva se está cuajando bajo la superficie entre las mujeres».

Son páginas que hablan de las miserias cotidianas cuando el mundo normal —el mundo que se creía real— deja de serlo y llega la catástrofe.

Sostiene Susan Sontag en Contra la interpretación (1961) que el trauma sufrido por cada uno a mediados del siglo XX deja patente que, desde entonces y hasta el fin de la humanidad, cada persona experimentará a lo largo de su existencia no solo la amenaza de la muerte del individuo, que es una certeza, sino la sensación de que algo podría llegar en cualquier momento, sin previo aviso, y destrozarlo todo. Lo llamó «la imaginación del desastre».

Y así, a juicio de Sontag, el ser humano oscila entre «una banalidad incesante y un terror inconcebible». Y es a través de esa conjura de emociones, que no es más que el instinto de supervivencia puesto en práctica, como se entreteje un libro escrito años antes de que Sontag dijera nada.

«Miro a mi alrededor y me pregunto cuántas de nosotras serán vírgenes»

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«El oficial se entromete en la conversación, sin tono de mando, de igual a igual. Capto varias veces la expresión «Ukas Stalina» (decreto de Stalin). Este decreto parece tratar de que no suceda «eso». Pero naturalmente ocurre, tal como me da a entender el oficial encogiéndose de hombros. Uno de los dos reprendidos replica. Su rostro está contraído en una mueca de cólera. «¿Y qué entonces? ¿Qué hicieron los alemanes con nuestras mujeres?» Grita: «A mi hermana la…», etcétera, no entiendo todas las palabras pero sí su sentido».

A ella y las demás las violan una y otra, y otra, y otra vez. Hasta que se cansa, hasta que le aburre y enfada la violencia contra el cuerpo. Busca un lobo que le proteja del resto de la manada. Un alto cargo; un teniente o un capitán bastaría. Una decisión pragmática. En cualquier otro momento histórico una violación, un abuso, habría dejado una huella casi perenne. No en uno como ese. Son cosas que pasan.

Es curioso que, a pesar de ser el relato de un trauma, no haya odio ni autocompasión en sus páginas. Está escrito de desde una frialdad que resulta extraña. Un desapego que posiblemente sea producto de unos sentimientos aletargados por el horror. Y es, sin embargo, esa distancia en la narración, esa lucidez que parece tratar de entender el por qué, dónde queda el ser humano en un momento en que lo grotesco ha devorado naciones enteras, lo que le confiere gran valor. Busca una justificación a la barbarie y, por ello, como señala el escritor Kurt W. Marek en agosto de 1954, se trata de un documento humano y no un documento político.

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«Ninguna de las víctimas podemos llevar lo sufrido como una corona de espinas. Yo al menos tenía la sensación de que lo que me estaba sucediendo era como un ajuste de cuentas [3].»

Cabe destacar que el ser humano, en buena medida, vive de narrativas. El relato lo es todo. Y es el relato del hombre el que se impone de forma general y, sobre todo, en lo que respecta a conflictos bélicos. Testimonios como este amplían la mirada y muestran una perspectiva que sí conocemos, pero que no estamos acostumbrados a escuchar. La de ellas, las mujeres.

Sin sus voces, nuestra historia siempre estará incompleta.

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P.D.: Desde el 2013 este libro ha sido reeditado por Anagrama en años posteriores, 2016, 2018 y 2019.

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[1] La edición de Anagrama de 2006 cuenta con 189 páginas, puesto que las anotaciones fueron en un principio apuntes sueltos que la autora, más tarde, convirtió en una frases que entretejieron el relato que ha llegado hasta nuestros días.

[2] Se refiere a los soldados alemanes del ejército nazi que cruzan Berlín, muertos de hambre, huyendo del Ejército Rojo días antes de que la ciudad sea tomada.

[3] Palabras de la autora a Marek en 1947, referenciadas en el prólogo del libro.

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Autor: Anónima (Marta Hillers). Traductor: Jorge Seca Gil. Título: Una mujer en Berlín. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.

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