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Patricia Highsmith o la cotidianidad del mal

Patricia Highsmith o la cotidianidad del mal

Una nueva biografía sobre la reina del crimen plantea en su centenario si las dimensiones morales de la autora reflejan las de sus impasibles protagonistas.

Manipuladora, alcohólica, genio y en ocasiones sencillamente cruel. Para los más estrictos seguidores de la cultura de la cancelación, la autora fatale Patricia Highsmith (Texas, 1921-1995) debería ser un blanco fácil. Sorprende cómo tras haber sido descubierta como abiertamente racista y homófoba —tanto por su ambiente cercano como por sus diarios— los más revisionistas no la despellejen más a menudo. Y más ahora en el centenario de su nacimiento cuando nuestro timeline se impregna de bucles conmemorativos de la persona que llegó a crear un subgénero dentro de la literatura del crimen: aquella en la que los malos ganan. O si no lo hacen, el lector peca de admiración lejana ante la inteligencia del asesino, una maquiavélica mente pensante entre el equilibrio, sofisticación y elocuencia. Con una sabiduría a menudo amoral, pero en nuestros momentos escépticos casi lógica.

"Patricia Highsmith canalizó y manifestó a través de sus obras los matices que tanto la avergonzaban de su propia personalidad torpe y desequilibrada"

El legado de Patricia Highsmith permanece inalterado y por ahora sobrevive al escrutinio moral y al laberíntico debate sobre la separación de obra y artista. No deja de ser insólito que la figura detrás de 22 grandes novelas de éxito y adaptadas al cine no se cite sin la excusa epistolar por medio. Sabemos que el semiólogo Umberto Eco es el autor detrás del éxito de Sean Connery en El nombre de la rosa, o el dramaturgo Tennessee Williams quien firma Un tranvía llamado deseo, de Vivian Leigh. Pero relacionar Extraños en un tren de Alfred Hitchcock, El talento de Mr. Ripley o la oscarizada Carol con Highsmith no suele salir a la primera. Todas tienen un eje: una escritora que creía que cualquiera es capaz de cometer un crimen, una frenética autora que escribía compulsivamente sobre los rincones más inaccesibles y sombríos del ser humano.

“Nunca pidas disculpas, nunca des explicaciones. Las únicas partes buenas de un libro son las explicaciones que se han omitido en él.”

"El precio de la sal es una obra tan personal que Highsmith confesó que era una tortura vivir con ella"

La nueva biografía Demonios, deseos y extrañas lujurias: La vida de Patricia Highsmith, de Richard Bradford, que la editorial Bloomsbury publica este 21 de enero  para el mundo sajón, promete dejarla con pocas opciones salvo una redención imposible ni siquiera en su cumpleaños centenario. Pero aunque su biógrafo la encuentra moralmente odiosa, sitúa justo en su perversidad la inagotable fuente de su genio. El libro sigue el ambicioso objetivo de probar la conexión entre la verdadera Highsmith y su obra. Su tesis: canalizó y manifestó a través de sus obras los matices que tanto la avergonzaban de su propia personalidad torpe y desequilibrada, en la que el crimen, los juegos de identidad, el acoso y la violencia convivían cómodamente. Como Bradford apunta, «Highsmith no era una asesina, pero volcaba sus venganzas personales en sus novelas”. La hallamos en Tom Ripley, el sociópata héroe-criminal protagonista de su aclamada saga. Moldeó la personalidad del neurótico personaje como un medio para reescribir su vida y opiniones entre el masoquismo y la catarsis. La más purgante entre todas: El precio de la sal, una obra tan personal que Highsmith confesó que era una tortura vivir con ella, porque la expulsó directamente de los huesos. En la narración del romance entre Carol y Thérese no luchaba tanto con los prejuicios de la época sino contra ella misma y el conflicto entre su sexualidad y su interiorizada homofobia. La gran víctima del despotismo crítico, la tortura verbal y el sabotaje de Patricia fue Patricia.

Highsmith brindó por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, extraños deseos, enemigos reales e irreales y por el ejército de recuerdos que no le daban tregua. Con su consagración literaria, en 1970, se aisló en Lugano y se llevó consigo el territorio resbaladizo entre realidad y fantasía con el que convivía. Highsmith desafió las exigencias del análisis crítico y también biográfico, porque se propuso deliberadamente hacerlo. Sabía que estaríamos hoy, un siglo después, hablando de ella, y para su propia diversión o para desconcertar a la posteridad falsificó copias de sus propias cartas y diarios para que su historia fuera el verdadero misterio y la contradicción más grande de todas, y ella la verdadera y talentosa villana.

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