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Una obra feroz, tajante, directa y salvaje

Una obra feroz, tajante, directa y salvaje

A continuación reproducimos la laudatio de Antoine Gallimard en honor a la ganadora del premio Jan Michalski 2023, Karina Sainz Borgo. Un reconocimiento conseguido por su novela El tercer país.

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Señora presidenta, muy estimada Vera Michalski,
Señoras, señores,
Estimada Karina Sainz Borgo,

Como ya saben ustedes, 2024 será el año del centenario del primer Manifiesto del surrealismo de André Breton. Su escritura, Karina, no se puede asociar a primera vista con la prosa de Nadja o de L’amour fou. Sin embargo, pensé justamente en ese famoso manifiesto al leer sus dos libros, La hija de la española, y El Tercer País, galardonado hoy con el Premio Jan Michalski. Y en particular en esas líneas, sumamente célebres, en las que André Breton evoca el poder “asombroso” de las imágenes literarias tal y como las practicaban él y su grupo. Por supuesto, en el arte de los surrealistas, esta potencia se relaciona con la experiencia de lo fortuito y de un cierto arbitrario; en otros términos, con una forma de experiencia poética de la libertad. Pero lo esencial ya descansaba en la fuerza evocadora de las imágenes, en su capacidad para sobrecoger al lector, para sorprenderlo de una forma en que jamás hubiese imaginado.

Y al leerla, estimada Karina, muchas veces uno se queda sin aliento y atónito ante imágenes propiamente asombrosas que dan un zarpazo en la negra espesura que amenaza con borrar o sumergir a sus personajes. En su escritura, insisto, mediante una imagen que nos agarra por el cuello, refulge aquello que Breton llama esta “luz singular”, esa chispa nacida de la “confrontación inesperada, y propiamente explosiva, de dos realidades distantes”: esas de las voces inalienables, poderosamente encarnadas, mediante las cuales nos llegan y conmueven sus historias – las voces de sus magníficas heroínas, por cierto – y aquellas de una sociedad saturada de violencia política y social, y dominada por el instinto de muerte.

"Una obra feroz, tajante, directa y salvaje, de destellantes bellezas, que no pone guantes para decir lo que tiene que decir"

“Aquí se fusila como se tala”, escribía Antoine de Saint-Exupéry, observador atónito de la guerra de España; también se tala mucho en sus novelas, impregnadas por el sufrimiento contemporáneo de su tierra venezolana… Pero ahí mismo donde se desmiembran las identidades sofocadas basta con una voz, una palabra, una comparación insólita para que una conciencia, una voluntad, un cuerpo, un linaje se opongan a la carrera insensata de la comunidad hacia su propia pérdida, para que se opongan a los efectos devastadores de la abstracción, de la uniformidad y de la opresión.

Esa libertad es la materia misma de su escritura, Karina; irradia en sus relatos tanto como determina las opciones de vida, altamente restringidas por la crisis humana y social que rodea a sus heroínas —Adelaida Falcón (en La hija de la española), Visitación Salazar y Angustias Romero (en El Tercer País)—. De ahí proviene la fuerza que se le reconoce a sus novelas y que le debe tanto a la sustancia negra que las inspira como a la luz con la cual irradian. Ambas se encuentran hoy igualmente consagradas, después de que el público haya reconocido en ellas, y por el mundo entero, la pasta de una grandísima obra. Una obra feroz, tajante, directa y salvaje, de destellantes bellezas, que no pone guantes para decir lo que tiene que decir, sino que más bien sopesa constantemente sus medios y sus fines – tal y como lo sabe hacer la gran lectora que usted es, Karina.

Es verdad que sus novelas, que sacan su inspiración de la vida verdadera sin por tanto quedar alienadas en ella, parecen escritas desde el punto de vista de la pesadilla. Serían algo así como una cacería narrada por el animal acechado, acosado por la jauría que lo persigue… Así es su Adelaida, refugiada en el apartamento vecino del suyo, condenada al espectáculo obsceno de aquellas que entraron por efracción en su historia íntima y la han expropiado de ella, observadora y víctima de esta revolución que quiebra las vidas a la vez que la vajilla familiar y corrompe las almas como se devasta las bibliotecas. Algunos han dicho que esta visión apocalíptica destina sus novelas a los estantes de las obras distópicas, al lado de 1984 de George Orwell, que sumergen las verdades humanas en un baño de irrealidad para revelarlas mejor. Es cierto en varios aspectos – y a su manera, usted descuella en este arte, con esta ciencia del relato y de las situaciones novelescas que en cada instante mantienen a su lector sin aliento.

