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Fútbol, fascismo y «coolturetas»

Fútbol, fascismo y «coolturetas»

Ocurrió a mediados de junio. La Liga se reanudaba tras la cuarentena coronavírica y el Real Madrid jugaba contra el Éibar en el estadio Alfredo di Stéfano. Los de Zidane vencieron a los de Mendilibar por tres goles a uno y, si bien no fue el partido del siglo, alivió el mono de quienes teníamos ansia de balompié. Al poco de terminar el encuentro, en Twitter, me topé con el comentario de uno de esos cruzados de la Santísima Culturidad; de uno de esos que combatían a la covid-19 subiendo fotos a Instagram de sus lecturas “imprescindibles”; de uno de esos que, desde su chalet con piscina y jardín, reivindicaba los libros como bienes de primera necesidad. El tuit, más o menos, rezaba: “Gente que celebra goles mientras hay 27.000 muertos. Qué frivolidad. Qué tristeza”. Al usuario en cuestión, por cierto, le pareció menos frívolo colgar, minutos después, una fotografía del tercio de cerveza que se pimplaba en una terraza del centro de Madrid. En fin, pobrecillo. No es fácil ahogar las penas. “Cada uno se corre como puede” (Cela).

En general, me irritan los camisas pardas coolturetas que, desde sus púlpitos mediáticos y/o virtuales, reparten carnés de alta o baja cultura; en particular, aquellos que miran a los aficionados del deporte rey como si nos acabáramos de tirar un pedo de fabada. Creo que, en el fondo de esta inquina, hay dos cosas: por un lado, camuflada, sorda y profunda infelicidad; por otro, y sobre todo, pura, rabiosa y elitista envidia. O sea: “Como yo estoy jodido y Fulano levita porque el Bayern de Múnich le ha endosado ocho pepinos como ocho soles de invierno al Barcelona, tildemos a Fulano de medio subnormal y rasguémonos las vestiduras porque, por chusma de su calaña, España retrocede en Lectura en el último Informe Pisa”.

Hay personas que piensan así, de verdad. A alguna conozco.

"El deporte se ha filtrado en grado sumo en la cultura: existe una galaxia llena de libros, películas y, aunque en menor medida, también canciones"

El debate de contraponer deporte y cultura es estéril y caduco. Porque, entre otros muchísimos motivos, el deporte se ha filtrado en grado sumo en la cultura: existe una galaxia llena de libros, películas y, aunque en menor medida, también canciones —Igor Paskual ha escrito bastante sobre el tema— que orbitan en torno al fútbol. En España, por ejemplo, destacan publicaciones como Panenka o Líbero. La editorial Libros del KO tiene una serie magnífica llamada “Hooligans ilustrados”. Y ensayos interesantes los hay a cascoporro, como El fútbol es lo único importante, de Miguel Santamarina (Libros.com, 2019), o el que publicó hace unos meses Cristóbal Villalobos (Málaga, 1985), Fútbol y fascismo (Altamarea, 2020), con el que pretende explicar la instrumentalización del balompié por parte de la Italia fascista, la Alemania nazi, la España franquista, la Portugal salazarista y las dictaduras totalitarias iberoamericanas “para alcanzar objetivos asociados al adoctrinamiento político”.

"Al principio de la obra, Villalobos recurre a Borges, quien advirtió que el balompié despierta las peores pasiones"

El vademécum de Villalobos muestra cómo los fascismos y sus marcas blancas usaron el fútbol para propagar el sentimiento patriotero, para vender superhombres y para atizar al enemigo. El autor escribe con sencillez y, muy importante, hace que el lector aprenda disfrutando/disfrute aprendiendo. Este profesor de Historia recoge historias fascinantes, terribles, indignas y heroicas. Me gustan, sobre todo, las de los tipos que, jugándose la vida, desobedecieron al pastor, las de quienes se salieron —o quisieron salirse— del rebaño, como aquellos tres jugadores de Os Belenenses que, en un España-Portugal, no hicieron el obligado saludo fascista al inicio del partido, o como Jorge Carrascosa, capitán histórico de la selección argentina de Menotti, quien, durante la dictadura de Videla, abandonó el equipo por “cuestiones de conciencia” —Argentina se proclamó campeona del Mundial 78 en el estadio Monumental de Buenos Aires, sito a menos de un kilómetro de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), a la que Galeano llamó el “Auschwitz argentino”—.

Concluyo: Fútbol y fascismo está muy bien. Es un librito entretenido, divulgativo, curioso y, ah, lo olvidaba, útil: más de un apunte se puede tomar, quizás alguna vacuna mental se pueda obtener para un presente cada vez más populista, pestilente y oscuro. Al principio de la obra, Villalobos recurre a Borges, quien advirtió que el balompié despierta las peores pasiones, “sobre todo, lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte”. A determinadas postales del Camp Nou me remito.

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