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Rumbo de colisión

Las luces —una roja y algunas más— se acercan por estribor, amenazadoras. Y además no se apartan de la demora que hace rato les has marcado, lo que significa que lleváis rumbo de colisión. Te encuentras a medio camino entre Menorca y el sur de Cerdeña, son las 03:46 de la madrugada y es el quinto mercante desde que empezó tu cuarto de guardia. Según los reglamentos internacionales, el velero, amurado a estribor con el foque grande y la mayor con un rizo —de noche, un rizo de más es un susto de menos—, tiene preferencia de paso. Pero llevas treinta años navegando y sabes que las preferencias son relativas. A estas horas, suponiendo que haya alguien en el puente del mercante, estará bostezando a punto de irse a dormir o anotando en el cuaderno de bitácora los pormenores de su guardia. Posiblemente no te vea nadie mientras el barco se te echa encima.

Bajas a la camareta y echas un vistazo al AIS: Monroke One, se llama el muy cabrón. En once minutos pasará a menos de dos cables, lo que significa leñazo seguro si alguien no espabila. Antes, cuando había menos chismes electrónicos a bordo, te habrías limitado a lanzar una llamada por radio al barco anónimo y luego intentarías ceñir el viento cuanto pudieras para buscar su popa, por si acaso, o quedarte parado. Ahora, sin embargo, puedes mencionar su nombre cuando oprimes el botón de la Sailor: «I call to the motor vessel Monroke One in my starboard; watch me, please». Que el nombre circule por la radio espabila mucho. Aun así, prudente, enciendes el motor y esperas minuto y medio, más tenso que el pescuezo de un cantaor flamenco. Al fin, el otro aumenta la velocidad y tú apagas el motor, retomas el rumbo y te recuestas en la bañera. Y cuando el mercante se aleja por la otra banda, quitas la luz de los instrumentos y vuelves a contemplar las estrellas, que parecen miles de alfilerazos en una hermosa semiesfera negra.

Amo y detesto navegar de noche. Detestarlo es fácil: basta con haber conocido la incertidumbre en la oscuridad, el cansancio de las guardias entumecido de frío, las continuas maniobras a mercantes en zonas de mucho tráfico, los barcos de crucero que parecen verbenas flotantes, los imprevisibles pesqueros, las redes y palangres que no ves, el miedo a dar con un objeto flotante que te abra una vía de agua, las drizas enredadas en el palo, la tensión para identificar ésta o aquella luz confusa en la marejada, las trampas del mal tiempo con una costa a sotavento, el aullar siniestro del viento en la jarcia, el agua que oyes romper en los escollos cercanos, las olas negras, enormes, sobrecogedoras, en cuyo seno hundes a ciegas la proa sin saber cómo acabarás remontándolas… Todo eso, o la cuarta parte de eso, basta para odiar la navegación nocturna, inevitable cuando haces viajes largos. Pero hay otros aspectos del asunto. Los que justifican las noches en el mar.

No necesito álbum de fotos, pues llevo tres décadas de navegación en la memoria: momentos imposibles en otro lugar. Nada hay como gobernar un velero que larga amarras y se desliza a medianoche hacia la bocana entre las luces silenciosas de un puerto. Nada como quince nudos de viento y la luna rielando en el agua mientras recorta al trasluz las velas desplegadas, o esos cielos cuajados de estrellas que parece vayan a caerte encima. Nada como apagar los instrumentos y guiarte durante un rato, como los marinos antiguos, por la estrella Polar. O, en mitad de un temporal duro que vienes corriendo desde hace ochenta millas, ver aparecer de pronto, en un desgarro del mar y las tinieblas, el faro de las Columbretes diciendo no te acerques, chaval, mantente lejos y seguirás vivo. Nada como la mole fosforescente de una ballena que emerge a tu lado, resoplando en la luz incierta del alba, mientras doblas dando bordos Punta dello Scorno. O como el momento mágico a poniente de Alborán, cuando hasta donde alcanza la vista el agua hierve bajo la luna con reflejos plateados, porque miles de pequeños atunes persiguen a un gran banco de peces que huyen de su voraz cacería.

Eso, y muchas otras cosas, es la noche en el mar: belleza e incertidumbre, la una como precio a pagar por la otra. La felicidad serena de avanzar en la oscuridad casi a tientas en una embarcación que conoces bien porque ella te conoce; que cuida de ti mientras habla con susurros precisos en cada movimiento, en cada crujido, en cada flamear de sus velas. Que te lleva, bajo las estrellas, allí donde cierta clase de hombres y mujeres —esto lo escribió Joseph Conrad— se sienten más felices y seguros que en tierra firme porque hay, al menos, diez millas entre ellos y la costa más cercana.

