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El peor de los tiempos, vuelve el Mike Hammer de la calle Murga

El peor de los tiempos, vuelve el Mike Hammer de la calle Murga

Alexis Ravelo retoma la serie de Eladio Monroy, su saga más golfa y crítica, con El peor de los tiempos, novela publicada por Alrevés que llega hoy a las librerías, y de la que ofrecemos las primeras páginas.

 

Según el periódico, casi el cincuenta por ciento de los espa- ñoles creía que no llegaría a recibir una pensión de jubilación y el presidente del Gobierno pensaba que había calmado a Bruselas con sus últimas medidas, al mismo tiempo que pedía reformar la Constitución «sin ocurrencias ni frivolidades». Por otro lado, la Audiencia de Madrid daba por prescritas las demandas a Bankia por su salida a Bolsa y cuatro personas habían muerto en el naufragio de una patera. Eladio Monroy se fue enterando de todas estas noticias, constatando que el mundo seguía como siempre: los poderosos haciendo cosas de poderosos y los pobres haciendo cosas de pobres.

Mientras tanto, su visión periférica y su oído soportaron que Casimiro (propietario, cocinero, limpiador y único camarero del bar Casablanca) hiciese zapping durante casi cinco minutos sin lograr captar con su ojo útil otra cosa que no fueran anuncios de perfumería. Cuando se cansó de dar el coñazo, dejó puesta la 1 de Televisión Española y, soltando el grasiento mando a distancia sobre la no menos grasienta contrabarra, le dijo a Juan el del Pescao que, coño, joder, que siempre el mismo guineo, que parece que todo el puto país esté apestando.

Desde su mesa, Monroy alzó por fin la vista de su ejemplar de El País (seguía comprándolo cuando podía, aunque solo fuera por inercia y por llevárselo luego a Matías) y compartió una mirada burlona con Juan.

—¿Ahora sí te interesa la política, compadre? —le preguntó a Casimiro.

—Qué política ni qué pollas… Que en cuanto llega diciembre no echan nada más que anuncios de colonia, carajo.

Volvió a hacerse el silencio habitual de las mañanas en el Casablanca, esa blanda alfombra de murmullo televisivo roto de vez en vez por el reclamo de las tragaperras o la campanilla del microondas. Durante un rato, Casimiro fue y vino entre la cocina y la barra, reponiendo el expositor con la comida que iba sacando de la nevera, Eladio continuó leyendo su periódico y Juan se dedicó a mirar la pantalla con actitud ausente, dando sorbitos a su vaso de ron. Monroy ya se había terminado el cortado y comenzaba a tener ganas de fumar.

De pronto, Juan, por decir algo, dijo:

—¡Y mañana, otra vez, día de fiesta! Manda cojones.

—¿Qué más te da a ti? —le escupió Casimiro—. Si llevas sin trabajar no sé ni cuánto.

El del Pescao asintió y se puso a leer algo en el fondo de su vaso de ron. Casimiro se dio cuenta de la metedura de pata cuando notó sobre sí la mirada recriminatoria de Eladio. Cierto era que el hombre llevaba años en el paro. Pero no menos cierto era que no se trataba de ningún gandul. Se buscaba la vida como podía, con cualquier cosa que le saliese o intentando vender lo que él mismo pescaba por las tardes en San Cristóbal o en La Laja.

—Aunque es verdad que con tanto festivo uno no sabe ya ni en qué día vive, ¿no? —dijo Casimiro, intentando arreglarlo.

—Sí, eso decía yo, Casi. El tuerto giró sobre sí mismo, sirvió un plato de manises que nadie le había pedido y lo puso ante Juan. —Toma, para que no te me emborraches.

—Gracias, querido.

—Échaselas al gato —soltó Casimiro, volviéndose a la cocina.

Eladio Monroy pensó en lo que acababa de oír. Era miércoles. El día anterior había sido festivo. El siguiente lo sería también. La Constitución y la Inmaculada. El puente de diciembre que, en años así, se convertía en un acueducto, una semana con tres viernes. A tipos como Juan, a tipos como él mismo, que vivía de una media pensión de la Marina alargada con apaños, les daba igual cuántos viernes tuviera la semana porque para ellos la vida era una larga tarde de domingo.

Cerró el periódico, se levantó y dejó un euro sobre la barra. Al girarse para irse fue cuando lo vio. Estaba allí, en la puerta del bar, apoyado en el vano, mirándolo. Un tipo escurrido y flaco, con una cara ojerosa de mejillas chupadas. Con una camisa a cuadros, un polar y unos vaqueros que parecían de otro hombre más grande, del hombre que un día había sido. Con una mochila de falso cuero colgada de un solo hombro y un gorro de lana gris marengo que volvía más amarillenta su piel escamosa. El hombre se apoyaba en la jamba de la puerta acristalada y, desde el fondo de su rostro cadavérico, escrutaba a Monroy con ojillos vidriosos. Podría haber sido uno de los yonquis que pordioseaban por la zona. O uno de los viejos que iban al bar Casablanca a echar para atrás sus últimos días. Pero no era un yonqui ni era un viejo. De hecho, tenía solo dos años más que Monroy. Eladio lo sabía bien, porque el hombre era José Frades. Pepe. Pepiño Frades. Habían compartido buques y camarotes, bares y hostales, borracheras y tormentas, frío y canícula, resacas y amanecidas. Entre ellos hubo una vez afecto y confianza. Y, por último, una ruptura, abrupta y repentina, seguida del silencio y la desilusión que siguen siempre a las grandes amistades cuando las pisotean los corceles del rencor.

Monroy avanzó hasta que quedaron a solo un palmo de distancia. Se tomó un instante más para medirlo con la mirada. Frades dejó de apoyarse y se enderezó. Desde la barra, Juan el del Pescao los miraba sin entender. Casimiro, en cambio, había reconocido también a Frades y su atención se concentraba en la escena: Eladio Monroy y Pepiño Frades allí, después de décadas sin dirigirse la palabra, uno frente al otro.

Pese a que lo había reconocido, Eladio Monroy quiso comprobar que no se equivocaba:

—¿Pepiño?

Frades asintió, le mostró una sonrisa maliciosa y respondió:

—Lo que queda de él.

Sinopsis de El peor de los tiempos

En esta quinta entrega, Monroy se ve obligado a salir de su retiro para buscar a Elvira, la hija de su viejo amigo Pepiño Frades. En principio, no hay misterio: parece un asunto sencillo, cuestión de entrar y salir, patear un par de calles, hacer algunas llamadas, conseguir una dirección o un número de teléfono. Pero el rastro de Elvira Frades conduce a sórdidos territorios a los que se accede por la puerta de atrás de los salones más lujosos. Así arranca la quinta de Eladio Monroy, el Mike Hammer de la calle Murga, experto en meterse en líos y en salir de ellos a hostia limpia.

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Autor: Alexis Ravelo. Título: El peor de los tiempos. Editorial: Al Revés. Venta: Amazon y Casa del libro

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