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Paco Cerdà: «Mi libro rescata la memoria de quienes pagaron con su vida la llegada de la República»

Paco Cerdà: «Mi libro rescata la memoria de quienes pagaron con su vida la llegada de la República»

Hay muchas formas de contar la historia. Desde el punto de vista de los vencedores o desde la perspectiva de los vencidos, a gran o pequeña escala, abarcando mayor o menor amplitud espacial y cronológica… El escritor y periodista valenciano Paco Cerdà (Genovés, 1985) lo ha hecho de una forma singular. Poniendo el foco en una jornada que cambió España por unos años despertando una oleada de euforia que no excluyó una dosis de tragedia y muerte, como suele ocurrir en este país. 14 de abril (Libros del Asteroide) es un relato fronterizo entre el ensayo y la ficción que ha merecido varios premios: el Premio de No Ficción Libros del Asteroide, el de los Libreros de Navarra y el de la Crítica Valenciana. A partir de las seis de la mañana de ese día histórico, Cerdà sobrevuela la península cual diablo cojuelo o dron humano para capturar a través de una potente lente de aumento los incidentes que ocurren en distintos lugares a lo largo de veinticuatro horas, poniéndo énfasis en las víctimas fallecidas en algaradas y tiroteos. Usa la lupa y también el estetoscopio para auscultar el corazón de un cuerpo febril que se debatía entre la aspiración a una saludable democracia y los achaques de la historia. Entre un futuro prometedor y el pesado lastre del pasado.

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—Te han premiado el libro como ensayo, pero 14 de abril se lee como una novela. ¿Se trataba de romper fronteras entre géneros?

—El libro se plantea como un cruce de caminos. De la crónica periodística toma prestado el ritmo, la investigación y el intento de precisión, y de la literatura explota las emociones humanas y la reflexión sobre el papel de los anónimos, de los olvidados en la Gran Historia. Con ello he intentado armar una narración trepidante alejada de los libros de Historia. Una novela de no ficción, una crónica literaria del 14 de abril (con un punto poético), que ojalá sea deudora de grandes cronistas clásicos como Chaves Nogales, Ramón J. Sender o cronistas modernos a los que admiro, como Joseph Mitchell, Emmanuel Carrère o Gay Talese. La no ficción narrativa tiene mucho de reto. Toda la documentación debe quedar debajo del tablero, en la tramoya del artefacto literario. Que no se note en absoluto. Que la no ficción sea, si me permite la invención, “no fricción”: un género que permite el deslizamiento de una narración de hechos reales sin obstáculos, roces ni resistencias. Con las técnicas de la ficción, pero con el compromiso con la realidad de la no ficción.

—«Nunca creí que reconstruir un día iba a costar tanto», reconoces en el epílogo. ¿Cómo lograste no desfallecer a medida que ibas desbrozando tan inmenso caudal de datos?

"Este ha sido un viaje a la minúscula del 14 de abril. A manifestaciones. A las cargas de caballería del último gobierno de Alfonso XIII. A atracos mortales"

—La ilusión es lo que te impide desfallecer. Este ha sido un viaje a la minúscula del 14 de abril. A manifestaciones. A las cargas de caballería del último gobierno de Alfonso XIII. A atracos mortales. Un viaje a las prisiones llenas de presos políticos. A teatros, emisoras de radio, redacciones de periódicos o poblados chabolistas llenos de analfabetismo en aquel día histórico de primavera. Y todo es real. Todo está documentado con un abanico de fuentes muy diverso. Por un lado, una investigación por docenas de periódicos de abril del 31, archivos fotográficos, vídeos, documentales, películas, ensayos, tesis doctorales o artículos académicos. En la parte más íntima, he buceado en numerosas cartas, dietarios, libros de memorias, diarios personales para encontrar registros de aquel día. Por otro lado, he tenido acceso (por primera vez) a cables diplomáticos del Gobierno de Estados Unidos de aquel día, partes policiales, archivos militares, sentencias judiciales o partes de defunción. Y para darle calidez a la narración, he reconstruido aquel día con documentación tan dispar como el calendario lunar, registros meteorológicos, estadísticas futbolísticas, mapas de carreteras y callejeros de época, textos teatrales o las letras de zarzuela y de los himnos que ambientaron aquella jornada.

—Podrías haber tratado el tema de muchas formas. Sin embargo, elegiste esta fórmula coral que exigía un tremendo trabajo de documentación. ¿Por qué?

—Porque el 14 de abril tuvo dos grandes protagonistas: el rey y el pueblo. Y el pueblo era coral. Hay un aspecto esencial que domina la narración de 14 de abril. Siempre ha circulado el tópico de que la República llegó sin derramamiento de sangre. Y sin embargo no fue del todo así. Sí, es cierto: predominó la alegría, los bailes, las manifestaciones al compás de «La Marsellesa». Pero hubo quien pagó con su vida, con su sangre, la llegada de la Republica. Y este libro rescata su memoria. La memoria de los olvidados de la Historia. Uno de ellos, Emilio Arauzo Honorio, abre y cierra el libro. Un encuadernador en paro, que se desangra lentamente en la madrugada del 14 de abril después de haber sido tiroteado en una manifestación que pedía el fin de la monarquía. Y aporta datos inéditos sobre su caso, la última víctima del reinado de Alfonso XIII. También rescata las historias de Cándida, una pescadera de Moaña; de Teresa Claramunt, la virgen roja anarquista; del joven telegrafista Pàmies, tiroteado aquella noche; de Antonio el jornalero, de Francisco el manifestante o del militar Eduardo. Todos ellos, vidas rotas en aquel 14 de abril. Es un esfuerzo por restituir su memoria.

