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Paco Gámez y la impunidad olvidada de la tortura

Paco Gámez y la impunidad olvidada de la tortura

Impunidad se erige, mordaz y cortante, como un discurso incisivo de denuncia de la terribilidad atroz que subyace la libertad impune de la que han gozado cuatro torturadores de la dictadura franquista. Esta obra, que le ha valido a su autor, el ubetense Paco Gámez, el Premio Lope de Vega 2021 y que publica El Toro Celeste en su colección de teatro, «La Calderona», construye magistralmente, a través de la psicología de sus personajes, un texto teatral que delata y reclama la necesidad de justicia para las víctimas que sufrieron torturas inhumanas durante los interrogatorios de la represión tras la Guerra Civil. Concebida la historia durante el ciclo Cicatriz, coordinado por Guillermo Heras, José Sanchís Sinisterra y Sandra Castro, Impunidad pretende ahondar en la cicatriz de la tortura, en la lesión, todavía lacerante, del silencio de aquellos crímenes.

La obra se estructura en tres cuadros perfectamente construidos, que toman como eje vertebrador de la escena la producción artística de José de Ribera y las referencias a la mitología griega: Las Furias (2010), Las Erinias (1969-1975) y Las Euménides (ahora). Todos los cuadros, que se alejan del orden cronológico para presentar los hechos in medias res, se centran en cuatro personajes: cuatro torturadores implacables que actuaban de manera férrea y autoritaria cumpliendo los deseos del régimen franquista. Con apenas cuatro personajes, Gámez logra transmitir a la perfección la realidad vivida por una parte de la sociedad durante toda una época, dado que los discursos de cada uno de ellos dejan traslucir el funcionamiento de los poderes y de las fuerzas del estado: «[…] a ver si te enteras de una vez de quién manda y de qué va el cuento» (p. 29). La propia mordacidad de los torturadores se ve reforzada, además, por el estilo que emplea el autor: seco, cortante como una navaja afilada, que se aleja de artificios retóricos para ahondar en la herida abierta como si de un informe policial o forense se tratara. Esa —casi— asepsia de estilo no hace sino revestir la materia que se pone en escena de tragedia, rabia y vergüenza indigna.

"Es el personaje de Ricardo el que cumple la función más escalofriante de la pieza teatral, ya que confía ciegamente en la impunidad institucional y se jacta, orgulloso y soberbio, del poder que ostentaba en la España franquista"

Uno de los principales aciertos de la obra reside en la complejidad de los caracteres psicológicos de los cuatro torturadores, con trazados que revelan las diferentes formas de aceptar la culpa por los crímenes cometidos. Se comparan con titanes griegos, con los cuatro jinetes del Apocalipsis, con catedrales, con la falsa legitimidad de unos actos amparados en su trabajo, en su forma de ganarse la vida. Sin embargo, las voces de los personajes de Gámez no actúan como un coro de defensa del régimen, sino que difieren entre sí, se alejan unos de otros ahora que han transcurrido los años y se acerca la hora del juicio: Ángel, ya senil, parece más preocupado por pasar los últimos días de su vida con su nieta; Celso, removido por la culpabilidad de verse abandonado por su propio hijo, está dispuesto a confesarlo todo para poder «[…] soltarlo […] este nudo» (p. 39); Salvador recuerda, a través de los claroscuros y los violentos trazos de los titanes de Ribera, la expresión de las víctimas: «[…] los cuerpos sufrientes no tienen tanta dignidad» (p. 27). No obstante, es el personaje de Ricardo el que cumple la función más escalofriante de la pieza teatral, ya que confía ciegamente en la impunidad institucional y se jacta, orgulloso y soberbio, del poder que ostentaba en la España franquista: «[…] que sigo colaborando con la orden y la paz de este país porque este país soy yo» (p. 32). La voz del torturador se sabe impune.

"Las poderosas imágenes que va enhebrando Paco Gámez en esta segunda parte son, al mismo tiempo, clarificadoras y terribles, pues dan voz a las víctimas, que describen en primera persona la violencia"

Y esta se combina hábilmente en la obra con los testimonios de las víctimas, como podemos observar en el segundo cuadro, en el que se van intercalando fragmentos de noticias, de entrevistas, de recuerdos de todos los que vivieron los abusos y las vejaciones de los torturadores. Esta recopilación de información aparece dosificada en parlamentos muy breves, con ese estilo incisivo, afilado y cáustico que caracteriza la obra. Bastan apenas dos líneas para poner de manifiesto el dolor, la rabia, la frustración del que no se puede defender porque es contrario al estado: «[…] cuando me meé encima, supe que algo iba mal. Meé sangre» (p. 51), «[…] me meten la mano en las bragas y escucho un crac dentro de mí, como cuando pisas una cucaracha. Crac» (p. 56). Las poderosas imágenes que va enhebrando Paco Gámez en esta segunda parte son, al mismo tiempo, clarificadoras y terribles, pues dan voz a las víctimas, que describen en primera persona la violencia. La resistencia rabiosa que demuestran y la posterior frustración que los obliga, incluso, a confesar su pertenencia a determinados grupos políticos reconocen los daños de ese sistema de interrogatorios que describe Impunidad y denuncian el silencio administrativo e institucional del que también son víctimas.

Esta lacra del sistema trata de paliarse, de superarse, con la celebración de un juicio, que recuerda en gran medida a la solemnidad del Juicio Final. Con continuas alusiones a la parábola del buen segador, tres de los torturadores —todos excepto Celso— continúan confiando en la impunidad de sus acciones. La destreza creativa del autor queda especialmente patente en esta escena, pues son los propios torturadores los que, durante el juicio, toman la voz de los jueces que los juzgan. Justicia y delito se equiparan, así, hasta el desenlace final. Funcionan como dos caras de la misma moneda, sabiéndose impunes frente a todo y frente a todos.

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Autor: Paco Gámez. Título: Impunidad. Editorial: El Toro Celeste. Venta: Todos tus libros.

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