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Publicado el 11 de agosto de 2023 en XL Semanal.

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32 Comentarios
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Ricarrob
Ricarrob
8 meses hace

Quienes no navegamos pero siempre nos hubiera gustado hscerlo, nos tenemos que conformar con sus relatos, don Arturo, con los de Conrad, con los de Patrick O’Brian…

Mientras, nos refugiamos en la lectura, en un lugar deseadamente tranquilo y cada vez más díficil de encontrar en este ruidoso país, a veinte páginas o más del humano más cercano e intentando ver alguna estrella, si hay suerte, en las noches super iluminadas de nuestras ciudades, rodeados por contaminación acústica, lumínica y atmosférica. Y da igual estar en la ciudad, en el mes de agosto casi mejor, que en la costa rodeados sin intimidad ninguna como piojos en costura.

Lo que relata usted, a pesar de los riesgos, es idílico. Volver a encontrarse con la aventura, con la paz consigo mismo y con la naturaleza, volver a ser uno con la vida. Porque la escena de la ballena, don Arturo, es la que más me ha impactado y la que más vívidamente he leído. Que un animal, símbolo de la libertad natural, te salude de esa forma es una de las alegrías más grandes que se pueden experimentar. Las casi últimas criaturas que quedan realmente libres.

Me ha alegrado usted el inicio del día, y me ha hecho alejarme a 20 millas de los sanchezs, puigdemones, zapateros, rajoys, abascales, etc., y sus juegos de poder ficticio, que se han quedado en costas alejadas.

Saludos y feliz singladura.

Michel
Michel
8 meses hace
Responder a  Ricarrob

Jo….clavado a mi. Hubiera escrito lo mismo

Manuel
Manuel
8 meses hace

Cierro los ojos y, siento el balanceo de las olas y el salitre en mi piel…..

Fernando J. Martínez
Fernando J. Martínez
8 meses hace

Un reflejo de la vida misma; la belleza y la incertidumbre, la necesidad de alejarse del ruido de la muchedumbre… La maldición de la cordura de la que hablaba Maturín, teniendo consciencia, se percibe peligro incluso en el disfrute… O especialmente durante el mismo.

Julia
Julia
8 meses hace

«Más tenso que el pescuezo de un cantaor de flamenco». Jajaja, únicamente Arturo Pérez Reverte podía describir algo así, con tanto ingenio.

Sonia
Sonia
8 meses hace

Hermoso, gracias gracias Arturo, un abrazo

Basurillas
Basurillas
8 meses hace

La mención, en dos ocasiones en el texto, de la figura de la «guardia», me hace pensar en el relevo en las mismas de don Arturo. ¿Quién tiene la suerte de acompañarle y velar por su seguridad, su sueño y la derrota del navío en esos momentos de descanso del piloto en la oscuridad? ¿En quién depositas tu confianza y pones tu vida y tu buque en sus manos como en las de una madre?
Sobrevienen peligros, imprevistos, encuentros inesperados y miedos ancestrales ante la negrura arriba y abajo del puente, y ahí alguien, que no es el patrón, despeja dudas, solventa situaciones difíciles o, con probada habilidad, modifica velamen, calcula trayectorias alternativas y establece posiciones en las mismas o las modifica en casos de bajíos fantasmas, mastodontes de los mares o containers a la deriva provenientes, por accidente, de los mismos. Ahí alguien es tu ángel de la guarda, Arturo. ¿Quien te avisa para que contemples los delfines cuando danzan por la proa entre risas y chillidos? ¿O simplemente duermes con la compañia de un dudongo o una sirena adiestrada en tus viajes?

ANA
ANA
8 meses hace

Nunca había leído nada igual!!!! me lo he leído de un tirón y al llegar al final me he dedo cuenta de que estaba sin respiración. Hay que haber vivido todo eso para poder contarlo así y hay que ser un grandísimo escritor para hacerte sentir como si lo estuvieras viviendo tú mismo. CHAPEAU!!!

Ricarrob
Ricarrob
8 meses hace

No puedo por menos que, al hilo de este relato, mencionar algo que estoy leyendo ahora mismo:

«… uno lograba apartarse del mundo de sus congéneres, algo que siempre hago con un suspiro de alivio».

Se trata de un texto escrito por Leonard Woolf, mencionado en un libro recomendado en las páginas de Zenda: «Filosofía en el jardín».

