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Otra manera de ver la poesía

Otra manera de ver la poesía

En el Cancionero Popular hay una canción llena de verdades. Dice en sus dos primeros versos: “En el campo nacen flores, y en el mar nacen corales”.

Que en el campo nacen flores es verdad; nacen, de manera espontánea muchas flores. Pero también nacen flores en el tejado sagrado de la iglesia de San Felipe Neri, que cae justo detrás de mi casa y veo cómo las palomas son las únicas que pueden caminar por las curvas molestas de las tejas. Son ellas las que dejan en los yerbajos traídos por el viento la semilla que vete tú a saber de dónde las traen en sus patas de ratas del aire (las palomas urbanas no traen más que parásitos que contagian enfermedades, además de perjuicios a las piedras nobles que reciben sus ácidas excrecencias, y semillas de margaritas en sus patas, para compensar). Ahora andan por las calles. Digo andan y es verdad, porque vuelan cuando quieren y andan porque no las espantamos, pese a que llegó a decirse que las palomas trajeron los virus pandémicos. Antes servían de algo, producían algunos ingresos, gracias a los palomares de Castilla en los que se criaban a cientos y se vendían a restaurantes desde los tiempos de don Quijote, cuyo condumio consistía, entre otros alimentos, en “algún palomino de añadidura los domingos”.

"Además de corales, en la mar nacen peces muy voraces que se comen los cuerpos de los fallecidos en alguna dramática travesía"

Es cierto que “en el mar nacen corales”. Pero es una forma de ver las cosas de la mar. Pues, además de corales, en la mar nacen peces muy voraces que se comen los cuerpos de los fallecidos en alguna dramática travesía en fracasadas pateras o en hundimientos de barcos. No sé qué piensan las merluzas, las sardinas, los crustáceos, que nos saben tan ricos en lo coquinario, no sé que piensan de los cuerpos muertos que se encuentran en la mar. Pero tengo la sensación de que no les hacen ascos. Piénsenlo bien. Las merluzas, los crustáceos y los bivalvos (que no son de piscifactoría) andan por la mar como vagabundos y comen lo que encuentran. O sea, que en la mar nazcan corales está muy bien; pero no sólo.

En mi corazón amores y en el tuyo falsedades”. Estos dos versos son reversibles. Pueden pensarlos y decirlos tanto un hombre como una mujer. Pero está claro que la esencia de los versos es un gran reproche.

“En el campo, entre las flores, te busqué y no te encontraba”, dicen los versos siguientes. Comparan a la mujer con las flores porque no han buscado entre los cardos. Pero el cardo en flor es también una bella flor campesina.

"Durante muchas mañanas oía el arriba firmante el canto del ruiseñor que cantaba en el pinar al amanecer. Y dejaba de hacerlo cuando el sol calentaba"

“Cantaban los ruiseñores, y creí que me llamabas”. Durante muchas mañanas oía el arriba firmante el canto del ruiseñor que cantaba en el pinar al amanecer. Y dejaba de hacerlo cuando el sol calentaba. El ruiseñor es un pájaro, pequeño, poca cosa, que canta con finas armonías. Su pequeñez y su bello canto le libran de ser perseguido por los cazadores, que lo admiran por su estilo artístico. Otra vez el verso del poeta se pone del lado de la mujer. Pero que nadie crea que por ser mujer sabe la mujer cantar como un ruiseñor. En la discografía moderna hay grillos cebolleros que dicen cantar.

“Yo no quiero que me quieras, ni que me tengas cariño”, prosigue la copla, que remata con el concepto final y definitivo: “Solo quiero que recuerdes lo mucho que te he querido”. Pero ya no.

La vida en el Cancionero Popular es la misma vida en la que me hallo, donde, sobre dura madera de haya gris del árbol así llamado, haya grabado, a punta de navaja, dos corazones.

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