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Para una poética de la perplejidad

Para una poética de la perplejidad

Si Sócrates entró en una paradoja en bucle al enunciar que solo sabía que no sabía nada, Alejandro Céspedes nos arrastra a su epicentro al intentar descifrar el misterio de la expresión lingüística de ese conocimiento inaprehensible. El lenguaje de las cosas mudas, galardonado con el premio Centrifugados / Pueblo de San Gil que convoca la editorial Liliputienses, trata sobre la falta de comunicación endógena y exógena del lenguaje. Una tormenta de rayos filosóficos y centellas poéticas descomunal que anticipa el aluvión de silencios que empapará la existencia humana y la disolverá. ¿Cómo logrará romper, entonces, esa tensión entre el querer decir y la imposibilidad de hacerlo utilizando la lengua como herramienta demoledora?

Céspedes, participando en un debate ya iniciado en los albores del modernismo de Fin de siècle, conversa con las cabezas más sesudas del pensamiento universal para decodificar la lingüística del silencio. Mediante un parlamento a modo de monólogo poético interior invocará a las cosas que aún no han sido nombradas para vindicar su lugar en el mundo. Porque, ¿acaso solo existe lo que se puede ver y nombrar?, ¿es que lo que no percibimos visualmente no existe? Cuestionará lo que ya concluyeron Demócrito, Platón, Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, Blanchot, Cioran, Barthes o Todorov para llegar al mismo punto de retorno, pero en versión siglo XXI. En El lenguaje de las cosas mudas el autor continuará abordando el doble conflicto troncal clásico: la incapacidad para capturar y nombrar toda la experiencia humana y el fracaso comunicativo. Esta desconexión entre el individuo y el mundo no ha hecho más que empeorar con el avance tecnológico y la decadencia de las relaciones sociales. ¿Qué lugar ocupa, entonces, la poesía en este entramado de cables desenchufados?

"El poeta pone el lenguaje patas arriba, lo acorrala sin tregua hasta lograr que se señale a sí mismo con el dedo en un ejercicio magistral de corriente de conciencia estéticamente estimulante y evocadora"

El libro sumerge al lector en las «profundidades mudas» que relacionan el saber con el decir en tres inmersiones para que en cada una de ellas pueda salir a la superficie a respirar (pensar requiere de una fuerte preparación mental e intelectual). Las tres partes parecen obedecer a la génesis de una catástrofe —tema fundamental en la obra de Alejandro Céspedes—. El libro comienza con «Falsas afasias» mediante el anuncio, la predicción o la visión del diluvio universal que amenaza al arte. Entre la realidad y el sentido, el lenguaje oral danza en una coreografía improvisada por quienes dictan el ritmo. En cambio, en poesía las palabras contienen un código que solo los poetas pueden descifrar porque están eximidos de todo juicio teórico y lingüístico. ¿Acaso no hay mayor libertad que poder decir lo otro? Pero esta libertad se enfrenta a los dilemas que no surgen en cautiverio; está lleno de encrucijadas, de dilemas, de aporías. Problemas que se resuelven en perplejidades. «La tarea consiste en desenmascarar esas contradicciones […] en hallar formas nuevas para insistir otra vez / en eso que no se puede dejar de seguir diciendo». Y, sin embargo, ese don es efímero y de un solo uso, no es eterno y está condenado a disolverse en el mismo instante de su creación, incrementando la distancia con el lector que percibe tan solo su propia experiencia de lectura.

"Cioran confesaba que su ideal de escritura era hacer callar para siempre al poeta. ¿Deberían los poetas quedarse mudos para decir mejor?"

Tres respiraciones profundas antes de entrar en la segunda parte, «Cioranadas», parapetada por citas de Cioran para protegerse del terrorismo poético, de atentados contra el erial de la palabra o del urbanismo lírico. La inutilidad del arte es el leitmotiv, el sinsentido de traducir la realidad se ha vuelto irrespirable. «No hay ninguna salvación / sin imitar al silencio». El mismo silencio que precipitó a Lord Chandos, de Hofmannsthal, a callarse literaria y socialmente. La corriente nos arrastra a un abismo de contradicciones abogando por el mutismo como única solución. «De lo que no se puede hablar, mejor callar», decía Wittgenstein. Buen consejo.

El libro se cierra con «La escritura del desastre» sin resolver la paradoja performativa, pero asumiendo que, al menos, con la palabra se puede seguir tratando de soldar las grietas, las fracturas, las heridas. Sin embargo, ¿qué palabra anquilosada puede seguir nombrando del mismo modo una realidad mutante? El poeta pone el lenguaje patas arriba, lo acorrala sin tregua hasta lograr que se señale a sí mismo con el dedo en un ejercicio magistral de corriente de conciencia estéticamente estimulante y evocadora. Su obra es interactiva, no deja al margen al lector, le incita a expresarse en una réplica continua tal y como se ha venido haciendo a lo largo de la historia en la construcción del pensamiento literario y universal; con lecturas y recursos referenciales, con capacidad de cuestionamiento, con perplejidad, rebeldía e insumisión. Céspedes convierte al lector en el escarabajo o la cucaracha de Kafka para que se detenga inmovilizado a pensar el mundo y su lenguaje dentro de un caparazón ajeno. En esto reside el valor de su poética, su filosofía y su arte en construcción: torna en filósofo al lector y lo retorna al mundo como poeta.

Cioran confesaba que su ideal de escritura era hacer callar para siempre al poeta. ¿Deberían los poetas quedarse mudos para decir mejor? Pero si callan ellos, los lectores enmudecerán bajo la sombra de los inútiles verborreicos. Leer este libro es, por tanto, un acto de desobediencia; un reto personal no apto para mentes obsoletas.

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Autor: Alejandro Céspedes. Título: El lenguaje de las cosas mudas. Editorial: Liliputienses. Venta: Todos tus libros.

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