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Por siempre Marsé

Nunca pensé que estaría escribiendo algo así pocos días después de la muerte de un escritor. Sin embargo, creo que debo hacer algo contra el canalla nacionalista que ha perpetrado un atentado tan repulsivo contra la memoria de un hombre recientemente muerto. Ya sabemos que Juan Marsé falleció el 18 de julio. La mayoría de los habitantes, residentes o itinerantes, de Zenda habrá leído algún libro suyo, si no toda su obra. Qué remedio, Marsé es de los que perdurarán. Mucho tiene que cambiar la percepción literaria para que eso no ocurra, aunque visto el mundo que hemos creado todo podría ser posible.

«Ha muerto», dice el canalla nacionalista, «un escritor español que vivía en nuestra casa» (entiéndase «nuestra casa» por Cataluña). Primer error. Juan Marsé nació en Barcelona y no vivía en la casa de nadie, ni de alquiler ni de ocupa. Juan Marsé vivía en la tierra que le vio nacer, pero si hubiese nacido en un pueblecito de Castilla o más lejos, en Nairobi por ejemplo, tampoco viviría en la casa de nadie porque, aunque para usted y los suyos tierra y etnia son lo mismo, todas las personas tienen el derecho a vivir donde quieran, tanto si son oriundas o extranjeras. «Cataluña para los catalanes» es un mantra tribal de lo más primitivo. En cuanto a lo de «escritor español», pues sí, pero también, duela a quien duela, escritor catalán.

“… y que tenía la jeta”, sigue la perla del canalla, “de presentar su realidad haciéndola pasar por la realidad general del país”. Es significativo que se dé por aludida esta estrella del tuiteo. Los libros de Marsé están llenos de impostores, de hombres y mujeres que hacen de la hipocresía su fundamento de vida. Tal vez por eso el nacionalismo catalán se ve tan reflejado y a la vez ofendido. El segundo error de este buen catalán es que Marsé nunca fue un impostor. Siempre se mantuvo en su posición de viejo comunista, el del PC, no el de de la nueva izquierda que hace ojitos al nacionalismo en una danza de antinatural seducción. Sí, antinatural, porque los nacionalismos, todos, se alimentan del cieno del fascismo, y la izquierda es, por principios ideológicos, enemiga del fascismo. Marsé nunca fue un impostor, claro que no. Desde el principio estuvo en desacuerdo con una política reduccionista, exclusivista y amedrentadora como la que impera ahora mismo en Cataluña. Por eso tuvo que soportar esa especie de ostracismo fallido al que le quisieron someter. Pero sus libros eran como estrellas rabiosas y las ideas del catalanismo furibundo como dedos de niño, y todos sabemos que no se puede tapar el sol con un dedo. De ahí la frustración y el desespero de saltimbanquis radiofónicos como este artista del mal gusto.

"Muchos de sus títulos pasarán a la historia de la literatura española por reflejar la vida de Barcelona desde los años cuarenta del siglo pasado"

“Además, era tan caradura”, comienza la ráfaga final del atentado, “que atacó siempre a la lengua catalana menospreciándola en todo momento. Dios le haya perdonado. Yo no”. Vamos a ver, lumbrera, escribir en español no es atacar a ninguna lengua, ni menospreciarla. Escribir en español es una elección. Si Marsé quiso plasmar su obra en una lengua mayoritaria en vez de en otra cuya difusión es mucho más limitada nadie le puede reprochar nada. Otra cosa es que vosotros, vernáculos, queráis imponer la minoría sobre la totalidad. Eso es fascismo. Lo que Marsé hizo fue no doblegarse a la superchería de confundir las políticas elitistas y de pensamiento único con la cultura.

Que son sabandijas de sacristía lo ha dejado claro este francotirador de cadáveres al dar vela a Dios en este entierro. ¿Se puede ser más insensato? ¿Se puede caer en el ridículo mas vergonzoso? Pero, ¿qué hay que perdonar a un hombre que lo único que hizo en su vida fue escribir libros, muy buenos libros, y ser coherente con su pensamiento? Ni Dios (a estas alturas hablar de Dios como si dirigiese un tribunal en el cielo es un rasgo de infantilismo que no denota siquiera un atisbo de ironía) ni tú tenéis que perdonarle nada.

Porque ¿quién eres tú, Jaume Nolla i Martí? Tú no eres nadie. Solo un fulano poco creativo que se sacó de la manga un personaje, el senyor Marcel-lí, que tus amigos te compraron para que no te murieras de hambre. Un personajillo que tampoco es nada original, puesto que sigue las pautas del senyor Casamajor, de Xavier Sardà, con la significativa diferencia de que Sardà hace humor inteligente y tú sueltas jaimitadas babosas y maledicentes.