—¿Fue muy difícil dar un tono homogéneo a los múltiples microrrelatos que se engarzan en la trama?

"Quería contar aquel día desde muchas ópticas distintas"

—Era clave que se respirase, en cada fragmento, que era un día con tensión y un día que marcaba un corte en la Historia personal y colectiva. Desde muchos puntos de vista distintos. Del punto de vista de un preso político en Jaca con la maleta preparada. Del ayuda de cámara del rey. Del jefe de la Guardia Civil. De un general llamado Francisco Franco en la Academia Militar de Zaragoza. De un poeta catalán que inspira a los independentistas. De la actriz Margarita Xirgu, que ese día actuaba. De una chica joven de extracción burguesa que se rebela contra sus orígenes. Del militar que saca de Cádiz al infante don Juan, y que era republicano acérrimo y masón. Pero también de casos más curiosos. Como la selección italiana de fútbol, a la que le pilla el 14 de abril en Madrid. Del teniente que porta la bandera entre un gentío en la Puerta del Sol. Del capitán que proclama el bando de la República Catalana. Del ministro monárquico que se resiste a abandonar y quiere luchar hasta el final. De la liberación en las cárceles aquella jornada. De un soldado muerto, sin nombre, que he logrado identificar. Quería contar aquel día desde muchas ópticas distintas.

—En tu libro conviven personajes históricos con ciudadanos de a pie, y todos ellos tienen nombre. ¿Que consten sus nombres y apellidos responde a lo que creo que es un objetivo común en tu variada obra: dar voz a los que no la tienen?

—Que no la tienen o, mejor dicho, cuya voz no es escuchada, recordada. Sí, se puede hablar del 14 de abril y abordar los matices. El 14 de abril fue una ruptura. Un tajo. Y me interesaba ver las primeras gotas de sangre derramada. También quería abundar en quién se jugó el tipo en la gran partida de la Historia. Esa minúscula casi siempre olvidada. Hablar de monárquicos temerosos y abandonistas. De republicanos audaces que se saltan la legalidad. De comunistas que recelan (desde el primer día) de una república burguesa. O de anarquistas descreídos y críticos con la república. Pero es importante que todos figuren con sus nombres. Con sus vidas. Con sus historias. Partiendo de esa idea de Kant de que “todo hombre es un fin en sí mismo y nunca un medio para el uso, el beneficio y la explotación ajena”. Una sola persona —una vida con nombre y rostro— es infinitamente más rica que mil banderas. Y explica mucho más que cualquier himno. Eso es lo que a mí, como cantaba Raimon, “em mou al crit” (me mueve al grito). 

—¿Cómo incorporaste los numerosos hechos relatados en cada fragmento horario? ¿Usar las horas canónicas no resulta un poco irónico teniendo en cuenta el espíritu anticlerical de la Segunda República?

"La Iglesia, que será tan decisiva en la historia de la República, está reverberando en toda la narración desde ese lugar discreto pero permanente"

—Esas horas litúrgicas que estructuran el libro dan el paisaje sonoro al relato. La Iglesia, que será tan decisiva en la historia de la República, está reverberando en toda la narración desde ese lugar discreto pero permanente. Además, en mitad de un hecho curioso: aquel 14 de abril estaba inmerso en la segunda semana de Pascua. La lectura que tocaba el domingo era el Libro del Apocalipsis. Eso fue, en parte, el 14 de abril: el final de unas vidas que se apagaban, el final de una monarquía, el final de un tipo de España: los poblados chabolistas, el analfabetismo, el caciquismo, las redes clientelares que enmohecían la política, el abuso de poder, el desgaste de la figura del monarca, su apoyo a las dictaduras que rompían el pacto constitucional. Al mismo tiempo, creo que en el mismo 14 de abril que abre la década pueden apreciarse las primeras semillas que germinarán en el desastre colectivo y en el odio emponzoñado con que terminarán los años 30 en España. Eso sí: sin equidistancias.

—Tratas la figura del rey Alfonso XIII con respeto e incluso lo escoltas en su último viaje por España.

—Te cuento una curiosidad: soy bastante fetichista y hay un objeto que compré y que me ha acompañado a lo largo de toda la escritura de 14 de abril: un duro de plata de Alfonso XIII con su tupé adolescente, de 1898. En el anverso de esa moneda lo pone claro: rey “por la gracia de Dios”. Aquel niño, de nombre Alfonso León Fernando María Santiago Isidro Pascual Antón, ya nació rey, y eso me parece la mayor condena imaginable. Mirando con perspectiva, el trono de España no ha sido un sillón muy seguro. Supongo que Alfonso XIII lo sabía. Había sido criado muy al antiguo régimen dentro de las paredes aislantes del Palacio Real. Aquel día debió de ser traumático para él. Su huida. Para la reina también. En un fragmento del libro reconstruyo esas despedidas, con la pobre Victoria Eugenia recluida en un Palacio que parecía cárcel mientras la multitud amenazaba con asaltar el palacio y quién sabe qué habría pasado. Era rey, pero acabó en la misma caja que los peones y lejos del tablero que un día dominó.

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