El mar, la montaña, la lectura, los jardines… apartarse del mundanal ruido aunque el mundo quiera colisionar contigo… aunque quizás solo lo consigamos con la desaparición última, la definitiva…

Antonio HM
Antonio HM
8 meses hace

Don Arturo, su relato me ha recordado a Justin Scott y al «Leviathan» espero fervientemente que esta historia no termine como aquella.

Miguel Angel Ramírez
Miguel Angel Ramírez
8 meses hace

Qué bella elegía, don Arturo…!!! Cómo no ver a José Lobo en la Culebra, cumpliendo su misión co patente de corso, o a Coy, buscando las langostas verdes… o a Ulises atado al mástil para poder escuchar el canto de las sirenas mientras sus hombres son inmunes a su poderoso encanto, ensordecidos por órdenes de su propio líder… el mar siempre será una extensión fascinante de la cual refleja su literatura un pequeño detalle… pero de qué manera. Gusto de su lectura. Saludos desde Trujillo Perú. Espero poder tener alguna vez su firma estampada en alguno de mis más de 20 libros que tengo de su autoría.

Concha
Concha
8 meses hace

Cuánto vivido!! Es un lujazo leerle

J Espejo
J Espejo
8 meses hace

Al leer este relato me ha recordado los fantásticos dias que pasamos junto con el comandante Jorge Dragó en el CBA y las paellas en el Bahía

Francisco Brun
8 meses hace

Navegar a tientas sobre olas encrespadas, en un océano repleto de enormes peces y dioses desconocidos, no siempre puede ocurrir en una embarcación.
Nuestra vida nos puede colocar en situaciones así, desesperantes, que nos obligan a convertirnos en capitanes, aferrados al timón de nuestra existencia.
No sabemos si podremos alcanzar la orilla, solo sabemos que estamos lejos.
Para los que fuimos capitanes forzados por nuestra situación, desde ese lugar la vida se traduce a dos cosa: tener la paciencia para soportar, y esperar que la tempestad se calme.
Pero aunque nos hundamos en las profundidades de un abismo desconocido, o lleguemos por fin al oasis de un desierto inclemente para saciar nuestra sed. Siempre llegará la calma de una forma u otra; porque no estamos en el infierno de suplicios eternos; estamos en nuestro mundo; que aunque queramos alejarnos de él, aunque protestemos por sus injusticias, o estemos tentados a bajar los brazos por creer que hemos perdido todos los valores. Si aún estamos vivos, somos parte, y en nosotros está continuar peleando por lo que creemos, o dejarnos avasallar por ese ejército de embusteros y miserables.

Cordial saludos

Mercedes Alfonso
Mercedes Alfonso
8 meses hace

Que manera de compartir esa experiencia de navegación , gran escritor, espero su próximo libro.Saludos desde Buenos Aires .

José Prats Sariol
José Prats Sariol
8 meses hace

más tenso que el pescuezo de un cantaor flamenco. Qué delicia de ingenio, digna de Quevedo.

Pedro Luis
Pedro Luis
8 meses hace

Navegue usted Don Arturo ,es lo bonito el saber que puede pasar o no
, el riesgo y la aventura, desde Cartagena a Cabo palos , aguas que seguro conoce bien igual que yo ,de día y de noche, ese mar que usted ama igual que yo , tan amable y traicionero . cuando a él se le antoja , un saludo de un marinero , aunque sirva al Ejercicio del Aire , pocos pero ailos

Ana
Ana
8 meses hace

Navegar a través de sus relatos , es también otra maravillosa aventura.

Felix
Felix
8 meses hace

Genial, como siempre, don Arturo.

Timonel
Timonel
8 meses hace

Podía haber sido peor… El buque podía haberse llamado Leviatán y haberle convertido en un Cazador de Barcos. Me ha encantado el artículo. Trabajo en el mar, de noche, en parte por culpa de una Carta Esférica, y no sabe usted cuántas veces he odiado y a la vez amado estar ahí.

Chinche
Chinche
8 meses hace

Mar de homes, mar oceana. Un hombre sólo tiene lo que puede salvar en un naufragio. Muchas millas en las costillas. Sin haberlo intentado me ha salido un pareado. Saludos de un viejo lobo de bar.

Fernando
Fernando
8 meses hace

Siempre aportando Don Arturo!!
Los que no hemos tenido la dicha de navegar tal cual Ud hace mención,tenemos el placer de leer sus líneas y con ellas dejarnos llevar por la imaginación.
«Más tenso que el pescuezo de un cantaor flamenco»
Que frase maestro!!!

