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Poemas de Edgar Lee Masters

Poemas de Edgar Lee Masters

Edgar Lee Masters (Kansas, 1868 – Pennsylvania, 1950), uno de los poetas más importantes de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos, dejó publicados a su muerte, entre otros libros: A Book of Verses (1898), The Blood of the Prophets (1905), Althea (1907), The Trifler (1908), Songs and Sonnets (1910), Spoon River Antology (1915), Domesday Book (1920), Kit O’ Brien (1927), Across Spoon River. An Autobiography (1936) y Along Illinois (1942).

Antología de Spoon River, la más celebrada obra de Edgar Lee Masters, se presenta esta vez en su versión completa inglés/español. Las voces de más de doscientos muertos pobladores de Spoon River conforman esta antología. Los epitafios esculpidos en sus lápidas devienen en autorretratos, testimonios, historia social de un imaginario pueblo a las márgenes del río Spoon. Sus moradores se han sentido juzgados, y a través de la voz de Edgar Lee Masters aparecen para contarnos su propia versión de la vida que les tocó vivir. El boticario, el asesino, el médico, la prostituta, el oculista, el juez, el político, la rusa, el borracho, el religioso y muchos personajes más, con sus odios, sus pasiones, triunfos, virtudes y mezquindades, se funden en una inmensa imagen de la sociedad norteamericana de principios del siglo XX.

Zenda reproduce 7 de estos poemas de Edgar Lee Masters.

REUBEN PANTIER

Bien, Emily Sparks, tus plegarias no se perdieron,
tu amor no fue completamente en vano.
Le debo todo cuanto fui en la vida
a tu esperanza que nunca renunció a mí,
a tu amor que me vio siempre tan bueno.
Querida Emily Sparks, déjame contarte mi historia.
Ignoré los consejos de mi padre y mi madre;
la hija de la sombrerera me metió en problemas
y me lancé hacia el mundo,
donde pasé por cada peligro conocido
del vino, las mujeres y los placeres de la vida.
Una noche, en un cuarto en la Rue de Rivoli,
estaba bebiendo vino con una prostituta de ojos negros,
y las lágrimas inundaron mis ojos.
Ella pensó que eran lágrimas de amor y sonrió
creyendo que me había conquistado.
Pero mi alma estaba a tres mil millas de distancia,
en los días en que tú me enseñabas en Spoon River.
Y justo porque ya no me podías amar,
ni rezar por mí, ni escribirme cartas,
tu silencio eterno habló en vez de ti.
Y la prostituta de ojos negros tomó para sí las lágrimas,
como también los besos engañadores que le daba.
De algún modo, desde aquella hora, yo tuve una nueva
visión.
¡Querida Emily Sparks!

GEORGE GRAY

He estudiado muchas veces
el mármol que fue tallado para mí,
un barco con la vela recogida anclado en una bahía.
En verdad no representa mi destino
sino mi vida.
Pues el amor me fue ofrecido y me acobardé
ante sus desilusiones;
el dolor golpeó mi puerta, pero yo tuve miedo;
la ambición me llamó, pero le temí a las oportunidades.
Aun así siempre me desesperé por encontrar un sentido
a mi vida.
Y ahora sé que debemos izar la vela
y atrapar los vientos del destino
dondequiera que empujen la nave.
Puede conducir a la locura hallar un sentido a la vida
de uno,
pero la vida sin sentido es la tortura
del desasosiego y el vago deseo:
es un barco que anhela el mar y sin embargo teme.

EUGENIA TODD

¿Alguno de ustedes, caminantes,
ha tenido un diente que fuera una incesante molestia?
¿O un dolor en el costado que nunca los soltara del todo?
¿O un tumor maligno que creciera con el tiempo,
de forma tal que hasta en el sueño más profundo
quedara la sombría consciencia o el fantasma
del pensamiento
acerca del diente, el costado, el tumor?
¡Así un amor contrariado, o una ambición frustrada,
o un desliz en la vida que enredó sus existencias
desesperadamente hasta el final,
flotarán, como un diente, o un dolor en el costado,
en sus sueños en el sueño final
hasta que la plena independencia de la esfera terrestre
venga a ustedes como quien despierta
sano y alegre en la mañana!

ERNEST HYDE

Mi mente era un espejo:
veía lo que veía, sabía lo que sabía.
De joven mi mente era justo un espejo
en un auto a toda carrera,
que atrapa y pierde trozos del paisaje.
Luego, con el tiempo,
grandes rasguños se hicieron en el espejo,
que dieron entrada al mundo exterior,
y dejaron mi intimidad al descubierto.
He aquí el nacimiento del alma en pena,
un nacimiento con ganancias y pérdidas.
La mente ve el mundo como una cosa aparte,
y el alma acopla al mundo con su ser.
Un espejo arañado no refleja ninguna imagen
y este es el silencio de la sabiduría.

JONATHAN HOUGHTON

Se oye el graznido de un cuervo,
y el canto vacilante de un zorzal.
Se oye el tintinear de un cencerro en lontananza,
y la voz de un labriego en la colina de Shipley.
El bosque detrás del huerto está inmóvil
con una quietud estival;
y por el camino rechina un vagón,
cargado de maíz, rumbo a Atterbury.
Y un viejo se sienta bajo un árbol y dormita,
y una vieja atraviesa el camino,
viniendo del huerto con un cubo de moras.
Y hay un muchacho tumbado en la hierba
junto a los pies del viejo,
y mira las nubes que pasan,
y anhela, anhela, anhela
alguna cosa que no sabe:
la humanidad, la vida, el mundo desconocido.
Entonces pasaron treinta años,
y el muchacho regresó consumido por la vida
y descubrió que el huerto se había esfumado,
y el bosque había desaparecido,
y la casa había sido rehecha,
y el camino se había llenado de polvo por los automóviles
y se descubrió a sí mismo anhelando la colina.

HARLAN SEWALL

Nunca entendiste,
oh, desconocido,
por qué te devolví
tu devota amistad y tus delicadas atenciones
primero con parcos agradecimientos,
después retirándome poco a poco de tu presencia
para no verme obligado a darte las gracias,
y por último con el silencio que siguió
a nuestra separación final.
Tú habías sanado mi alma enferma.
Pero al curarla
viste mi dolencia, conociste mi secreto,
y es por eso que hui de ti.
Aun cuando nuestro cuerpo triunfa sobre el dolor,
nunca dejamos de besar las manos solícitas
que nos trajeron leña cuando nos estremecíamos
al pensar en la leña,
pero la cura de un alma es algo distinto,
pues entonces quisiéramos borrar de la memoria
las suaves palabras, los ojos indiscretos,
y vivir para siempre olvidados,
no tanto del dolor en sí,
sino de las manos que lo sanaron.

WILLIAM GOODE

A todo el pueblo le parecía, sin duda,
que yo andaba de aquí para allá, sin rumbo.
Pero junto al río uno puede ver, hacia el crepúsculo,
a los murciélagos de suaves alas volar zigzagueantes
aquí y allá,
vuelan así para atrapar su alimento.
Y si alguna vez te has perdido de noche,
en lo profundo del bosque cercano a Miller’s Ford,
y torciste por este camino y luego por aquel otro,
dondequiera que se filtrase la luz de la Vía Láctea,
tratando de encontrar la senda,
comprenderás que busqué el camino
con la pasión más ardiente, y todas mis andanzas
fueron andanzas en la búsqueda.

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Autor: Edgar Lee Masters. Título: Antología de Spoon River. Editorial: Visor. 

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