Juan Marsé, ese tipo con aspecto de estibador de puerto antiguo, no de los de ahora, que trabajan a golpe de botón, estuvo escribiendo durante casi 60 años. Muchos de sus títulos pasarán a la historia de la literatura española por reflejar la vida de Barcelona desde los años cuarenta del siglo pasado. Muchos de sus personajes reflejan el malestar de más de una generación que se vio obligada a vivir bajo el franquismo. Hombres y mujeres insatisfechos de lo que son y no pocas veces enfrentados por la clase social. Hombres y mujeres que intentan traspasar las barreras sociales, unos anhelantes por ascender y otras que, seducidas por el lumpen, se dejan llevar. Novelas como Últimas tardes con Teresa (1966), La oscura historia de la prima Montse (1970) o El amante bilingüe (1990) responden a estas premisas.

En Esta cara de la luna (1962) y La muchacha de las bragas de oro (1978) presentó personajes esquivos que pasan por la vida intentando ocultar la mala conciencia o blanquear el pasado político. Tanto el periodista Miguel Dot, de la primera, como el escritor y antiguo falangista de la segunda son ejemplos de cómo Marsé observaba la realidad y la devolvía en tramas que delataban conductas y personalidades oscuras y siempre interesadas.

"Esas seis décadas de excelentes libros están punteadas por los premios más prestigiosos de las letras nacionales"

Entre Ronda del Guinardó (1984) y Esa puta tan distinguida (2016) median más de treinta años, pero el recurso narrativo es similar. Se trata de volver al pasado para comprobar lo siniestro que fue y lo alargado de sus sombras. Dos víctimas femeninas y dos hombres desencantados en busca de una reparación para ellas jalonan estas dos historias que hablan de vida y muerte con una profundidad que es uno de los sellos del autor barcelonés.

Mis novelas fetiche de Marsé son cinco. Si te dicen que caí (1973), El embrujo de Shanghai (1993) y Rabos de lagartija (2000) tienen en común su coralidad y su abigarrado microuniverso. La primera es la memoria colectiva de un barrio de Barcelona y de sus habitantes que viven entre la pobreza, el despertar sexual, la violencia y también los sueños. Resulta fácil reconocer a un joven Marsé en muchos de esos chavales que recurren a la imaginación para no caer en el embrutecimiento. La segunda es una apuesta a todo o nada por el mundo de la aventura, donde la realidad, siempre fea y dura de la Barcelona de mitad del siglo XX, se mezcla con el exotismo de Shanghai, ciudad por donde deambulan luchadores libertarios, nazis despiadados y mujeres fatales. En cuanto a Rabos de lagartija, se puede calificar de portento narrativo, la suma de su obra. En sus páginas volvemos a esa terrible posguerra de miseria y terrores cotidianos para escuchar muchas voces. La de un ambiguo inspector de policía que se debate entre la violencia de su cometido y la ternura que prodiga a una maestra embarazada represaliada por el franquismo. La de un adolescente en la difícil encrucijada del amor y la amistad. La de los fantasmas casi míticos de un anarquista y un piloto de la RAF. Y también la del perro Chispas y la del hijo nonato de la maestra.

Y por fin, los sendos homenajes a la marginalidad que son Un día volveré (1982) y Canciones de amor en Lolita’s Club (2005). Un día volveré narra el regreso de un expresidiario anarquista y antiguo boxeador a las calles de su infancia. No hay más marginado que aquel que ha vivido en los márgenes y decide integrarse en la normalidad. La sombra de lo que fue siempre planeará sobre sus actos y la gente que le conoció espera que siga siendo él mismo. A Jan Julivert le ocurre eso, que los conocidos solo quieren que regrese con la venganza entre los ojos. Aunque la mayoría de las ficciones de Marsé se pueden considerar en mayor o menor medida como género negro, ésta es la más negra. La otra marginalidad habita en los clubes de alterne. Lugares sórdidos donde las mujeres ejercen de reinas, pero son tiranizadas. Lugares de paso para hombres sin amor en busca de un espejismo. Lugares donde se encuentran dos hermanos: un policía violento y perseguido y un discapacitado psíquico que ha hecho del Lolita’s Club su particular paraíso, orbitando alrededor de Milena, la más bella de las prostitutas. Tres vértices para un triángulo trágico que Marsé construye con su rara mezcla de dureza y compasión.

Esas seis décadas de excelentes libros están punteadas por los premios más prestigiosos de las letras nacionales (Premio de la Crítica, Nacional de Narrativa, Ciudad de Barcelona, Biblioteca Breve, Planeta y Cervantes, entre otros) e internacionales (Premio Europa de Literatura, Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana, Fundación Cristóbal Gabarrón de Letras). A ese catalán que escribía en español se le recordará por todo eso y algo más, mientras que a un tal Jaume Nolla i Martí solo se le podrá recordar porque un día se levantó con su odio de frustrado encendido, se acercó a la tumba de un enemigo y escupió sobre ella. Perfectamente olvidable.

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