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Ovni mata Covid (Arresto domiciliario 51)

Ovni mata Covid (Arresto domiciliario 51)

Recién aterrizaron en mi WhatsApp cuatro videos de supuestos ovnis. El remitente es un antiguo condiscípulo que no debe de andar muy ocupado, a juzgar por la cantidad de basura que cada día nos hace llegar sin el menor respeto al qué dirán. Hace apenas dos días nos envió un mamotreto kilométrico que hablaba, a grandes rasgos (no lo leí en detalle, sólo eso me faltaba), de una estrategia cuidadosamente diseñada por ciertos rancios multimillonarios para apoderarse del universo. “Busca toda esta información en línea”, aconseja el panfleto digital, “antes de que esta gente se adueñe de internet (si no lo han hecho ya)”. En las últimas líneas, los autores invitan a los obvios millones de interesados a ver un vídeo de sólo cinco horas de duración y rematan con una cita del Apocalipsis, para que nadie dude que es cosa seria.

"Crees conocer a los que un día fueron tus amiguitos, hasta que los descubres persiguiendo platillos voladores. A su edad, para colmo"

Crees conocer a los que un día fueron tus amiguitos, hasta que los descubres persiguiendo platillos voladores. A su edad, para colmo. “¡Estás igualito!”, les dices en alguna comida de exalumnos, menos por su presunta pinta juvenil que por las necedades y burradas que a estas alturas siguen derrochando. Si cuando niños te parecían graciosos, hoy prefieres reírte a sus costillas, y como es natural a sus espaldas. Es tarde, en todo caso, para agarrarse a golpes como antaño.

“¿Qué te pasó?”, cabría preguntarle al hombre de los ovnis, si entre las cualidades de la infancia sobreviviera la sinceridad, pero de todas formas la pregunta sobra porque en el fondo sabes lo que le sucedió a ese niño con cuerpo de señor. La vida le ha pasado por enfrente como un ovni discreto y huidizo al que no se dio tiempo de avistar. Más que ocurrirle algo, lo probable es que nada aconteciera y todavía hoy insista en preguntarse cómo, cuándo y por qué se fueron todos de la fiesta donde él sigue bailando a solas, a saber con qué música herrumbrosa.

"Hay gente que se cura del espanto imperante repartiendo primicias entre sus conocidos. Platillos voladores, conspiraciones o pistas sobre el próximo fin del mundo son grandes atracciones en tiempos de pandemia"

No es fácil engañar a quienes se pasaron media infancia encerrados en tu misma prisión. Se enteraron temprano de tus debilidades, y si bien hoy te tratan con un respeto entonces impensable, pueden reconocerlas detrás de tus desplantes más logrados. Y si un día llegaran con sus hijos, nada raro sería que en ellos también se transparentaran. Recuerdas sus apodos, sus defectos, sus miedos, sus vergüenzas. Nada de eso se borra por completo, aunque la madurez consista en pretenderlo. ¿Cuántas veces los viste mentir, exagerar y fantasear, como para que ahora pretendan engañarte y hasta hacerse envidiar con cuentos evidentemente chinos? ¿Y no tendrían ellos que dudar del gesto de cartón con el que según esto admiras y celebras sus fantochadas de toda la vida?

Hay gente que se cura del espanto imperante repartiendo primicias entre sus conocidos. Platillos voladores, conspiraciones o pistas sobre el próximo fin del mundo son grandes atracciones en tiempos de pandemia. En un mundo cundido de preguntas, ellos tienen respuestas atrevidas y entienden las sospechas como pruebas. Son, como cuando niños, embajadores de la fantasía, sólo que ahora exigen ser tomados en serio, qué importa si es de dientes para afuera. Quisieran imantar nuestra atención para gritar que existen y han dejado de ser los pelmazos que fueron, como si tal hazaña fuera concebible. ¿Y qué vas a decirles? ¿”Ya me aburriste”? ¿”Te importa si ahora mismo me autoabduzco de aquí”? ¿”Perdón, te confundí con Austin Powers”? Maldita madurez, todo lo echa a perder.

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