Teresa Fundora Sarrafff
Teresa Fundora Sarrafff
8 meses hace

Maravilloso……

Carlos
Carlos
8 meses hace

Hace ya muchos años, concretamente en el 83, me encontraba como alumno de prácticas en un petrolero de la antigua Campsa. Nuestro barco no era muy grande, apenas 200 metros de eslora,llevaba unas treinta mil toneladas de gasolina pirólisis,uno de los productos más peligrosos de transportar,y lo hacíamos desde la terminal de Salou en Tarragona hasta el puerto de Terneuzen en Holanda. Nos encontramos ya pasadas las costas gallegas en rumbo directo hacia la entrada del canal de la mancha . Yo era alumno y estaba en el puente en la primera guardia,es decir,con el primer oficial. Navegábamos a unos 14 nudos en una noche con visibilidad total. Llevábamos otro barco por la proa a unas diez millas,hacia ya mucho, y seguíamos su estela. Su luz de alcance se veía perfectamente y no había nada ni nadie mas en aquel mar tranquilo y plano. En aquellos barcos ,en aquel tiempo, el primer oficial tenía papeles que hacer para dar y tomar asi que ,viendo que yo era un alumno con cierta experiencia y el marinero que nos acompañaba en el puente también,nos dejaba solos y se metía en la derrota a sus papeles.
En un momento determinado le digo al marinero que me ha parecido ver algo en la proa……miramos pero no vemos nada…….y de repente aparece exactamente en la proa un velero,con mayor y Génova, parado pues no había viento,sin luces de navegación,sin nadie en cubierta….. nosotros nada podíamos hacer pues el velero estaba demasiado cerca y nuestro barco tardaría minutos en variar su rumbo…….le llamé como un loco por el canal 16 de vhf sin respuesta…..la Fortuna quiso que la ola que levantaba el barco en la proa levantó y apartó el velero que vino deslizándose por el costado de estribor y cuando lo sobrepasamos quedó dando trompos en el agua.
Nunca sabrán aquellas personas lo cerca que estuvieron de un fatal desenlace y mucho menos,cuando llegaran a puerto, de porqué tenían pintado de negro su costado de estribor.
Debo decir que soy y era en aquel momento navegante en barcos de vela. Como tal no puedo entender cómo se puede dejar un barco solo navegando en una ruta por la que pasan cientos de mercantes hacia el canal y viceversa y no llevar luces de navegación y un reflector de radar así como nadie que haga guardia…
En cuanto a tu comentario de que los mercantes no maniobran a los veleros es totalmente cierta. Que muchas veces no hay nadie en el puente también.Es más te diría que existía una cierta animosidad de muchos oficiales contra los veleros…
También hay que señalar que en un mercante el cambio de rumbo instantáneo no existe como en los veleros. El barco del que hablo desde que metías la caña a uno u otro lado podían pasar tres o cuatro minutos hasta que empezaba a caer .
Saludos y buenos vientos

Jose Gómez
8 meses hace

Precioso relato, me encanta el mar y la navegación y tus historias son muy originales.
Un saludo

Juan Pablo Mouesca
Juan Pablo Mouesca
8 meses hace

Juan Pablo Mouesca

MARCOS
MARCOS
8 meses hace

excelente !! en 10 minutos te transporta a otro lugar y por un instante pensas que estas a bordo de ese velero !!

Diana Minguez
Diana Minguez
8 meses hace

M e encantan sus artículos y sus apariciones en televisión. Sus aportaciones y las de unos cuantos intele ctuales del país me permiten sobrevivir en mi monótona vida de oficinista. Me apasiona la cultura a la q pienso dedicar más tiempo cuando deje mi vida orientada a la fatal productividad

Ricarrob
Ricarrob
8 meses hace
Responder a  Diana Minguez

Muy pocos se pueden escapar de las cadenas. A los demás nos toca leer, evocar, imaginar, soñar, leer, leer, leer…

Jose
Jose
8 meses hace

No existe mayor valentía que la de aquél que se juega la piel entre fluorescencias inacabables que bien podrían engullirlo a él y su amor por la belleza más salvaje e incontrolable. Para mí, animal radicalmente terrestre, todo ello supone más peligro que atracción, y he de conformarme con paladear su belleza desde lejos o inmortalizada tras una pantalla. Qué placer leerle sobre todo y en todo momento.

Damien
Damien
8 meses hace

Très beau texte, même si avec l’aide d’un excellent écrivain, un “terrien” ne pourra jamais ressentir le bonheur d’être au large…

Jesus R
Jesus R
8 meses hace

Gracias, Arturo, aunque no tengo el gusto de conocerte personalmente, perdí la oportunidad cuando presentaste la reina del Sur en Culiacán, en compañía de mi amigo Elmer, creo podemos tutearnos ya somos mayores y te conozco desde «El maestro de esgrima».
Gracias por todas tus novelas.