Subimos por la calle empedrada, levantamos la vista y nos recibe una señora con la cabeza envuelta en una toca, sonrisa contenida, piernas levantadas de manera inverosímil hasta colocarse los talones detrás de las orejas, enseñándonos la vulva en todo su esplendor. A su lado, un señor se lleva las manos a la cabeza. No parece escandalizado, sino desesperado: luce un enorme pene duro, lleva novecientos años manteniendo la erección sin posibilidad de alivio. Cerca de ellos hay una pareja copulando, un señor que se lleva su propio pene a la boca, ¡pero esto qué es! Son los canecillos, las esculturas de piedra que recorren el alero de la colegiata de Cervatos (Cantabria), del siglo XII. Las imágenes sexuales no son raras en las iglesias románicas, como advertencia de los castigos que esperan a los lujuriosos, pero ninguna ofrece un un estallido erótico así, con más de cuarenta escenas muy pero que muy expresivas.
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