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Nuestros fantasmas: una cartografía

Nuestros fantasmas: una cartografía

En tanto que son «una visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación», los fantasmas existen, y no tienen necesariamente la forma que le damos en nuestras mejores pesadillas: un «fantasma» es aquello que nos inquieta, que suele venir del ámbito de las relaciones primarias, activando el viejo temor a no pertenecer, al abandono, lo que nos empuja a buscar alternativas y soluciones temporales en las que poder vivir. Una vez instalados allí, los fantasmas vuelven, como ya nos contaba el maestro Juan José Arreola en Cuento de horror: «La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones».

Adriana Murad Konings (Madrid, 1997) ha escrito una espléndida cartografía de nuestros fantasmas atávicos, poniendo en marcha un muy bien nutrido universo de situaciones que ilustran la naturaleza de esa fantasmagoría sentimental que nos habita y nos persigue. Los idólatras y todos los que aman (Anagrama, 2025) pone de manifiesto la capacidad que tenemos de construirnos ficciones para escapar de nuestras sombras, de nuestros fantasmas, de nuestros vacíos, a sabiendas de que, tarde o temprano, el temor que nos espanta termina sucediéndonos: estamos solos, nos sentimos excluidos, y entonces tenemos miedo.

"Asistimos a una búsqueda constante del dato escondido, que siempre está presente y lo sabemos, pero aun así vamos tras él en cada página, llevados por un deseo silencioso y apasionado por encontrarlo en la siguiente esquina de la historia"

Rita, la protagonista de esta historia, quiere hacer creer a su casera, Elizabeth, que el gato recién enterrado de esta ha resucitado, al encontrarlo limpio delante de la puerta de su casa al volver del supermercado. Pero todos sabemos desde la primera página el secreto: Kurt, el perro de Rita, lo desenterró, pero ¿cómo decirle a su casera la verdad y exponerse a ser expulsada y perder, quizá, su última posibilidad de estar vinculada a lo que es una familia? A partir de esta «resurrección» vemos cómo los verdaderos fantasmas hacen su aparición: soledad, necesidad de afecto, de validación… y el escenario de esas apariciones no es otro que las relaciones familiares de los personajes, que insisten en creer en los vínculos, en los afectos y en la esperanza de que una familia tiene que ser otra cosa, pero no, no es más que el resultado de sus propias carencias: «Dudó si debía de tener ahí su labor. Si Elizabeth había escuchado suficientes historias, si todo lo que ella podía hacer para acercarse a su casera y convertirse en más que eso, en familia, ya estaba hecho. ¿Podía acaso cancelarse una historia? ¿Podía pedírsele a alguien que dejara de creer cuando su realidad ya había aceptado la existencia de un gato muerto que volvería a la vida?» (pg. 208).

Murad Konings juega con los elementos técnicos de las novelas de detectives. Asistimos a una búsqueda constante del dato escondido, que siempre está presente y lo sabemos, pero aun así (y esto es lo brillante de la novela) vamos tras él en cada página, llevados por un deseo silencioso y apasionado por encontrarlo en la siguiente esquina de la historia. Es entonces cuando, sobre el mecanismo detectivesco, comenzamos a percibir el tempo narrativo de las novelas de fantasmas, ese otro suspense que apela, no a la búsqueda y a la resolución, sino al asombro y al encuentro: nuestros fantasmas, siempre, se parecen a nosotros más de lo que queremos reconocer.

"El miedo no es espectral, es afectivo, emocional, de allí que esta novela pida segundas lecturas y conversaciones en voz alta que nos ayuden a ordenar los lugares donde hemos visto aparecer a padres, hermanos, hijos o abuelos"

La autora construye varios espacios familiares en los que la historia (que ocurre en Reino Unido) se desarrolla: los padres de Rita están lejos y no tiene una relación fluida con ellos; el hijo de Elizabeth, Florian, está cerca, pero él la desprecia; la familia de Florian se está desmoronando y sus hijos (un niño y una niña) no quieren a su abuela; Elizabeth quiere a Rita, pero no se termina de fiar de ella; para Rita, Elizabeth es una posibilidad familiar, mientras vive en casa de esta y escribe una tesis doctoral sobre Harry Jansen, novelista de fantasmas (homenaje a Henry James), cuyo director de tesis es Florian, el hijo de Elizabeth, y la cartografía de nuestros fantasmas se levanta en estos territorios, que se ven multiplicados por subtramas que tensan la historia, proporcionando otros espacios donde ver a esos fantasmas aparecer para desafiarnos. El miedo no es espectral, es afectivo, emocional, de ahí que esta novela pida segundas lecturas y conversaciones en voz alta que nos ayuden a ordenar los lugares donde hemos visto aparecer a padres, hermanos, hijos o abuelos.

Una novela intensa, tragicómica y muy inteligente, Los idólatras y todos los que aman (Apocalipsis 22:15), nos dibuja un espacio emocional y narrativo de proporciones casi perfectas, que consigue del lector una cuota de complicidad que pocas novelas logran últimamente. Será por el vértigo de encontrarnos con nuestros fantasmas familiares, ser «el lugar de sus apariciones», como decía Arreola, o el miedo a vernos retratados, o quizás sea que, sin quererlo, nos hemos visto atrapados por una trama que se desliza como una necesidad en nosotros.

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Autora: Adriana Murad Konings. Título: Los idólatras y todos los que aman. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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