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Perlas como avellanas

Muchas de esas perlas son como avellanas…

El tercer viaje colombino, aquel en el que Colón topó con la costa norte de Sudamérica, trajo consigo una importante novedad que se ha pasado un tanto por alto pese a su importancia: la llegada de las perlas americanas a Castilla, el gran eco que tuvo y el enorme impulso para que otras expediciones de marinos y aventureros tomaran el mismo derrotero seguido por el almirante para hacerse con ellas y continuar explorando esa zona.

En el verano del año 1498, junto a una pequeña ínsula del Caribe —un árido islote al que los nativos denominaban Cuágoa, “lugar de los cangrejos”— muy cercana a la península de Araya y las costas de Cumaná, Colón y sus hombres vieron excelentes buceadores que se zambullían para sacar de las aguas abundantes ostras con las preciadas perlas en su interior.

Gonzalo Fernández de Oviedo así narró luego aquel encuentro y el primer trueque protagonizado por Cristóbal Colón y sus hombres con aquellas gentes…

Assí como el almirante surgió a par de Cubagua con sus tres caravelas, mandó a ciertos marineros salir en una barca y que fuessen a una canoa que andaba pescando perlas y entre otros indios vieron a una muger que tenía al cuello una gran cantidad de hilos de aljóphar y perlas. Entonces, uno de aquellos marineros tomó un plato de barro de los de Valençia (que también llaman de Málaga), que son labrados de labores que reluçen las figuras y pinturas que hay en los tales platos, y hízole pedazos, y a trueco de los cascos del plato rescataron con los indios e india ciertos kilos de aquél aljóphar grueso…”.

Otro cronista, Francisco López de Gómara, nos contó algo muy parecido sobre aquel momento:

Un marinero quebró un plato de Málaga, y salió a rescatar con ellos y a mirar la pesca, porque vio entre ellos una mujer con gargantillas de aljófar al cuello. Hubo a trueco del plato (que otra cosa no sacó) ciertos hilos de aljófar blanco y granado, con que se tornaron a las naos muy alegres. Colón, por certificarse más y mejor, mandó ir otros con cascabeles, agujas, tijeras y cascos de aquel mismo barro valenciano, pues lo querían y preciaban. Fueron, pues, y trajeron más de seis marcos de aljófar menudo y grueso con muchas buenas perlas entre ello…”.

"Mientras todo eso acontecía, marineros que habían surcado con él las aguas ricas en perlas regresaron a España con parte de su botín y expandieron pronto la noticia"

Colón puso luego rumbo a su destino final, la isla de la Española, con la intención de regresar en un futuro. En Santo Domingo le esperaba el infortunio: una rebelión al mando de Francisco Roldán y los indios huidos y levantados en armas por los abusos y desgobierno de sus hermanos, al mando de la isla durante su ausencia. El almirante acabó encadenado y enviado a España por el juez Francisco de Bobadilla para responder de tales cargos ante sus majestades.

Mientras todo eso acontecía, marineros que habían surcado con él las aguas ricas en perlas regresaron a España con parte de su botín y expandieron pronto la noticia. Conocían la ruta seguida, así que pronto algunos repitieron y otros se sumaron a la empresa. Era el turno de los hermanos Guerra, Niño, Pinzón, Alonso de Ojeda, etc. De nuevo Gómara nos lo refiere:

“Los más de los marineros que iban con Cristóbal Colón cuando halló las perlas eran de Palos, los cuales se vinieron a España y dijeron en su tierra lo de las perlas, y aun mostraron muchas y las llevaron a vender a Sevilla, de donde se supo en corte y en palacio. A la mucha fama armaron algunos de allí, como fueron los Pinzones y los Niños”.

La fiebre por las perlas se extendió pronto por Castilla y se incrementaba con cada navío que regresaba con las preciadas piezas. Pedro Mártir de Anglería contempló con ojos maravillados algunas de ellas:

“Muchas de esas perlas son como avellanas y son parecidas a las orientales… En ocasión de una comida en casa del Duque de Medina Sidonia en Sevilla vi una perla de más de cien onzas que le quisieron vender. Su belleza y brillo me encantaron, entre todas las que el Duque me mostró. He aquí el provecho que podemos esperar en el transcurso del tiempo de estas tierras y costas occidentales recientemente descubiertas, si ya en la primera visita se han revelado muestras tales de su riqueza”.

"Los naturales de la costa de Cumaná e islas cercanas las proveían en abundancia a cambio de trozos de cerámica, espejos, peines, tijeras..."

Así fue, grosso modo, como fueron llegando las perlas americanas a España en los albores del siglo XVI. Los naturales de la costa de Cumaná e islas cercanas las proveían en abundancia a cambio de trozos de cerámica, espejos, peines, tijeras, telas, bonetes y otros objetos desconocidos y curiosos a sus ojos. Eso fue al principio, claro, luego la explotación y abusos se sucedieron, tal y como denunciaron cronistas y religiosos hasta que la Corona fue, poco a poco, legislando para proteger a los indios de esta floreciente industria perlífera.

Muy interesante es esta ordenación de los trabajos en dichas pesquerías, pues establece horarios, descansos y manutención. Es de 1529:

Informado el Rey que en las Pesquerías de Perlas de Cubagua y su Comarca se iban descubriendo que empleaban a los Indios en excesivos trabajos, y para su conservación convendría que en el invierno y tiempo frío no fueren a ellas, sólo en los días de bonanza y de Verano, quatro horas no entrando en más fondo que cinco brazas, y en los ostiales ricos que hubiere de cinco a ocho brazas fuere el trabajo de tres horas cada día, y ni antes ni después los ocuparen, y además del sustento se diere a cada uno medio quartillo de vino, camisas y calzones dobles para ir y volver a ellas, procurando también matrimoniarlos”.

"La emperatriz Isabel, amada esposa del césar Carlos, las disfrutó en abundancia y no dudó en reclamarlas a las autoridades de Cubagua"

Cubagua, aquel inhóspito islote del Caribe, sin gota de agua ni sombra alguna, se convirtió en la primera isla de las perlas del Nuevo Mundo. Pronto le seguirían otros enclaves cercanos (isla Margarita, Cabo de la Vela…) y, en el Pacífico, las islas de San Miguel tras el descubrimiento de Núñez de Balboa.

Las perlas hicieron fortunas entre aventureros, mercaderes y autoridades indianas, pero también fueron anheladas por la corte, tanto para boato y ornato de reinas, princesas, infantas y mujeres de la nobleza como para contribuir a sufragar gastos de campañas militares y política exterior. Además del quinto para la Corona, en ocasiones fueron incautadas junto al oro y la plata de particulares que llegaban en los navíos desde América.

La emperatriz Isabel, amada esposa del césar Carlos, las disfrutó en abundancia y no dudó en reclamarlas a las autoridades de Cubagua, aquel pequeño lugar que prosperó hasta comienzos de la década de 1540 gracias a la riqueza perlífera de sus aguas. Entonces, agotados los ostrales y tras sufrir los embates de un huracán que arrasó la isla, pasó a mejor vida.

De allí llegaron, en abundancia, las primeras perlas americanas a Castilla.

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