"Tanto La hija de la española como El Tercer País son algo así como Tánatos sin Eros"

Sin embargo, no es totalmente cierto. Ya que yo no veo en su propósito la voluntad de anticiparse al “mundo de después”, aquel al que estaríamos destinados una vez que los hombres hayan terminado con la historia humana. Más bien tengo la sensación de que la ficción y la escritura son para usted una manera particular de ejercer su mirada sobre el mundo, una manera otra y que se justifica plenamente porque, precisamente, es otra. Un eco a aquello que escribía uno de sus maestros, el intransigente Thomas Bernhard, el autor de El sótano, y de Tala, a propósito de la ciudad de Salzburgo: “Uno no escribe a partir de la crema Chantilly”. Y así lo explicitaba: “si uno mira una ciudad tal y como la gente y el mundo la ven, cual jovencita coqueta bailando, cual ciudad europea, pues aquello ahoga de antemano cualquier asomo de creatividad, aquello lo hace todo imposible”. Y a los jóvenes escritores, les recomendaba: “Aquello que necesitan, ustedes, es sencillamente la vida misma, la belleza y la ignominia del mundo. Lo que necesitan, no son premios, alicientes, becas o seguros de vida: es el desarraigo de sus almas y de su carne, la desolación, la derelicción cotidiana…” No digo Karina, que usted se identifique con esta visión si no sacrificial, por lo menos bastante ascética, del escritor; pero este alegato para dar cuenta de otra manera de la realidad de las cosas, a partir del trauma más que a partir de la contemplación, es a mi modo de ver eso que usted lleva a cabo en sus novelas. Por eso quizás sean éstas, al fin y al cabo, más novelas de observación que de anticipación

En efecto, tratándose del Tercer País, la autenticidad y la riqueza emocional de su escritura emergen a partir de la pesadilla, en el corazón de la pelea, en los caminos de las migraciones y hasta en el meollo mismo del cementerio. Y ellas se despliegan a través de la voz luminosa de sus heroínas, centinelas de una condición humana mil veces aplastada, mortalmente mortificada en su capacidad de amar, de dar la vida, de florecer, de contemplar.

A decir la verdad, el amor y la sexualidad no ocupan sino un lugar secundario en sus novelas, cosa que no es tan común en literatura. Tanto La hija de la española como El Tercer País son algo así como Tánatos sin Eros. Pero ¿qué lugar podría quedarle al placer, a la seducción e incluso al sentimiento en aquellas tierras devastadas en las cuales nuestra porción de humanidad ya no se dibuja sino en un paisaje de ruinas y cenizas y donde el cementerio pasa a ser el santuario no solo de los muertos sino también de los vivos?

"¿Y si, finalmente, la mujer fuera el porvenir del hombre? Esta interrogación está en el corazón tanto de sus novelas
como de nuestra época"

De las vivas, habría que decir. Ya que aquel mundo corrupto y derruido, sin regla ni razón, no es sino la herencia dejada por una masculinidad llevada a su paroxismo de desmesura – y cuyas primeras víctimas son las mujeres, los niños y por decirlo así la inocencia del mundo. Sus libros pertenecen a sus heroínas, que llevan a sus hijos ya no en su vientre sino en una caja de zapatos; y que se unen en una sororidad de salvataje, de refundación. Usted les ha confiado las llaves, aunque algunas hayan traicionado, se hayan comprometido. Las llaves de la dignidad y de la libertad, conquistadas en el territorio minado de los hombres. Y no es casual que una mujer, Adelaida, salve su pellejo y se abra la puerta de una nueva vida en España, tomando la identidad de una mujer muerta. La solidaridad entre mujeres, en este universo de lágrimas y de sangre, donde la belleza del mundo ya no es casi sino un recuerdo, y donde los recuerdos ya no son nada casi, van más allá de los límites entre la vida y la muerte. La transmisión sigue siendo posible, pero se hace entre mujeres.

¿Y si, finalmente, la mujer fuera el porvenir del hombre? Esta interrogación está en el corazón tanto de sus novelas como de nuestra época. Y usted la lleva más allá de las reivindicaciones feministas ofreciéndole su gran figura literaria.

Permita que le exprese, estimada Karina, todo mi orgullo de editor al ver su obra saludada por tan bello premio. Agradezco al jurado por haber prestado atención a esta novela de una calidad poco común, que viene a enriquecer la bella historia que une las literaturas de expresión francesa e hispánica, bajo la mirada amistosa y benevolente de Roger Caillois, a quien no podemos imaginar sino feliz de tales estelas. Y quiero saludar aquí a Gustavo Guerrero por haberme propuesto editarla y por haber confiado a Stéphanie Decante la traducción de sus novelas. Nos toca seguir defendiendo esta literatura de suma elegancia y muy contemporánea, que no esconde nada de las violencias de este mundo y sabe extraer de ellas grandes verdades; esta literatura que se inscribe en el linaje de obras tan notables como aquella de Juan Rulfo y de su Pedro Páramo.

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